La Jornada Semanal,   domingo 15 de junio del 2003        núm. 432
Siete voces

Un suicida
Lucía Rivadeneyra

Grandísimo cabrón ya te nos fuiste.
No avisaste, carajo.
Y ahí nos dejas, arañando lágrimas
enredando las causas
buscando las preguntas
queriéndote, queriéndote.

No se vale, traidor. Ya no podremos
pelearnos las razones.

Tu mueca de suicida
es sorpresa y angustia, es dolor
insospechado en la soga nocturna.
Es dolor arrancado a la vergüenza.

Por eso no queremos
contar a los vecinos
que sacaste la lengua para herirnos.

Dos haikús
Gerard Guasch

cuando mis labios
tardan
en ese lugar que no quiero decir
tu cuerpo florece

entonces, a largos tragos, bebo
de la fuente del secreto

*

naves sin astrolabio
ni sextante

el uno al otro amarrados

en busca de la costa soñada
bogamos


Los poetas recién casados
(in memoriam Juan Ramón Jiménez)

Dos poemas
Claudia Santa-Ana

A Óscar Santos
La Hora del Obispo

Un sable se trasluce al fondo de la niebla. Los pájaros regresan a la saya apenas movida por el viento. El maderamen en la arena levanta un espejo oscuro en los filos de las rocas: se prisma la ciudad de púrpura entre sonidos de aldabones. La llaman La Hora del Obispo.

  Quien se desvanece entre sus velas batientes me lleva apenas de la mano como una línea de aceite negro entre las aguas.

La ofrenda

En la orilla que aún fulgura la muerte nos devuelva al cuerpo: extienda sus pliegues difusos y nos arroje a las aguas, como ramos ennegrecidos.

Poema
Óscar Santos

Para Claudia Santa-Ana
Recuerdo esa noche. Detrás del otro cristal una ciudad inhóspita. Creí verte. O no. De algo estoy seguro. Fue tu cuerpo el que se desbordó de mí. Fue algo recién llegado eso que se instaló en aquella habitación. Hubo una vela en tus ojos. Un faro para mi navegación su luz enorme. Quise decírtelo: remontar de nuevo las más altas olas sobre tu cadera.

Sabrás que te he soñado, simple, como el balanceo de ramas apenas movidas por un viento ya inexistente. El lugar era el mismo: una senda limitada por un ejército de árboles casi mudos. Y la luz recién madurada en su propia rama oscilante, al iluminar tu rostro, eran tan joven pero a la vez tan amplia. Yo te visitaba nuevamente. Había una mesa también, ahora recuerdo, y las hojas encima me cubrían el corazón. Te amé entonces como en este momento. Lleno de ti regresé deslumbrado. Dueño de otras palabras para desenmascarar al mundo.

Santa Santera
Carlos Pineda

A Palés Matos y Nicolás Guillén
Canta santera
                   Mazarauarimba rimbasea
Canta cura y reza
                   Baserosa bombosea

Santa Santera
¡Mira qué cosa!
Qué cosa
Que mi linda negra
Ha caído enferma
Enferma
De su linda papayita tierna

Anda y ve
Por el muñeco y las velas
Ande y ve
Por el crucifijo y la yerba
Anda y ve
Y baila el Changuí Cacharangué
Anda y ve

¡Dile! Santera
Como tú sabes decirlo
Como rezo
Como grito
Dile a su sangre revolcadera
Que ya no huya
Que no
De su luna entrepierna
Que ya Changó ta’ contento
Y no quiere ma’ canto pa’ marea
Que ya no huya
Que no
De su linda papayita tierna

Santa Santera
Si tú supiera
Cómo la carne la tengo
La tengo de seca
¡Ay! tan seca
De tanto sufrir
¡Tanto!
Por la su culpa
De su coloraa almendrita negra
Si tú supiera
Si tú supiera

Canta Santera
                   Mazarauarimba rimbasea
Canta cura y reza
                   Baserosa bombosea

Ave Fénix
Miguel Aguilar Carrillo

Sobre este pájaro discuten mucho los lógicos
Bestiaris II
He aquí mis aventuras:
Después de andar quinientos años
la experiencia me enseña a lamentar arrugas
y me consumo en el altar previsto
entre santas maderas de los bosques de Líbano
(ardo por la simple lascivia de consumirme en llamas).
Dejo que mi cuerpo –más bello y más constante
que el que tiene el pavo real de majestuoso paso–
hable por sus cenizas, por su nada.

Renazco al punto. Observo mi atinado designio
en la forma de un gusano,
solamente en el soplo de un instante,
para luego vagar otros quinientos años
sin ningún compañero a quien comente mi condena
de nunca perfilar la muerte.

Poema 
(fragmento)
Manuel Cosío

Ha cavado la luna
su trinchera mensual
de luz en el océano.

Es un camino claro
que invita al solitario
a descalzar el alma,
espejo del espejo,
e intentar el retorno
¿a dónde? ¿a ti
que supiste oportuna
acallar el ensalmo?

¿Regresar a tus brazos
recubiertos de luna,
anticipando el miedo
de caminar sobre agua?
Ha plateado la luna
su sendero de hielo.
Plena esta noche, igual
que aquella otra,
agua de luz, igual,
que la primera.