Ojarasca 76  agosto de 2003

En la línea

Estados Unidos renueva la guerra contra México
 
 

Gilberto Rosas





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El 19 de diciembre de 1994 México se hundió en su crisis más profunda desde la Gran Depresión. Entre 1994 y 1995 el peso perdió setenta por ciento de su valor. El desempleo se duplicó y alcanzó al 50 por ciento de su población económicamente activa. El año siguiente, el Producto Interno Bruto se encogió 6.9 por ciento. Un tercio de los negocios cayeron en bancarrota y la industria operaba al 40 por ciento de su capacidad. Se estima que el país perdió entre 4 y 5 mil millones de dólares en riqueza entre 1994 y 1995. Muchos analistas arguyen que la crisis proviene de la consolidación del neoliberalismo en México, sobre todo por las medidas económicas draconianas como reformar el artículo 27 constitucional, la abolición gradual de los subsidios agrícolas y la disminución paulatina de servicios sociales. Durante la crisis, varios miles fueron desplazados y reducidos a mano de obra migratoria.

En un contexto de crisis, desplazamiento masivo e insurgencia campesina en el sur mexicano, la frontera de Estados Unidos-México se militarizó más. Desde fines de los setenta, las autoridades fronterizas estadunidenses, en particular la Patrulla Fronteriza, adoptó técnicas, estrategias, equipo y entrenamiento militares. Con el tratado de libre comercio, se amplió esta militarización, que debe situarse en la historia de la frontera y su creación a partir de la derrota mexicana en la guerra méxico-estadunidense (1846-1848) y el Tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848), que forzó a México a entregar casi la mitad de su territorio a Estados Unidos, lo que se conoce como la Adquisición Gadsen (1853).

La doctrina del conflicto de baja intensidad nos explica la militarización fronteriza. Diseñada originalmente para frenar "las insurgencias tercermundistas", esta doctrina se centra en las poblaciones civiles, no en el territorio, enfatizando la defensa interna de la nación. Supone que las fuerzas policiacas internas militaricen sus técnicas, estrategias y prácticas, y que los militares asuman funciones no convencionales a veces semejantes a las policiacas. Esto es central. Según el filósofo italiano Giorgio Agamben, desde la Primera Guerra Mundial "las acciones policiacas", y no las guerras declaradas, son el eje de gran parte de la acción militar. Estas guerras no declaradas requieren criminalizar a la población. Así, es crucial a esta doctrina considerar el tráfico de drogas como asunto de seguridad nacional para Estados Unidos, como lo hizo el gobierno de Ronald Reagan, lo que dio pie al uso de fuerzas, entrenamiento y tecnología militares en la frontera, mientras se soslayaba la adicción estadunidense por mano de obra migratoria, barata e "indocumentada". Reforzó las diferencias entre el pueblo de origen mexicano en Estados Unidos, y los mexicanos, un lazo étnico que el movimiento chicano de los sesenta y setenta había galvanizado. Estados Unidos admite que el 85 por ciento de todas las drogas cruza en camiones por puertos legales de entrada, pero es frecuente en la práctica del Estado (y en su discurso relativo a las políticas y en los medios) compactar las categorías de indocumentados y traficantes de drogas, lo que de facto criminaliza a los migrantes mexicanos y a todo aquel fenotípicamente semejante que "cruza la frontera" o vive en ella.

Esto se amplificó con la "guerra contra el terrorismo". Desde el 11 de septiembre de 2001, crece el régimen de violencia contra los migrantes ejercido por grupos "vigilantes" xenófobos. Veinte millas al sur de Tucson, atacantes enmascarados dispararon contra un grupo de migrantes. Cerca de Red Rock, dos hombres vestidos con ropa militar abrieron fuego contra un grupo de doce migrantes, matando a dos. En el desierto aledaño a Phoenix, se hallaron doce cuerpos acribillados con balas. Dos rancheros a caballo hirieron de gravedad a un migrante, cuando cruzaba la línea. Esta violencia oficial y no oficial, ahora vuelta "moralmente aceptable", renueva la guerra del siglo XIX contra México.

El 20 de mayo de 1997, un marine que patrullaba la frontera en Texas, mató a un ciudadano estadunidense de origen mexicano, un pastor, a quien confundió con un transportista de drogas. Recientemente, le dispararon a un migrante mexicano en un refugio de El Paso, Texas. Las organizaciones de derechos humanos han documentado los abusos oficiales de los guardias fronterizos, que van del asalto sexual al asesinato. Desde 1995, más de 2 300 migrantes han muerto intentando evadir la frontera militarizada.

