Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 1 de febrero de 2003
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Política
EL CAMPO ANTE EL TLCAN

Ni las intimidaciones del gobierno pudieron evitar que se realizara la megamarcha

Logra el tratado lo que la izquierda no ha podido: unir a los desposeídos

Urge una nueva política para el agro y convocar a un pacto Estado-sociedad urbana y rural

MARIA RIVERA

El México profundo volvió a caminar. A nueve años de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), con los resultados del acuerdo en la voz, en las manos, en la mirada, miles de ejidatarios, comuneros, pequeños y medianos propietarios marcharon la tarde ayer del Angel de la Independencia al Zócalo capitalino para decir que ya no están para historias neoliberales ni para cifras macroeconómicas gubernamentales y que urge impulsar una nueva política para el campo; un pacto Estado-sociedad urbana-sociedad rural; renegociar el apartado agropecuario del tratado y poner un alto a la pérdida de la soberanía del país, que se avizora con la puesta en marcha del Plan Puebla-Panamá y el Area de Libre Comercio de las Américas.

Desbordaron la máxima plaza del país y las calles que la rodean en la más grande manifestación campesina independiente de los últimos tiempos. Desde el cardenismo no se había visto nada igual, dijeron los memoriosos. Con gritos que sonaban como creciente de agua, aseguraron que no conocen a los ganadores del acuerdo, de los que tanto hablan los funcionarios gubernamentales y el propio Presidente, y en cambio pueden dar cuenta de los millones de perdedores: que les basta mirarse a sí mismos y a sus familias.

Hablaron de un mundo abandonado a su suerte, a la incierta fortuna de la subsistencia o la migración. Recordaron a los que todavía resisten, generalmente hombres y mujeres mayores, quienes perdidos en la nada se aferran al campo, a la tierra, a su vida. Pero también contaron la historia de los jóvenes que eligieron agarrar camino hacia las ciudades o "al norte" para encontrar una salida a la miseria. Son esos 600 campesinos que abandonan sus tierras cada día, hasta conformar el inmenso río de 1.7 millones en lo que va del tratado, quienes ha dejado sin alma amplias regiones del país.

Si a principios del siglo pasado Porfirio Díaz decretó "mátenlos en caliente", decían en pancartas los de del movimiento El campo no aguanta más, la consigna de Salinas, Zedillo y Fox ha sido "emígrenlos en caliente".

Palabras como soberanía y nacionalismo cobran vigencia

Tras esta marcha los operadores políticos de los pasados sexenios tienen tema para reflexión. Por obra y gracia de sus políticas han conseguido lo que a la izquierda, partidista o no, le ha resultado imposible en tantos años de batalla: unir a los distintos, conciliar las diferencias. Ejidatarios y productores; campesinos y sindicalistas; analfabetas y estudiantes; campo y ciudad se empiezan a encontrar. Tras el curso intensivo de neoliberalismo de años recientes, que dejó a todos de un mismo lado, del de los excluidos, se está conformando un movimiento que vuelve a poner en vigencia palabras como soberanía, nacionalismo, dignidad, historia.

La tarde nublada, con uno de esos cielos tan borrosos que ni son de invierno pero que tampoco se atreven a ser de verano, fue el contexto de esta manifestación que parecía no tener fin. Los primeros contingentes, encabezados por la plana mayor del movimiento campesino y sindical, tras acomodarse llegaron hasta la glorieta de Cuauhtémoc. Poco a poco se fueron recorriendo hasta que la avanzada tuvo que encaminarse al Zócalo, mientras los últimos todavía estaban en el Angel.

En los rostros de los dirigentes de El campo no aguanta más, del Congreso Agrario Permanente, El Barzón y organizaciones sindicales solidarias era notoria la satisfacción. Y no era para menos: habían resistido intimidaciones, acoso y maniobras de último momento para llegar a esta marcha. Las 300 órdenes de aprehensión contra dirigentes campesinos por protestar contra el tratado o para exigir que se reduzca el precio de la electricidad y el diesel no los doblegaron, como tampoco lo hicieron las exhortaciones de Alfonso Durazo, secretario particular de Fox, quien pidió que se suspendiera la movilización en señal de buena voluntad o el Diálogo por una política de Estado para el campo, que se sacaron de la manga Gobernación, Economía y la Sagarpa de último momento.

