Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 20 de febrero de 2003
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Cultura

Olga Harmony

El teatro y los límites de la ciencia

En el siglo XX la humanidad tuvo una especie de pérdida de la inocencia ante los avances científicos y técnicos que mostraron la dualidad de darnos una mejor calidad de vida y perpetrar horrores difíciles de imaginar. Inclusive las primeras computadoras fueron objeto de rechazo (recordemos a la humanizada Hall de Odisea espacial) por el temor del hombre a ser desplazado por la inteligencia artificial. El científico puede ser benéfico como Salk o atroz como Mengele, puede buscar curas a las enfermedades o diseñar la bomba atómica, y en el siglo que alborea la clonación acentúa esa disputa porque se enfrenta a esa misma dualidad. En estos días la cartelera teatral presenta dos obras que hablan de los límites de la ciencia desde dos perspectivas diferentes.

Juliana Faesler y Clarissa Malheiros crean un espectáculo a partir de dos textos diferentes. El primero, Frankenstein o el moderno Prometeo, es una versión de la novela de Mary Shelley mucho más teatral que la que ya les conocíamos, que era en gran parte narrada y con excesivas referencias a los experimentos hechos por el hombre a través de los siglos para crear vida artificial. Ahora se conserva el mismo diseño, incluso escenográfico, pero desaparece la figura del capitán didáctico y las proyecciones hacen sus veces en lugar de ilustrar lo narrado y con menores cápsulas ilustrativas. Haydeé Boetto encarna esta vez al doctor Frankenstein y, a pesar del desempeño siempre excelente de esta actriz, sigue estorbando ese travestismo innecesario a mi modo de ver, quizá el único pero que le pondría a esta nueva adaptación mucho más clara y limpia, que cambia el final de la novela para poder continuarla en la segunda parte, La Eva futura, basada en parte en la novela del simbolista decimonónico Villier D'Isle-Adam.

En esta segunda parte, la andreida Hadaly -interpretada por Carmen Mastache- sufre al principio el mismo rechazo, por parte de la criatura, que ésta tuvo en su vida entre los hombres, antes de que ambos constituyan pareja. Aquí el tema central es la idea de la muerte, ajena y la propia, y la sobrevivencia eterna del robot. Juliana Faesler fue creando el espectáculo en los ensayos, con la intención confesada de aceptar cualquier forma de vida diferente que la ciencia pudiera proporcionar al mundo humano, idea si no compartible por lo menos muy interesante.

De Argentina llega El experimento Damanthal creado por Javier Margulis en lo que fuera el teatro escuela La Barraca, con actores no todos profesionales y que ahora llama Damanthal Klinik, en un simulacro dentro del simulacro (que recuerda a Peter Weiss) como si los actores fueran los pacientes de la clínica del inventado Alfred Damanthal, capaz de los más atroces experimentos en humanos vivos para encontrar la manera de controlar el comportamiento, incluidas emociones y memoria. Se dan datos muy explícitos de la falsa biografía, el abandono de los padres, las cartas de la hermana (que un audio defectuoso no permite entender del todo), sus estudios, sus contactos con Jung y Freud, en esta figuración que nos recuerda las atrocidades de Mengele en los campos de concentración nazis.

Según la crítica argentina Julia Elena Sagaseta, Margulis ideó su espectáculo a partir de la obra del artista plástico Gottfried Helnwein, lo que explica las connotaciones pictóricas del mismo. Sólo haces de luz y una silla, haces de luz y la presencia de los actores en fugaces composiciones en que cualquiera de ellos puede ser el experimentador o sus víctimas. Cuatro televisores van dando con toda frialdad, esporádicamente, los símbolos que apoyan las apariciones de los actores y es de remarcarse que aun cuando presenten de manera simultánea los mismos objetos o rostros, los encuadres son diferentes. En la parte superior, de manera contrastante, un sillón y cortinajes rojos, pocas veces visibles, en donde la única actriz del reparto es la hermana o la nodriza. Los instrumentos quirúrgicos como herramientas de tortura, la repetición de una acción que se convierte en acciones sucesivas, la música de Adrián Odiozola sustituyendo las palabras, la iluminación de Gonzalo Córdoba y el desempeño corporal de los actores conforman un espectáculo de fría belleza formal y contenido temático escalofriante.

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