Rolando Cordera Campos

ƑSin nada qué ofrecer?

El presidente Fox va a su tercer Informe en malas condiciones. Sus promesas no se materializan, su partido la pasó mal en las elecciones del 6 de julio y ha ido para peor como partido gobernante, sin ofrecer explicaciones coherentes de sus resultados ni elaboración política para el futuro; la economía parece una loza, cuando no una lápida, sobre un nuevo régimen que ni en política ni en economía acaba de nacer. Mientras tanto, el viejo da visos de aliento y muchos especulan sobre un ancien regime tan redivivo como para ofrecernos varitas de virtud, maestras milagrosas y hasta las grandes soluciones económicas y sociales para este México atribulado y maltratado.

Pesada carga sobre un gobierno que no define perfil y tareas básicas, mucho menos las agendas nacionales que tanto alarman al liberalismo de moda. Esta es la situación actual y su perspectiva inmediata: más que el presente continuo en el que nos sumiera el neoliberalismo, en la fórmula magistral de Norbert Lechtner, es la letra del tango, cuesta abajo y sin dónde aterrizar.

Los nuevos grupos parlamentarios y los dirigentes de sus partidos insisten en que están listos para acordar y hacer su papel democrático, de faro y compás para gobernar las crisis globales y arribar a puerto seguro, pero en sustancia hay poco de qué hablar, salvo de las furtiva o festivas cenas de la profesora, de don Francisco y sus ocasionales acompañantes, o de las bravatas tristes, melancólicas podría decirse, de una Rosario abandonada en el nocturno de su improductivo partido.

Los actores del drama democrático se sientan a todas las mesas, pero no han sido capaces de insinuar escenario alguno en el que puedan buscarse las coordenadas de una nueva economía política en la que la democracia, la globalización, el crecimiento y el bienestar se den la mano y conciten nuevas voluntades ciudadanas y sociales. Algo ocurre: como si los dirigentes de la política y del Estado no acabaran de asumir que deben gobernar a más de 100 millones, en su mayoría jóvenes sin empleo ni expectativa; ni se hicieran cargo de que la globalización acelerada del país y de su economía no ha rendido los frutos esperados por esta nueva sociedad urbana, joven, pobre, que reclama rumbo y democracia, pero también, ya, "bienes terrenales".

Parece haber llegado a su fin el "bono" de la apertura comercial y la relación externa se comporta como cerrojo e impone como fatalidad el no crecimiento. Como lo advirtió Jaime Serra Puche, el país ha perdido competitividad y las ventajas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se "están erosionando" (El Economista, 4 de agosto, pp. 1, 10). El hecho elemental de que Estados Unidos firme y firme telecés urbi et orbi nos quita glamour, angosta los espacios a ganar en el mercado más grande del mundo e incluso, como ocurre con China, se nos quita terreno ganado.

No son esta vez la política industrial o el populismo que tanto irritaban al ex secretario de Comercio (y de Hacienda) los que explican lo anterior; lo que está detrás de esta pérdida de competitividad no es la presencia sino la ausencia de una estrategia de desarrollo industrial, sistemáticamente rechazada en aras de asegurar el éxito del TLCAN. Pero esto es para después.

Lo que hay que plantear ahora es que es indispensable pensar el futuro mexicano desde la perspectiva de un tratado que ya dio de sí, aunque haya todavía mucho qué hacer para aprovecharlo. Y es de esto que debe hablarse pronto en el Ejecutivo y el Congreso.

Lo que no debería aceptarse ni como hipótesis escolar es que también ha dado de sí la democracia. Sin embargo, es por ahí que se empieza a hilar un punto de fuga para el callejón estrecho que vivimos.

La inexperiencia gubernamental no sirve para explicar el desvanecimiento de las expectativas y el alejamiento popular de la política democrática, pero sí para las más estrambóticas supercherías. "Puesto que el Presidente no funciona, o de plano no hay gobierno", alguien vendrá a llenar el hueco, nos dice la nueva politología. Y ahí está, que ni mandado a hacer, el ex presidente Salinas con su cauda de poderes ocultos y deudas por cobrar. Ahí está, dirán otros, la remozada alternativa zapatista que desde Chiapas busca construir otro estado de derecho haciendo trizas lo que queda del anterior, sin parar mientes en las graves consecuencias ecológicas y sociales implícitas en su propuesta de nuevo régimen in situ.

Se trata de evasiones sintomáticas de una realidad hostil, pero su atractivo crece porque lo que prima en la política hoy son fugas hacia delante o atrás para soslayar tareas y problemas no resueltos. De aquí el éxito efímero de las promesas de realización instantánea o la popularidad de los cazafantasmas. Pero de aquí también la anomia galopante, la ira local, la desazón, la abstención, la delincuencia masiva.

Muchas y vanas promesas, ominosas realidades. Así empieza el ciclo del Congreso en el que muchos insistimos en cifrar la esperanza en un orden democrático. Sin embargo, es claro que ni con el mejor Congreso del mundo la vamos a hacer.

La tripulación puede estar unida y dispuesta a zarpar, pero el mando no puede depositarse en comités de quiebras o en clubes salvadores. Este ciclo, recuérdese, arranca con el Informe del Presidente ante el Congreso de la Unión. Entonces veremos si hay en el Ejecutivo las capacidades mínimas para adelantar una convocatoria que ponga en sintonía la política democrática con los descontentos de la nación. Todo el concierto que se quiera, pero sin batuta el ruido gana. Vaya que tiene qué ofrecer el Presidente: gobierno