En el lado mexicano también se despliega un patrullaje militarizado. Pese a que el país se niega aún a evitar el paso de migrantes no autorizados de México a Estados Unidos, la práctica parece erosionar el cruce. En 1990, el gobierno mexicano formó el Grupo Beta, buscando reducir la violencia en el tráfico de humanos en el área de Tijuana. También opera en otras ciudades fronterizas, junto a fuerzas policiacas paramilitares. Muchos jóvenes enfrentan el hostigamiento, las palizas y otras formas de violencia comunes, a manos de las autoridades mexicanas. Uno de ellos fue forzado a vestirse de mujer y luego fue violado. Aunque ni el gobierno de Estados Unidos ni el mexicano condonan la violencia de sus agentes contra los migrantes o los residentes fronterizos, la vida cotidiana de los mexicanos marginales es muy precaria.

Por mi trabajo, he visto a las autoridades mexicanas detener a los que intentan el cruce irregular, jaloneando a migrantes subidos en la barda que separa Nogales, Sonora de Nogales, Arizona, y luego arrestarlos. Los jóvenes de la calle, identificados con algo que llaman Barrio Libre, cuentan que la fuerza más frecuente es la Patrulla Fronteriza estadunidense.

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La ley de la calle

1998: estoy con algunos muchachos callejeros después de una clase de lectura y media hora de futbolito. La asistencia es muy irregular. Víctor, apenas un adolescente, sale del edificio y proclama la consigna común entre ellos: "Soy libre. Soy libre, cabrón. Voy a Barrio Libre". Víctor tiene hepatitis y pese a su piel amarilla continúa penetrando en el sistema transnacional de drenaje, es decir, Barrio Libre. Su hermano, Rubio, por su piel clara y sus pecas, desapareció una vez más.

El personal que trabaja las calles tiene la preocupación de que esté infectado de VIH.

Vivir las calles es un punto dominante en las historias de muchos jóvenes fronterizos. José, dice que Barrio Libre "es que somos libres para hacer lo que queramos. Venimos de todos los alrededores. Yo soy de Navojoa. El Javi también. La Vero de Nogales, el Román de allá". La vida de Román ejemplifica el desarraigo. Pasó sus primeros años en Chicago, con su familia. Su padre se encaminaba a obtener la ciudadanía, trabajando en una empacadora de carne. Román iba a la escuela, primero en el estado de Washington y luego en Chicago, siguiendo a su padre de trabajo en trabajo. Por desgracia, en los ochenta revocaron la naturalización de su padre sobre la acusación de vender cocaína. Los deportaron a Nogales, Sonora, y el padre cruzó de nuevo como indocumentado.

"El Chiapaneco" arribó a Mi Nuevo Hogar en 1995. Huyó de su tierra cuando su padre, que trabajaba la tierra al momento del levantamiento zapatista, temió que el Ejército mexicano lo reclutara. José narra: "Cuando llegué a Nogales, me bajé del bus y dos vatos me preguntaron que si era libre. Y respondí, ¿qué?, ¿tienes familia?, me dijeron. Luego me golpearon. Después me llevaron al túnel donde dormí unos cuantos días antes de ver a los demás. El Viejo es de todas partes. Ha estado en Juárez, El Paso, Chihuahua, Navojoa y Nogales. Somos libres porque no tenemos familia, ni reglas". Muchos jóvenes de Barrio Libre optaron por la calle por las dificultades familiares. El padre de El Diablo lo golpeaba. Chaporro renunció a su trabajo en un mercado cuando el dueño le dijo que no se vistiera como cholo, signo de rebeldía entre los jóvenes de origen mexicano en Estados Unidos.

Bolio, vendedor de sandwiches desde que perdió su trabajo al llegar la crisis, simula con Víctor un arresto, imitando su experiencia con la policía de Tucson. Bolio gesticula con una pistola imaginaria y le grita a Víctor en inglés:

—¡Hincado! ¡Hincado!

Víctor se hinca. En inglés quebrado prosigue Bolio:

—¡Las manos en la espalda!

Simula esposarlo. Víctor protesta:

—¡Soy libre, cabrón!

Bolio comienza a gritarle y hace como que lo golpea con la pistola. Les pregunto que qué es ese juego. Me dicen que representan sus recuerdos siendo Barrio Libre en Tucson.
 
 

Gilberto Rosas es doctorante en la Universidad  de Texas, en Austin



Boyle Heights, Los Ángeles
Los Ángeles

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