Jornada Semanal,  domingo 1º de junio de 2003           núm. 430

JAVIER SICILIA

DEL SATANISMO A LA LUZ

Léon Bloy, ese hombre que escribió, "Sólo hay una tristeza y es la de no haber sido un santo", pero que nadie puede dejar de encontrar en todas las encrucijadas de la mística, tenía un extraño don: el de mirar en los entrecruzamientos de los hilos de la historia su sentido sobrenatural o, para usar una metáfora greeneana, el revés de la trama de la vida. De entre toda la complejidad de su mirada, que Albert Beguin desentraña y expone maravillosamente en su libro Léon Bloy, místico del dolor (fce), quiero hablar de su analogía entre Lucifer y el Espíritu Santo.

Para Bloy, es una de sus múltiples interpretaciones, tanto el Espíritu Santo (la Luz), como Lucifer (el simulador de la Luz) pueden aparecer como amos indiscutibles del mundo en distintos momentos de la historia. Ambos son, para ojos humanos, cegadores, pues uno y otro son para la tierra "extranjeros" que irrumpen y deslumbran con igual asombro.

¿Dónde había encontrado esa visión? En su propia época, que es la de Baudelaire, aquella en que el Paracleto y el demonio se mostraban juntos, y en su propia vida, cuya alma entró con el mismo paso en los riesgos de la perdición y de la salvación. Su época, en este sentido, fue una en que muchas almas, como la del propio Baudelaire, como la suya, como la de Rimbaud o la de Dostoievski, en su búsqueda de Dios pasaron por los territorios del Príncipe de este Mundo.

Aunque podría rastrearse ese itinerario en cada una de ellos, tal vez el que lo muestra con mayor claridad en su vida y en su obra es Joris-Karl Huysmans.

Este impecable burócrata, que no dejó de asistir durante treinta y dos años a su trabajo, se abismó, a través del satanismo del pintor Felicien Rops, en sus fauces. Dos de sus más altas obras: Au rebours, la vida de uno de los más grandes monstruos de la historia, Gilles de Rais, y Là-bas, atravesado por destellos infernales que queman las manos y los ojos, lo muestran con una claridad sobrecogedora.

Es, sin embargo, en esta última obra, en la que Huysmans desciende a la más oscuras humillaciones del mal, donde comienza su ascenso. En el fondo de su horror, Là-bas, como señala Ferdinando Castelli, descubre cuatro verdades de ese tremendo proceso de la vida del espíritu que Bloy vio con admirable claridad: 1. "el positivismo está de moda, se despierta y uno se dedica al ocultismo [...] Cuando el materialismo impera, vuelve a surgir la magia"; 2. "Satán es una realidad operante, misteriosa y monstruosa; el satanismo no es cuestión de visiones o de acontecimientos extraordinarios; es aceptar que el maligno habite en nuestras almas"; 3. "El misterio está por todas partes y la razón se pierde en las tinieblas cuando trata de ponerse en camino"; 4. "Si uno está convencido del satanismo y es coherente consigo mismo, hay que creer también en el catolicismo y, en este caso, no queda otro argumento más que la oración."

A partir de ese momento Huysmans inicia su ascenso al Espíritu Santo. Lo primero que hace es entrar en contacto con el abad Mugnier, quien describe su encuentro: "Vi entrar en mi sacristía a un hombre delgado, cabeza totalmente rapada, bigotes cortos, embarazo de encontrarse en un ambiente poco familiar para él. [Lo] invité a pasar. Entonces [...] comenzó a mirarme con aquellos agudos ojos, casi agrediéndome; cuando se dio cuenta de mi actitud, suavizó su mirada y con voz débil, sorda, ligeramente nasal, me expuso sin preámbulos el motivo de su visita. –Publiqué un libro satánico, lleno de misas negras. Quisiera publicar otro, pero blanco. Sin embargo, primero es necesario que me blanquee a mí mismo. ¿Tiene usted cloro para mi alma?" Después, acompañado en su alma por el propio abad y en su escritura por su talento y la luz del Espíritu, compuso otras tres obras magníficas, el lado luminoso de las anteriores: En route, La cathédrale y L’Obla, que nos narran su conversión, su experiencia católica y el ingreso entre los benedictinos como oblato.

Estos espíritu, que habitaron el siglo xix, fueron muy sensibles al problema de la historia de la Salvación y de los procesos de la Luz y de la simulación de la Luz. Metidos, con una lúcida conciencia espiritual, en el centro de una época que se profundizaba y en una búsqueda desesperada de un Dios que era asesinado por esa misma historia, miraban que el Reino definitivo y prometido por Cristo arrastra de siglo en siglo su curso cargado de espanto y de mal en el que ellos estaban inmersos y ante el cual, como lo mostró Huysmans, después de tocar los más bajos fondos de lo demoniaco, era precisa toda la atención de un espíritu de oración y toda la difícil obediencia de un corazón devuelto a la humildad.

Fueron los testigos más recientes del proceso de la redención en un mundo tocado por el mal; los testigos más lúcidos de las trampas del demonio en el centro del racionalismo que comenzaba a despuntar.

El espíritu del siglo xxi ha perdido esa lucidez. Como lo vio Bloy, el nuestro es uno de ésos en que el Príncipe de este Mundo aparece como amo indiscutible del mundo. No lo sabemos porque, lo dijo Baudelaire, no precisamente para su siglo, sino para el nuestro, "el mayor triunfo del Demonio en este siglo es habernos hecho creer que no existe" y amputarnos del sentido de las luchas del espíritu. Habrá que aguardar la manifestación del Paracleto para volver a redescubrir con otros ojos lo que ellos miraron y expusieron con una tensión abismal y recuperar el ascenso del que Huysmans nos habló.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva.