Jornada Semanal, domingo 1º de junio de 2003           núm. 430

MICHELLE SOLANO
EILLOKO, FLECHA ENTRE HERMANOS

Si existe un género teatral que corre peligro de extinción, es el monólogo. En México, cada vez se escriben menos y no hay muchos actores que tengan la capacidad de resolverlos y ejecutarlos de modo preciso. Quizá uno de los prejuicios que han contribuido al desdén del monólogo por parte de dramaturgos, actores, directores y –como es evidente– del público, es la tendencia a clasificarlos como aburridos, tremendamente retóricos, discursivos, "pesados"; lo triste es que en más de una ocasión, la gente (académicos y espectadores) no se equivoca. Es raro leer un buen monólogo, cosa difícil es ver uno como feliz resultado escénico, más improbable es un actor o actriz que lo sustente y lo encare. Así las cosas, resulta un privilegio encontrar propuestas tan enriquecedoras como Eilloko, flecha entre hermanos, trabajo que es el resultado de una búsqueda constante iniciada a modo de laboratorio teatral por Guillermo Iván, Edgar Álvarez y el artista plástico Gelasio Dueñas.

La cronista tuvo la oportunidad de asistir a una función de preestreno de este monólogo antes de su partida a una serie de presentaciones en la isla de Cuba. Escrito y dirigido por Edgar Álvarez, el texto resulta peculiar en tanto que su temática escapa a lo trillado, a lo más socorrido por otros autores de su generación (y las anteriores, incluso): el sincretismo religioso de nuestro continente, en específico el que surgió en Cuba tras la llegada de los esclavos negros provenientes del Congo, Nigeria y el Calabar, y de la prohibición de sus creencias religiosas con el fin de que adoptaran la religión católica. Ese sincretismo religioso encarna uno de los puntos más álgidos en la concepción de la cultura y la tradición cubana, y Álvarez ha creado un texto que permite aprehender la riqueza del folclor, la música, el lenguaje y "el cubaneo" sin que el resultado esté limitado a la visión del autor mexicano y donde, además, se ofrece una historia por demás valiosa y bien hilvanada.

El monólogo es interpretado por Guillermo Iván, de quien ya habíamos visto trabajos bastante buenos como Las metamorfosis (también dirigida por Álvarez) y Fedra y otras griegas. Si de su capacidad histriónica no cabían dudas, en este monólogo sólo existe una palabra que lo describe bien y de modo justo: soberbio. Es impresionante la capacidad que tiene este joven actor para elaborar varios personajes dentro de un monólogo y no perder ni por un momento el hilo conductor del personaje central que lleva la narración y que es el eje alrededor del cual giran los demás. No se trata nada más del trabajo corporal, gestual y vocal (que muchos debieran envidiarle porque es excelente) sino de "eso" a lo que se puede nombrar de muchas formas, que nadie sabe bien a bien qué es, pero se nota arriba de un escenario (¿talento?, ¿ángel?, ¿estrella?, ¿histrión?).

La escenografía se conforma de escasos elementos (apenas un bat, una manopla de beisbol, una nganga...), de los cuales el actor echa mano para elaborar sus juegos escénicos. Hay momentos en donde el espectador verá parte de algunos rituales de la tradición bantú, cantos y oraciones que conforman por sí mismos una expresión artística que es visible también en la obra que Gelasio Dueñas ha creado para este montaje y que expondrá (en Cuba y en México) durante las representaciones.

Al regreso de su gira por Cuba, este monólogo se estrenará en México. Vale la pena verlo, y más aún apostar por él. Aquí hay carne, sustancia y espíritu de teatro.

TERCERA LLAMADA

Se repone Zorros Chinos. ¿Por qué? Su anterior temporada transcurrió sin pena ni gloria. No constituye una propuesta novedosa, vanguardista o que –al menos– aporte algo. La dramaturgia es de Emilio Carballido y la dirección es de Carlos Corona… (¿Será que enfrentamos una oligarquía en el mundillo de la gestión cultural?)

La otra: En el Orientación se presenta un bodrio infumable: Los negros, supuestamente basado en el texto de Jean Genet y dirigido (¿?) por José Luis Cruz. No vale la pena gastar tinta, sólo diré que es la primera vez que me salgo de una función. Comenzó a las 20:45 y la soporté hasta las 22:05 hrs. No sé cuánto tiempo más quedaba de la masacre al texto de Genet. No fui la única que abandonó la sala. Aguanté al menos una hora más que aquellos que lo hicieron antes que yo (entre público y gente de teatro). ¿De verdad no hay otras cosas que valgan más la pena para ocupar espacios, horarios y presupuestos en estos teatros? ¿De verdad no les da pena cobrar 120 pesos por algo así? ¿Por qué no renovar temporada a obras que les iba bien? ¿No les da pena el ejercicio malsano de su podersucho que sirve sólo a sus propios fines? ¿Cuánto más en aras de una carrera política?

Teatro, señores, se trata de teatro.

 

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