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México D.F. Domingo 18 de mayo de 2003

Angeles González Gamio

De la muerte a la vida

El Tribunal del Santo Oficio, popularmente conocido como la Inquisición, se estableció en la Nueva España en 1571, en la hermosa plaza de Santo Domingo. Las primeras construcciones sufrieron hundimientos, y a mediados del siglo XVIII nombraron al notable arquitecto don Pedro de Arrieta, Maestro Mayor de Arquitectura y Albañilería de la Inquisición, para que construyera un nuevo edificio, que es el bello palacio que aún podemos admirar. En 1738, justo un año después de haber concluido la obra, por la que ganaba dos pesos diarios, murió en la miseria.

El majestuoso recinto de tezontle rojizo finamente trabajado, decorado en marcos, molduras y adornos con elegante cantera, se distingue por dos rasgos notables que le imprimió Arrieta. El primero, es achaflanar la esquina y colocar en ella la entrada, con lo que se logró que el edificio gozara de ambas calles y diera directamente a la plaza. Esta particularidad dio origen a que se le conociera como La Casa Chata.

Otro detalle admirable se encuentra en el patio principal: los arcos de las esquinas, que al carecer de columnas dan la impresión de estar en el aire, colgando como un gran arete, maravilla arquitectónica que nos continúa asombrando.

Aquí funcionó durante casi 300 años el funesto Tribunal del Santo Oficio, cuyos autos de fe se celebraban, algunos, en la plaza de Santo Domingo y otros en el Zócalo, o en el quemadero que tenía frente a la Alameda. Alojó a las cárceles de La Perpetua, una capilla, habitaciones para los inquisidores, salas para tormento y otras dependencias de triste memoria. Periódicamente se celebraban ceremonias públicas, en las que todos los asistentes juraban denunciar a cualquier individuo sospechoso; las denuncias podían ser anónimas. Esto dio lugar a que muchas personas se cobraran agravios personales con acusaciones falsas, que entre que se averiguaba si eran ciertas, ocasionaban que los acusados fueran encarcelados y se les quitaran sus bienes.

El tormento ejercido en el acusado o en una persona cercana era el método más común para extraer confesiones; las sentencias iban desde actos de humillación pública, hasta prisión perpetua o muerte.

En 1820 se ordenó la desaparición en México del Tribunal del Santo Oficio y el majestuoso edificio fue puesto en venta. Paradójicamente, después de ser propiedad por un breve tiempo del Arzobispado, en 1854 lo adquirió el Estado para que fuera la sede de la Escuela de Medicina, pasando a ser del palacio de la muerte al palacio donde se formaban los que van a salvar vidas. Para adaptarlo para ese propósito se le hicieron diversas adecuaciones. Entre otras, se le agregó un tercer piso. Un detalle sombrío de esa época luminosa del recinto, es que en las habitaciones de los estudiantes se suicidó, ingiriendo veneno, el poeta Manuel Acuña, tras su decepción amorosa por el rechazo de Rosario de la Peña.

Al trasladarse la Facultad de Medicina a Ciudad Universitaria, se restauró el edificio, quitándole el tercer piso y devolviéndole su antiguo esplendor. Actualmente es sede del Centro de Estudios Superiores de Medicina y aloja una biblioteca, una esplendorosa botica del siglo XIX, con su contrabotica, donde preparaban y guardaban los medicamentos en hermosos frascos, morteros y objetos diversos de porcelana y cristal que nos hacen evocar a los alquimistas medievales. Otro encanto de este palacio es su Museo de la Medicina, verdaderamente interesante, ya que muestra el desarrollo de esta ciencia, desde la época prehispánica. Entre otros atractivos, podemos admirar flotando sensualmente, en grandes pomos de cristal, las hierbas que utilizaban, muchas de las cuales aún son de uso común entre gran parte de la población.

Tiene la ventaja adicional de estar situado en una de las plazas más bellas del mundo: la de Santo Domingo, misma que bautiza la hostería que se encuentra a unos pasos, en la calle Belisario Domínguez 76. La familia Orozco ofrece la comida tradicional mexicana, con platillos de temporada. Ahora tienen escamoles y chinchayote relleno de queso. De la carta permanente son imprescindibles la enfrijolada Santo Domingo, que es una sopa de frijol exquisita, y la pechuga ranchera, que se prepara con natas. Si le queda lugar para el postre, Ƒqué tal una capirotada?

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