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México D.F. Martes 10 de junio de 2003

Teresa del Conde

Desencanto y repudio

El pasado 1Ɔ de junio apareció publicado en un conocido y muy leído suplemento cultural un artículo de la crítica de arte Sylvia Navarrete, subdirectora del Museo Carrillo Gil. Se titula ''Egresados y prófugos de La Esmeralda" y fue escrito a propósito de la exposición con la que la escuela celebra 60 años de vida. Por haber salido del país, todavía no visito la exposición, pero me he enterado de sus vericuetos por múltiples conductos, incluido el que ha proporcionado el director de La Esmeralda, Arturo Rodríguez Döring.

El artículo de Navarrete desató intranquilidad entre algunos pintores que antaño se han visto favorecidos por sus comentarios y la despertó con cierta razón: ella ha promovido a varios, sus trabajos críticos aparecidos en catálogos de exposiciones individuales son certeros, argumentados y documentados. Revelan su condición de historiadora y de crítica de arte y la sitúan como una de las más activas representantes de la nueva generación de críticos, es decir, posterior a la de Jorge Alberto Manrique, Luis Carlos Emerich y Alberto Blanco, que me incluye.

Recibí comunicados por vía telefónica y por e-mail de cuatro artistas desencantados con el artículo de Sylvia. Sólo escuché o leí, sin emitir comentario alguno. Si ahora dedico este texto a comentar la cuestión es porque me temo que los artistas desencantados tienen y no razón. La tienen porque en el artículo de marras Sylvia Navarrete parece integrarse al amplio y globalizado campo de las artes alternativas -ya sabemos que la denominación es inexacta- aparentemente en demérito del interés que ha mostrado por las disciplinas ortodoxas, pese a que uno de sus trabajos más recientes está dedicado a Miguel Castro Leñero, pintor y grabador cuyo rigor en el manejo de los oficios que ejerce es puntal para la consecución de sus obras, mismas que revelan un imaginario ''minimal" que dista de haberse agotado y que hace pensar en que la pintura -desde Altamira, Lascaux o Baja California a la fecha- siempre será un género capaz de producir situaciones inéditas, como ejemplifica no sólo su caso, sino el de muchos otros artistas de su misma generación. Tres exposiciones recientes dan fe de ello: la ya concluida de Germán Venegas en La Esmeralda, la de Gustavo Monroy en el Museo Universitario de Ciencias y Artes, de la que ya me ocupé en anteriores artículos y la de José Castro Leñero en Querétaro.

He dicho que los artistas desencantados (ninguno de los que he mencionado por nombre) ''tienen y no razón". No la tienen en el sentido de que me parece que no leyeron con la suficiente atención el artículo de Navarrete. Ella puso especial énfasis en analizar la corriente neo-mexicanista que hizo eclosión en los años ochenta, basándose, sobre todo, en el libro de Luis Carlos Emerich, Figuraciones y desfiguros de los 80. Además de la discusión que ella plantea sobre ''la alternancia" (palabra que en sentido artístico pretende conjugar performance, happening, arte objeto, instalación, video, imágenes computarizadas, etcétera) sin llegar a plantear una concusión, a lo que Navarrete dedica su texto es a desentrañar los neomexicanismos que tuvieron su auge sobre todo a partir de la exposición Origen y visión. Nueva pintura alemana (en el MAM, 1984) y seguidamente del terremoto de 1985 que marca un hito, quiérase o no, en nuestra historia artística.

Sylvia Navarrete no propone un ''juicio final" de aquella generación (a la cual pertenece ella en el terreno de la investigación y del art writing) que tuvo su sitial protagónico por antonomasia durante la década de los ochenta. Entre líneas habla, sí, de un cierto cansancio que acosa a algunas de las disciplinas tradicionales, pero eso no se debe en forma alguna a que éstas hayan entrado en crisis, sino a que sus respectivos vocabularios con frecuencia están repitiendo un segundo o tercer estadio de discurso sin proponer siquiera una redición. Eso está sucediendo precisamente entre artistas muy jóvenes que practican tales disciplinas. Naturalmente que hay excepciones, como también las hay (me refiero a excepciones en sentido negativo) entre quienes resultaron ser los paradigmas de aquella brillante generación que empezó a dar muestras de su vitalidad a finales de los setenta, todavía durante el auge de los grupos de trabajo colectivo.

Basta revisar los catálogos publicados durante el auge del Salón Nacional de Artes Plásticas para percatarse de ello. Ya transcurrió la época de los salones y de eso no hay que lamentarse, de lo que sí la hay es de la ausencia de espacios que privilegien las otras vetas de aquello que hemos dado en denominar ''la contemporaneidad" que ocupa un lapso mucho más amplio y variado del que críticos y curadores se muestran hoy día dispuestos a admitir. Una buena discusión entre tirios y troyanos posiblemente arrojaría luces sobre la situación.

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