Ojarasca 74  junio 2003

La voz de los campesinos de Veracruz


Ramón Vera Herrera, Texcatepec, Veracruz. A las siete en punto de la mañana, un micro robot pegado a la pared del cuarto de sistemas de Radio Huayacocotla, la voz de los campesinos, enciende los aparatos de transmisión y comienza a llegar --estén o no estén los operadores-- a todos los rincones de la Sierra Norte de Veracruz en mexica, masapijni, ñuhú, y castellano. Por separado, Pancho Ramos, Alfredo Zepeda y Eugenio Gómez, los jesuitas que acompañan los procesos de "reconstitución de los pueblos", orgullosos comentan: "tenemos el único reloj automático del mundo que da la hora en ñuhú". Y es cierto. En forma aleatoria, da también la hora en castellano. Al finalizar la jornada, a las once de la noche ("hora de Dios, no del gobierno") el micro componente apaga en automático todo el equipo.

Sí, Radio Huaya, fundada en 1965 como escuela radiofónica y que años después comenzaría a transmitir a ese rincón del mundo donde "las vacas tienen más y mejor tierra que los campesinos y en vez de trabajar están sentadas sobre su comida", cumplió años y como desde hace siete, lo celebran los pueblos de ese rincón de la Huasteca veracruzana con lo que ya se conoce con fama como el Festival de la Sierra.

Esta vez el acontecimiento reúne a cuatro mil personas en La Florida, muy cerca de la cabecera de Texcatepec, municipio de oposición hace once años y que gobiernan la Unión Campesina Zapatista y el Comité de Defensa Campesina (con registro del prd). Este partido pesa poco: como dice mucha gente: "aquí las opciones políticas son el pri, que se queja mucho de la gestión municipal de los compañeros, y la organización".

Los pueblos están que gozan. Bandas de música, tríos huastecos, grupos de danza y ni más ni menos que los voladores totonacos de Papantla.

El espacio donde ocurre el festival es una suerte de anfiteatro natural "que ni mandado hacer": un semicírculo de terrazas escalonadas que sirven de asiento al público que disfruta el encuentro desde arriba, sobre el pasto y las piedras, contemplando la terraza inferior más amplia (el escenario), con la barranca en frente. Más allá, la sierra se mira como un tendido de lomas y macizos. El centro de tal escenario se reserva al poste que servirá en la danza de los voladores.

La reunión comenzó unos tres días antes cuando mexicas (nahuas) masapijni (tepehuas) y ñuhú (otomíes) cortaron un árbol de unos quince metros, muy derechito, que sirviera de poste desde donde los voladores totonacos bajarán volando para reinaugurar el sueño de vitalizar la luna y la lluvia, la siembra y la fertilidad. Durante dos días, cuarenta personas arrastraron el poste unos once kilómetros. La mañana del 31 de mayo la gente que se va congregando en la terraza se organiza para hacer un hoyo, de unos dos metros de hondo, como asiento del poste. Ayudados por una pala mecánica y tirando de cuerdas, unos ochenta hombres levantan el poste hasta "sembrarlo" encima de una gallina negra, ritual, que espera su sino al fondo del hoyo.

El ceremonial previo a la volada se completa tendiendo en torno al poste un caracol de elotes, adornados con hortensias y albahaca.
 

El caporal de la danza comienza a tocar un tamborcito y una flauta y los cinco danzantes entran al caracol para trepar al poste. Los cohetones que silban en el cielo y se disuelven tronando en humos azules anuncian que la danza comienza. Después de zapatear sin dejar de tocar tamborcito y flauta sobre el tambor de 30 cm de diámetro que corona el poste, "hablando así a las cuatro esquinas del mundo --aquella donde nace el frío, luego a la contraria por donde nos viene el calor, luego a donde sale el sol y después a la esquina por donde se va a dormir dejando su lugar a la luna"--, el caporal se asienta en las alturas para cuidar de sus compañeros: las cuatro águilas humanas bajan volando, atadas con cuerda, en las 13 vueltas rituales hasta rozar el piso. Nadie aplaude. La solemnidad del momento recorre la piel de los presentes. Desde la "cabina de transmisión", un tenderete de ramas con el equipo de sonido necesario, se explica para los presentes:

