Ojarasca 76  agosto de 2003

vatos10

 
 

Un ángel fugitivo



Cuenta Tai Pedro (así le dicen porque trabajó en Tucson como cantinero en una barra de comida tailandesa) que la primera vez que lo deportaron estaba en una banca en San Diego mirando las olas. El migra que lo picó en las costillas con la macana le preguntó por sus papeles y él de plano le contó su historia, cómo había llegado a hacerle la lucha queriendo aliviar el agujero en la panza, deshacer ese nudo en el cuello, duro como piedra de molino.

El migra lo remitió con un juez "de pocas pulgas", dice Tai Pedro, que lo echó pa' trás y lo sacó por Calexico, no sin antes reírse mucho de él.

Anduvo vagando unos días en las cercanías de Mexicali hasta que un señor le dijo que podía viajar de mosca en el tren que iba a Juárez brincando desde una lomita pelona. Esperó unas horas fume y fume hasta que el tren frenó al entrar a la curva. Cuando vio que no era ni un metro lo que lo separaba del techo ya había ahí unos setenta hombres más tras él. Lo raro es que en las horas que estuvo ahí ni siquiera los haya sentido. Viajó colgado entre dos vagones hasta que a la entrada de Juárez corrió el pitazo de que la tira mexicana tenía redada en la estación.

Brincó y corrió con otros ocho a una quebradita donde se escondieron hasta el anochecer. Uno de ellos era un tío bajito, flaco, "le fallaba una pierna", que se le acercó y le dijo, ¿quieres venirte conmigo por el desierto al otro lado? Él se asustó con la pregunta pero más de la confianza inmediata que le tuvo a este hombre que parpadeaba sin parar. Cómo, se oyó decirle, y el otro rápido le dijo, mira, traigo treinta dólares, no es mucho pero nos ajusta para unos panes bimbo, cuatro bidones de agua, dos pa' cada quien, un poco de queso y unas latas de frijoles, traigo esta cobija, nos alcanza pa' los dos: sé de una ruta que en cuatro días nos saca por el rumbo de Tucson.

Sin pensarlo ni dos segundos Tai Pedro le dijo, chido, y se lanzaron al alba por el chaparral. Iban rápido, ligeros casi, pese al sol achicharrante, descansando en las huizacheras y durmiendo en los lechos de los arroyos donde el bajito decía que las cascabeles no llegaban porque les gusta lo plano.

Llegaron, tal cual, cerca de un naranjal. Un oficial de la patrulla fronteriza los atajó, pero en vez de arrestarlos les preguntó que si buscaban jale. Le dijeron que sí y él mismo los llevó con el dueño de la huerta que los enganchó en el acto. Nunca había comido tanta naranja, tanta que hoy es el día que no las soporta. Tras dormir un rato buscó a su amigo, a su guía del desierto, y no lo halló. Nunca lo volvió a ver, nunca supo ni siquiera su nombre ni su historia, ni uno ni otro se habían hecho preguntas. Simplemente se evaporó. Su mujer actual dice que seguro era su ángel de la guarda, pero su carnal dice que a lo mejor era un chicón, un chaneque que lo enfrentó a su destino.

Él a veces piensa que tal vez era un fugitivo que tenía mucha urgencia de esfumarse de sus conocencias, pero luego acaba dándole la razón a su mujer.

?No, si por eso me cae que los cabrones esos que dejan morir a los compas en la caja de un trailer son putos, nomás porque les viene pisando la cola la tira --dice Tai Pedro--; cuántos minutos toma bajarse, abrir la caja, decirle a todos que se pinten, cada quien pa' su santo, mucho gusto y ai nos vemos. Esos vatos aunque sigan de arrastrados están ya muertos. En cambio el compa que me hizo el paro en el desierto, bueno luego me digo que gente como esa no hay y solito me respondo, ah qué pendejo, pus si yo mero conocí a uno, pues.

(RVH)



En las colinas cercanas a San Diego
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