Ojarasca 71  marzo 2003

veredas

En la verdadera ruta maya

Escenas de una guerra
que no termina

 
autoridades
 
 

Hermann Bellinghausen. Selva Lacandona, Chiapas. Marzo. Un rubor lento en las rocas anuncia el atardecer. La tornamilpa, más verde que nada, brilla enrojecida. Los árboles parecen sangrar. Iluminados, sus troncos se manchan de distintas intensidades. Es una hora larga. Los cerros son una brasa a la que soplan. Las sombras son también largas, acostadas. El sol no se quiere ir, se agarra al paisaje, suplica una prórroga que nunca tendrá. Este disgusto de cada noche es lo que hace al sol amanecer. Primero muerto que no volver sobre los bosques increíbles, una mañana sí, y otra también.
 
 

Hormigas en La Realidad

—Ora hay una hormiga bien fea que antes no teníamos —dice Anastasia y pedalea la máquina de coser, una de las pocas que hay en la comunidad.

—¿Cómo? ¿Apareció de pronto?

?Empezó hace como un año. En abril. De repente, y bien brava. Usté vio orita junto al río. Yo creo que nos la vinieron a echar.

—¿Quién?

Entonces interviene doña Herlinda, su madre:

—Matan los pollos, no dejan que nazcan los huevos. Todo se comen. Acabaron la otra hormiga que teníamos, una negra, que no picaba tan recio. Se la comieron. El piquete, ronchas que saca —y señala su pie descalzo, para que entienda dónde.

—No nomás hormigas rojas —agrega Anastasia, que me quiere convencer de que alguien echó las plagas.

"¿Guerra biológica?" pienso, pero digo:

—¿Me estás diciendo que las tiraron a propósito?

—Ratones. Antes no teníamos tantos. Ora se han acabado mucho frijolar, lo comen el maíz guardado. No hay gato que sirva para acabarlos. Y hay culebra...

—Pero, ¿quién haría eso?

Anastasia duda, le da un poco de pena, pero no tanta para arrepentirse de lo que iba a decir:

—Yo digo que la tiraron de los aviones.

—¿Cuáles?
—Siempre pasan.

No lejos de aquí, en la frontera con Guatemala, años atrás los autónomos de Tierra y Libertad que lucharon contra la planta de Moscamed (un "control de plagas" binacional), testificaron que desde aviones les habían tirado ratones, culebras y moscas que se acabaron frutas y cultivos. No faltaron periodistas que se burlaran de su "fantasía" (ver números atrasados de la revista Letras Libres, México).

—Se enferma mucho el café. Y dice una: ¿por qué ahora, si antes no pasaba así? Los remedios no sirven ya.

Anastasia no da su brazo a torcer:

—Digo yo que lo tiraron los ejércitos pa que más nos muramos de hambre.

—No sabemos —trata doña Herlinda de ser prudente. Y Anastasia calla, sigue cosiendo en la Sínger. Su mamá cambia el tema de la conversación. Se pone a hablar de su hijo muerto hace diez meses, por insuficiencia renal. Diecinueve años tenía. No lo operaron a tiempo. Anastasia o la otra hermana iban a donarle un riñón. La doña no se repone. Y deja claro que prefiere la tristeza al miedo. A Anastasia puede que sí, pero a ella el miedo ya no puede tocarla.
 
 

Chulas fronteras

La colonización de la franja fronteriza al sur de la selva Lacandona lleva su designación de origen en varios de los pueblos que se fundaron aquí después de los años setenta; no hay que adivinar demasiado para saber de dónde procedían los fundadores de Nuevo San Juan Chamula, Nuevo Huixtán, Nuevo (y también Maravillas) Tenejapa, Nuevo San Andrés, Nuevo Salto de Agua, y hasta Nuevo Matzam (nombre de un paraje en Tenejapa).

También es la región donde el exilio guatemalteco encontró refugio en los años ochenta, tan terribles para los indígenas del vecino país. Muchos de ellos son ahora mexicanos. Quizás aquí hierve el melting pot de pueblos mayas más diverso en toda Mesoamérica: hombro con hombro, tzotziles, tzeltales, kakchiqueles, mames, choles, tojolabales.
 
 

En la cuenca del río Lacantún

Saltan de la ladera donde reposaban, aguardando. Interceptan el primer carro. Y por ende, el segundo. Al primero lo rodean agresivos, tumultuosos, como veinte. Se paran enfrente para que no siga. Se prenden a la ventanilla abierta. Unos cuantos se desprenden del primer carro y se dirigen al segundo.

—¿De dónde vienes? ¿Y tú quién eres? ¿Cuál es la razón que te trajo aquí?

(¿Estos, quiénes son? No parecen zapatistas. Carecen de método, se ven nerviosos, enojados).

Respondo evasivamente, tratando de ubicar si son del pri, o de alguna organización. Sin dejarme averiguar, piden credencial e insisten en el motivo para estar ahí. Lo de periodista no parece bastarles, pero los tranquiliza.

—Es que no estamos permitiendo que pasen carros de la "Electricidad", ni de extranjeros de compañías. No vamos a permitir que hagan represas.

—¿Son del PRD? —les pregunto.

—Somos. Algo parecido. Y no vamos permitir que nos chinguen nuestros campos.

—¿De dónde son ustedes?

—De todo por aquí —dice uno y señala la selva a la redonda, vagamente.

—Nuestros pueblos están en estos cerros.

—¿Han venido personas para las represas?

—Han. Antes pasaban así sin más. Ora no los dejamos.

Se calman los ánimos. El que habló primero dice:

—Disculpe si le hablé encabronado. Pero es mi modo. Para que entienda que las represas no las vamos a dejar que pasen.
 



Foto: Huixtán, 1964

regresa a portada