 
La cercanía con poblados mestizos, y algunas instituciones como el ini, nos han metido la idea de que nuestras danzas son para que los mestizos y los funcionarios se diviertan. Ellos nombran "folklor" a nuestras danzas y nuestra música. Nos han puesto a concursar y competir entre nosotros. [...] Para nosotros, pueblos indígenas, la danza es sagrada. Así acariciamos a la Madre Tierra, y platicamos con la lluvia, el viento y el sol. Por eso pedimos a todos que respeten nuestras costumbres. Ante lo sagrado no se aplaude.


Seguirán las bandas, primero todas juntas (cada quién con una pieza diferente) y luego por separado, y por turnos los tríos huastecos y las danzas de los distintos pueblos y comunidades durante dos días completos.

Pero el impulso que los mueve a reunirse no es sólo la celebración del arte tradicional y contemporáneo de la sierra. Celebran la radio y como tal su resistencia (política, territorial, cultural). Por los altavoces se escucha:
 

...Somos los abuelos de nuestros hijos. También seguimos resistiendo. La guerra ahora se nos presenta como eso que llaman neoliberalismo. Esa guerra sorda en que se desconoce a nuestras autoridades. Ya no podemos tratar los asuntos en colectivo, ya nuestras autoridades no son reconocidas por las leyes mestizas. Ahora cada una de las mujeres tiene que caminar a recoger sus centavos de Progresa (Oportunidades). Los hombres tienen que correr por todos estos cerros para inscribirse y luego recoger su Procampo.

Tenemos que encontrar el camino para entrar en los secretos de todos los abuelos. Encontrar esos secretos que los llevaron a seguir viviendo con la fuerza de la comunidad; esos secretos que lograron conservar sus territorios a pesar de la Ley Lerdo que se los prohibía. Esos secretos que nos han mantenido en la lucha por defender y recuperar nuestros territorios mexica, masapigní y ñuhu.

Nuestras nietas y nietos tendrán que ver en nosotros las mismas señales de resistencia que nosotros buscamos en los secretos de nuestros abuelos.

Para dejarles una vida mejor a nuestras hijas y nuestros hijos nos hemos reunido muchas veces en la casa de todos: el Congreso Nacional Indígena. Junto con todos los pueblos indígenas de México hemos nombrado nuestras demandas pero que son las tareas que tenemos que hacer nosotros mismos.


La fuerza cohesionadora de El Festival de la Sierra es Radio Huayacocotla que, impulsando la comunicación y la música de diversas partes del país y América Latina, basta para que los pueblos de la sierra tengan un referente para nombrar los problemas que les aquejan, como el incumplimiento gubernamental de los Acuerdos de San Andrés, la noción de que todos los derechos humanos de estos pueblos se violan sistemáticamente, aparte de la represión ejercida por el gobierno de Miguel Alemán, mediante programas como Procede (impuesto bajo la presión de la Procuraduría Agraria), que insiste en que la tierra ejidal y comunal se registre individualmente abriendo la puerta a la venta particular, algo que han resistido los pueblos de la región, por "la individualización del trato". Al igual que el programa Oportunidades, antes Progresa, estos programas centran su objetivo en dividir a las comunidades y, en casos, han logrado pulverizarlas. Los programas de salud permiten hoy la práctica privada de los médicos, lo que tiende a desmantelar los antiguos servicios de salud del Estado.

La homogenización educativa y cultural se conjuga con la negación del derecho indígena a la comunicación. Siendo Radio Huayacocotla la única radio permisionada de la sociedad civil en el país dirigida por indígenas y que trasmite en nahua, tepehua, otomí y castilla, "está parcialmente amordazada en frecuencia de onda corta por la negativa del gobierno a otorgar el permiso de transmisión en onda media, a pesar de que llena todos los requisitos técnicos de la actual legislación".

amealand



Pochotitlán, Nayarit. Foto:Adrián Mealand

 
regresa a portada