El gobierno federal apeló a toda clase de prácticas para dividirlos y restarles aliados, pero hasta la CNC aguantó la presión o sacó las cuentas de lo que le costaría una deserción de última hora y terminó participando. Eso sí, fiel a su pasado, negocia con el poder en turno. La gobernabilidad ante todo, argumentaron.

Al paso por avenida Reforma, vuelta patas arriba por obra y gracia de los afanes de remozamiento en estos tiempos electorales, había poca gente presenciando la marcha. Pero conforme se acercaba al primer cuadro de la ciudad, las aceras se fueron llenando. Frente a frente quedó la realidad urbana y la realidad rural. Representantes de los primeros 100 millones de ganadores del TLCAN, según la memorable frase presidencial.

Las consignas variaban de acuerdo con el contingente. La CNC llevó agua para el molino priísta: "¡Se ve, se siente, no existe Presidente!" Pero la mayoría fue a lo suyo: "¡Campo sí, tratado no! ¡Fox, entiende, la patria no se vende!" Al final, todos confluyeron en el grito que unifica a los desheredados en los últimos tiempos: "¡Zapata vive, la lucha sigue!"

Encabezando la movilización, con una bandera nacional en alto, miembros de El campo no aguanta más hablaban de su situación. Jesús Celis, de 70 años de edad, del ejido Las Delicias, municipio de Rosales, Chihuahua, tiene claras las razones de su lucha. Ha participado en bloqueos de carreteras y ahora que se presentó la oportunidad de venir al Distrito Federal a expresar su descontento ni lo dudó. Salió el miércoles de su pueblo y llegó a la capital el jueves a las 10 de la mañana. Explica que toda su vida ha trabajado su parcela y ahora ve cómo sus tierras no pueden darle sustento ni a él ni a su familia. Algunos de sus hijos han emigrado a Estados Unidos y otros trabajan en las maquiladoras por 400 pesos a la semana.

"El campo está muerto, nuestras tierras son de temporal y no ha llovido en los últimos años. Pero además nada de lo que cultivamos vale, ni el maíz, ni el frijol, ni la soya. Nosotros no somos limosneros, pero necesitamos que el gobierno nos apoye. Pero además estoy aquí porque este país tiene que comer lo que produce, no estar esperando lo de otra parte."

A su alrededor asienten sus compañeros, que han venido de Puebla y de Tabasco. Todos cuentan historias similares.

En la máxima plaza del país, los campesinos hablaron de la nueva y siempre igual lucha por la tierra. Las expresiones de esta gente, acostumbrada a conseguir cada camino, cada costal de semillas o fertilizantes con marchas y plantones, contrastaban con las de los nuevos excluidos, medianos e incluso grandes productores, ganaderos y porcicultores, que por primera vez se ven en el desamparo y no acaban de encontrarse en su nuevo papel.

Pero los discursos de unos y otros no hablaron de desamparo, decaimiento ni resignación. Sólo de rabia. Atrás han quedado las ilusiones de los primeros días, como aquel 14 de agosto de 1992, cuando el entonces secretario de Comercio y Fomento Industrial, Jaime Serra Puche, ante la Cámara de Senadores aseguraba que los acuerdos que se habían alcanzado en materia agropecuaria ofrecerían al país la oportunidad de afianzar el proceso de modernización del campo y mejorar el bienestar de las familias campesinas. Nada de eso ocurrió.

Desde los escritorios del gobierno federal, una clase política indiferente a su historia firmó un tratado que ha ido convirtiendo parcelas, pequeños negocios y sueños en extensos y cuidados sembradíos y grandes empresas automatizadas, sólo que de otros. Por eso esta gente ha emprendido el camino largo, desgastante, pero finalmente elegido de la resistencia ante el poder federal. Si de algo está segura es que no quiere el mundo ancho, pero finalmente ajeno, de la globalización, y este jueves exigió una nueva política para el agro, la renegociación del TLCAN, pero sobre todo advirtió que salvar al campo es salvar a México.

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