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México D.F. Domingo 18 de mayo de 2003

Rolando Cordera Campos

La hora del mercado interno

Los Mochis fue escogida por la Canacintra para celebrar su reunión anual de delegaciones. Con la dirigencia nacional en pleno, los industriales de la industria de transformación se abocaron a discutir sobre las formas de fortalecer el mercado interno, asignatura pendiente, si alguna, del cambio estructural y la globalización acelerada de México.

Aparte de las conferencias de apertura, a cargo de este corresponsal y del subsecretario para las Pequeñas y Medianas Empresas, Sergio García de Alba, el plato fuerte del primer día de la convención fue la inauguración formal realizada la noche del día 14, con discursos de la presidenta de esa organización histórica, Yeidkol Polevnski; del secretario de Economía, Fernando Canales Clariond, y del gobernador de Sinaloa, Juan Millán. También intervinieron representantes locales de la cámara en Mochis y su presidente municipal, quienes organizaron la reunión en el contexto de las celebraciones del primer centenario de esa progresista ciudad del norte de Sinaloa.

Fortalecer el mercado interno es el más reciente pliego de compromisos del presidente Fox. Pero la forma de desplegar y hacer durar las políticas que pudiesen concretar ese propósito es lo que los industriales luchones de la Canacintra buscan y reclaman del gobierno federal y de los gobiernos estatales. Para ellos, todo tiene que emanar de decisiones y operaciones políticas y de Estado, porque esa es la magnitud del daño a reparar.

Por ejemplo, darle a las compras del gobierno un contenido de desarrollo industrial con visión de futuro es exigencia vital de estos tiempos, pero la manera de aplicar las medidas que hagan realidad la propuesta está en un mañana sin fecha. Para no hablar de la enorme cuestión del financiamiento, una y otra vez visitada por empresarios y gobierno y una y otra vez relegada por la renuencia bancaria o la cautela excesiva del funcionariado financiero estatal, que prefiere seguir soplándole al jocoque hasta el ridículo antes de arriesgar una uña en el financiamiento para las débiles pero cruciales empresas pequeñas y medianas.

El hoyo negro abierto por el descalabro del 95 y su secuela de siglas desastrosas (Fobaproa, IPAB y lo que siga) no se ha cerrado y es el mayor obstáculo a una estrategia de fortalecimiento del mercado doméstico que tenga como pivote la inversión y la expansión productiva. Inventar empleos puede ser aceptable y racional en la emergencia, pero sin una ampliación congruente de la base de capital físico y humano la invención original se topa pronto con los muros implacables de la inflación y el desequilibrio externo.

Tomar en serio a la pequeña y la mediana empresas, más que como grupo de presión como factor decisivo para sostener el tejido social y el mercado interno, y propiciar su desarrollo, es el desafío principal del compromiso presidencial sobre el tema. Sin un desempeño dinámico y duradero de este sector económico y social no habrá una efectiva ampliación del mercado mexicano y se mantendrá débil, en el mejor de los casos, la capacidad nacional para realizar las promesas de la globalización. Sin empleo bueno y que dure no hay mercado interno eficiente, pero para que esto se dé es preciso recuperar para el lenguaje económico y político mexicano la centralidad de la inversión.

Descansar en la inversión privada, como reiteró el secretario Clariond, puede ser una hipótesis de trabajo, pero no la constatación de una experiencia exitosa y realista. Sin un concurso activo y congruente del Estado en la inversión de infraestructura y parte del financiamiento, y en la concreción de convocatorias para crear espacios permanentes para el diálogo entre sectores e intereses, la ampliación del mercado doméstico se hará, en el mejor de los casos, a cuentagotas, y no será suficiente para lograr lo principal, que es un crecimiento sostenido y alto por muchos años.

De todo esto y más se habló en Los Mochis entre el miércoles y el viernes de la semana que se fue. Sinaloa constituye un escenario propicio para deliberar en torno a la cuestión vital y no resuelta de recuperar la centralidad del mercado interno sin renunciar a la globalización, que en nuestro caso se apellida TLCAN. En Sinaloa han buscado hacerlo, abriendo paso a la agroindustria y a la industria pesada de exportación y arriesgando recursos y equilibrios financieros en creación de infraestructura. Pero con todo y sus logros, la fragilidad del empeño se agudiza por la crueldad de la sequía, la volatilidad manifiesta del mercado americano y la angustia financiera pública y privada.

Lo que urge, aparte de políticas concretas y audaces en materia de inversión y crédito, es dar paso libre al ansia de diálogo y acuerdo de que han dado cuenta una y otra vez los empresarios pequeños y medianos. La cúpula del pasado, útil para cortarle las uñas a la hiperinflación, no puede ser más el foro para los convenios que se necesitan. Nuevos espacios y nuevas maneras de conversar entre el Estado y la empresa son indispensables. Más aún si se considera la posibilidad de que más temprano que tarde actores del drama laboral hagan acto de presencia.

Si uno proyecta el ánimo en la convención de Canacintra, la célebre cámara de la industrialización nacionalista en la que aportaron ideas y destrezas Jesús Reyes Heroles o Emilio Mújica, entre otros ideólogos y operadores del desarrollo nacional, bien podría decirse que la mesa empieza a servirse y que el gobierno no puede seguir clamando en el desierto por interlocutores para el diálogo y nuevas formas de cooperación pública-privada. Mucho optimismo, tal vez, pero la urgencia y la emergencia se han dado la mano y han puesto sitio a todo lo que desde las cumbres se considera importante y estratégico. Los reclamos y deliberaciones de los industriales que quedan, junto con los relatos y empeños desarrollistas que se han puesto en juego en Sinaloa y otros estados y regiones, deberían servir como argumentos de entrada para que el Estado y otras fuerzas decisivas de la sociedad se decidieran a tomar riesgos y poner en el centro de la atención y los compromisos públicos la recuperación del crecimiento.

Ni la demografía ni la sociología nacionales, marcadas por una pobreza masiva y una desigualdad injustificable, permiten que los actores del mando económico se obstinen en deshojar la margarita, mientras llega el milagro de la recuperación estadunidense. Ya lo vivimos, y no es justo olvidarlo: esas recuperaciones y auges en el norte, no propician aquí sino débiles remedos, insuficientes para poner al país en la senda del desarrollo. Y es de esto que se trata para el conjunto de la política y la política económica. O se vira y se pone en su debido lugar al criterio hasta ahora rector y único de la estabilidad a cualquier costo, o se asume que el camino democrático y civilista adoptado hace unos años tendrá que transcurrir de nuevo por el empedrado infernal de las buenas intenciones. No hay en esto últimas llamadas, pero el teatro está lleno y caliente antes del verano.

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