Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 30 de enero de 2003
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Economía

Molly Ivins

El dinero manda

El estado del país es que el dinero manda y que las políticas públicas se venden al mejor postor. Quienes aportan dinero a la política -menos de la décima parte del uno por ciento de la población estadunidense otorgó 83 por ciento de las aportaciones de campaña en las elecciones de 2002- obtienen como retribución miles de millones de dólares en oportunidades fiscales, subvenciones y el derecho a explotar tierras nacionales a precios ridículamente bajos.

Este sistema, a su vez, le cuesta a los estadunidenses ordinarios miles de millones de dólares, por no mencionar los costos que sufre la salud, la seguridad y el ambiente, y el costo de no tener dinero suficiente para buenas escuelas.

Public Campaign, un grupo que trabaja en el financiamiento público de las campañas políticas, ha reunido información pertinente en un cartel disponible en www.publiccampaign.org -y tal vez lo más deprimente de sus hallazgos es el tamaño de los dividendos que se logran con tan poca inversión.

Por ejemplo, las corporaciones más importantes que pagaron tasa cero de impuestos entre 1996 y 1998 -incluidas AT&T, Bristol-Myers Squibb, Chase Manhattan, Enron, ExxonMobil, General Electric, Microsoft, Pfizer y Phillip Morris- otorgaron 150.1 millones de dólares en campañas entre 1991 y 2001. Public Campaign informa que dichas compañías obtuvieron oportunidades fiscales del orden de los 55 mil millones, tan sólo entre 1996 y 1998, una legislación perenne para obtener impuestos mínimos y miles de millones en rebajas en las opciones de compra de empresas. Public Campaign también anota que los estadunidenses fuimos compensados con un enorme viraje: hoy la fuente más fuerte de ingresos a las arcas federales proviene de los salarios de los trabajadores -tres veces más que las corporaciones.

Todo el sistema fiscal se ha vuelto regresivo. La manera en que los maquillistas de estadísticas y mentiras se salen con la suya -cuando alegan que los ricos pagan más impuestos- es contabilizar únicamente el impuesto sobre la renta, el cual es progresivo, por eso se les llama impuesto progresivo sobre la renta. Pero los impuestos por ventas, los impuestos al consumo, las tarifas de importación, los impuestos al salario y toda la carga de gravámenes estatales, notoriamente regresivos en entidades como Texas, nos dan un panorama totalmente diferente.

El estudio sobre gastos del consumidor preparado por la Oficina de Estadísticas del Trabajo, aparecido el 21 de enero en The New York Times, muestra que la carga proveniente de casi todas las formas fiscales -renta, consumo, ventas, propiedad y salario- se reparte bastante pareja a todo lo ancho de la escala. La quinta parte más pobre, con un ingreso promedio de 7 mil 946 dólares, tiene una tasa acumulativa de impuestos de 18 por ciento (son éstos los que The Wall Street Journal nombra, memorablemente, "tipos afortunados"). La quinta parte más rica, con ingresos promedio de 116 mil 666 dólares, paga ahora 19 por ciento en impuestos acumulativos -y va en disminución con el plan Bush. Los impuestos asignados a los tres quintiles intermedios tienen tasas de 14, 16 y 17 por ciento.

Hay entonces una doble tributación en todo el sistema, y no obstante el presidente Bush se preocupa únicamente con la "doble tributación de los dividendos". La quinta parte más pobre de los estadunidenses obtiene 25 dólares en dividendos de ingreso; la quinta parte más rica obtiene mil 188 dólares. Sin embargo, 364 mil millones del plan que contempla 674 mil millones de dólares en "estímulos económicos" tiene como propósito acabar con los impuestos a los dividendos.

Los grandes "ganones" en este sistema del gobierno son las corporaciones. Public Campaign encontró que, a cambio de sólo 48.9 millones de dólares en contribuciones de campaña, las compañías privadas de atención y seguro médico pudieron protegerse contra las demandas interpuestas por pacientes a los que se les negó un tratamiento, y derrotar las iniciativas de ley que facilitarían a los pacientes elegir su propio doctor o recibir rembolsos por tratamientos de emergencia. Esos miles de millones de dólares invertidos en publicidad, papeleo duplicado y burocracia en las aseguradoras, tienen como costo 41 millones de estadunidenses sin atención médica -y sufrimiento y muertes innecesarias cuando un funcionario de alguna compañía de servicios de salud descarta la intervención de un médico.

A cambio de la ridícula cantidad de 318.7 millones de dólares en contribuciones, las compañías extractoras de recursos (petróleo y gas, minería, servicios eléctricos, industria química y madera) obtuvieron reducciones del orden de los 33 mil millones en impuestos gracias una legislación energética pendiente; el debilitamiento de una ley que implicaría un súper fondo para impulsar la limpieza de tóxicos; la libertad de desmontar las cimas de las montañas y de tirar desechos en valles y arroyos; una regulación laxa en el mercado de energéticos, más otras regulaciones que permiten no tener que cerrar sitios que generan humos con alta concentración de contaminantes. Public Campaign apunta que nuestro costo es un aire y un agua más sucios; parques nacionales, bosques y ámbitos naturales saqueados; tasas muy altas en asma infantil, millones en precios de estafa; tiraderos de desechos altamente tóxicos cuya limpieza está en entredicho.

Según informa Kevin Phillips en Wealth and Democracy, el uno por ciento más pudiente, un poco más de un millón de familias, aumentó sus valores netos durante la década de los 90 en 75 por ciento. Los valores netos del quintil intermedio, ajustados a la inflación, descendió 10 por ciento entre 1983 y 1995, aumentó un poco entre 1998 y 1999, y está cayendo de nuevo después de 2000.

"En Estados Unidos, los asalariados en conjunto finalizaron la década con menos cobertura de salud y pensiones y, en comparación con el Occidente industrial, con menos tiempo de vacaciones, permisos más cortos por maternidad y avisos de desempleo menos anticipados", dice Phillips.

La Oficina de Estadísticas del Trabajo afirma que el estadunidense típico trabajó 350 horas más que el europeo promedio, algo que equivale a nueve semanas laborales más.

Así está el país.

(Para obtener más información de Molly Ivins y consultar artículos de otros escritores y caricaturistas del Creators Syndicate, visite la página www.creators.com)

©Creators Syndicate, Inc., 2003.

Traducción: Ramón Vera Herrera

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