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México D.F. Domingo 10 de agosto de 2003

Bárbara Jacobs

Bravo y ole

Quería escribir a José Emilio Pacheco una carta de felicitación, no tanto por los prestigiosos premios que ha recibido recientemente, el López Velarde y el Octavio Paz, entre los más notables, como, decía, por su discurso de aceptación de este último, en la Casa Lamm. La primera impresión que me causó fue la de que José Emilio fuera más valioso de lo que él, con su voluntario ostracismo, sabe. Yo he tenido oportunidades de ver a través de su coraza a un poeta simpático, medio distraído, como corresponde, y caballeroso y divertido.

No voy a examinar su discurso porque otros lo harán con mejores armas que las mías; pero sí voy a hablar de cuanta cosa alcance a decir de lo que experimenté al leer el discurso, aparte de referirme, quizás, a determinadas anécdotas si encuentran lugar en estas páginas, porque, al conformarse con los protagonistas y en las circunstancias en que se dieron, no extrañarán ni abrumarán a nadie. Me siento muy contenta de que José Emilio no se desconcertaría de que yo lo pueda considerar amigo mío.

Su discurso me pareció, y cómo no, inteligente, culto, sobrio, mesurado, y hasta valiente. Eso de hablar de lo que uno quiere, sin tapujos que los dignatarios que ocuparon los lugares a la derecha y a la izquierda del premiado, en su estulticia, le aplaudieran, no son enchiladas. Me llamó la atención la lógica que José Emilio siguió para saber a quiénes mencionar en tan destacada ocasión sin que los no mencionados pudieran resentirlo. Creo que este rasgo podría ser atributo de la astucia.

Me sentí apoyada -no corresponde esto a ninguna realidad posible- por él, porque, igual que él, soy mexicana. Qué gusto entonces que un mexicano pueda expresar con fluidez y belleza que lamenta lo poco que avanza la humanidad en general, los mexicanos en particular, en el camino desconocido hacia la civilización. Con qué entereza se atreve José Emilio a vulnerabilizarse y admitir que en realidad, hablando de poblaciones, o de masas, o de mayorías, no haya solución, por más que sobren ideas, y hasta proyectos bien formulados, para solucionar todos y cada uno de los puntos negros que padecen esas mayorías que, agrupadas, definen el término barbarie, cosa esta que incluye a muchos que se creen excluidos de cualquier mayoría, esos que suelen, incluso, distinguirse como jefes de Estado. šDios mío!, habría que exclamar.

Veo en José Emilio Pacheco a alguien que digiere lo que lee, lo que vive, y que sabe qué hacer con la destilación de sus reflexiones. Qué bueno, y qué admirable, que José Emilio haya logrado encapsularse en bien de su trabajo, sin impedir la entrada al claustro de sí mismo a unos cuantos familiares, y unos menos cuantos amigos. Envidiable; pero quienes no tenemos con qué respaldar el privilegio del aislamiento y la soledad, tendremos que hacer todavía mucho por ganárnoslo y, de paso, dejar de envidiar a José Emilio. El se lo ha ganado. Se comunica, y comunica muchísimo, sólo que lo hace a su manera.

Pero, esto, Ƒno hace más respetable al poeta? José Emilio no ignora que el tiempo no existe; que sólo existe lo que uno hace de él, de ese concepto más abstracto aún que el de la música. ƑY va a malgastarlo? ƑVa a usar su tiempo en desperdiciarlo, cuando podría usarlo en una verdadera conversación sobre los diarios personales, por ejemplo, mientras deambula larga y nocturnamente por el viejo Madrid, interrumpiéndose, si acaso, para comerse unas tapas y tomarse unas copas de vino con dos amigos de México a quienes el retraso en la salida del avión de regreso a casa unió y compenetró con Pacheco como sucede contadas veces aun en vidas largas?

Nueva York, Toronto, San Francisco, en la lista, encuentros ricos, memorables. En 1979, en Las Palmas de Gran Canaria, cuando Onetti se negó a salir de su habitación en tanto duró el Congreso de escritores al que asistíamos, y cuando Juan Rulfo tuvo que inyectar a José Luis Martínez para mitigar la gripa que amenazaba con cortarle el resto del viaje. Qué orgullo me da haber sido uno de los invitados a unas y otras lecturas y congresos por el mundo con José Emilio Pacheco. Me dan ganas de formar un grupo de esas chicas de la porra que, en determinados campeonatos de deportes, se visten casi desvestidas, y echan porras a los diferentes equipos. En el que me incluiría yo sería el que apoyara a José Emilio Pacheco, para él serían los "šBravo!", o no sé si esta interjección pertenece únicamente al mundo taurino y equivale al "šOle!", que une tanto a los espectadores, aunque no sé si más bien aturda al torero, por lo supersticiosos que son.

Bueno, José Emilio, si te escribiera esta carta, y te la enviara, por último me gustaría decirte que eres uno de mis modelos; por muchas razones, pero, en especial, porque no has detenido tu preparación.

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