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México D.F. Lunes 18 de agosto de 2003

Hermann Bellinghausen

Alrededores de una ceiba

Uno. Uno siempre está parado en donde alguna vez hubo un árbol. Las ciudades (con excepción de las arrebatadas al mar o al desierto), los caminos, las industrias, los campos petroleros o de cultivo, las oficinas y millares de pueblos, tumbaron árbol para ponerse.

Es la historia del planeta humano, que últimamente se ha desequilibrado en exceso, como no le sucedía desde que fue planeta de los dinosaurios (y tan mal que acabaron). Ahora se necesitan campañas urgentes para salvar a los árboles de nosotros, los humanos. Parece además el único modo de salvarnos.

Dos. Dos de cada veinte personas que de verdad conocen y reconocen una ceiba particular serían capaces de identificarla por su follaje. La ceiba, como el baobab, su primo malgache, o el loco amate, se conoce por el tronco, así como en otros son sus ramas, la estampa que dan sus bosques vistos de lejos, o la insolencia vegetal de sus frutos.

El tronco musculoso, de corteza tenue y raíz desnuda, provoca la doble sensación de hundirse en el aire y en la tierra. No obstante, Ƒcómo se describe una ceiba?

Así como reconocemos al 'individuo' en gente con nombre, apodo y apellido, ciertos caballos, perros, gatos o pericos, pocos árboles son tan 'individuo' como la ceiba. Yo por ejemplo conozco varias que identificaría de inmediato si me las cruzara en cualquier parte del mundo (suponiendo que viajaran, claro). Recuerdo una, en equis punto de la frontera con Guatemala, que ha impuesto sobre un barranco las sombras contorsionistas de un gigante y nadie la importuna. Es guardiana respetada y le corre en suerte llegar a vieja.

Como a las personas más queridas, nada describe mejor una ceiba que la ceiba misma. Sólo su presencia física la explica.

Tres. Tres días llevo pensando en el sistema solar. Indago la sensación de un sol inmenso, en llamas que ningún tamaño a la redonda es capaz de abarcar. Si acaso y cual virutas, la reducida familia de planetas (mas no sus satélites, incluida nuestra entrañable luna).

De órbita en órbita expandidos, los espacios se van enfriando. En algún punto intermedio, este planetita de agua y roca (lo original es el agua) goza de una atmósfera de gases transparentes muy especiales.

Plutón anda helado y a oscuras. De Neptuno no sabemos gran cosa. Saturno al menos se distrae en los malabares de su anillado destino, Júpiter se aferra al consuelo de su tamaño. Y Venus, bueno, es la gran engreída, por su proximidad suicida con el centro del fuego.

Ahora que Marte se nos avecina y el veintisiete estará más cerca que nunca (en 50 mil años), la Tierra suda.

Cuatro. Cuatro días tomó una vez a unos ingenieros tumbar una ceiba para tender un puente de concreto en la selva. A partir de entonces viven embrujados por el recuerdo de los anillos. Hubo que brindarles ayuda profesional para aliviar su insomnio.

Los árboles lo ignoran todo de Saturno y sus anillos exteriores, y sin embargo crecen de adentro a fuera, cebollas lentas. Por sus anillos conocerás la edad de una ceiba. Pero necesitarías cortarla. Y de qué sirve lo que luego sepas si ya no hay ceiba.

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