Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 20 de enero de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Política

Rolando Cordera Campos

Los credos del mal

Mientras el presidente Fox logra convencer a las calificadoras de lo confiables que somos los mexicanos, el reloj marca las horas y apunta a una situación grave en la economía y la vida social. De conjuntarse estas circunstancias la política democrática saldrá perdiendo, porque el Estado no está preparado para contender con una mezcla como la que pueden arrojar una economía no sólo maltrecha, sino estancada, y una sociedad dividida, insegura, y en sus cúpulas asustada, en punto de fuga.

Puede insistirse hasta el hartazgo en que los daños actuales son todavía ecos del credo maligno del populismo, espectro que ya no recorre el mundo, pero sí los desvelos del ex presidente Zedillo. Para el mexicano de a pie ésta no resulta una buena explicación de lo que ha ocurrido en la economía y en sus bolsillos por casi 20 años. Tampoco es fácil de tragar para nadie el colofón del exorcismo contra un populismo hecho al gusto: que lo que ocurre es que las reformas necesarias no se han hecho, o se han hecho a destiempo o con insuficiente profundidad y rigor. Por esa ruta, carente de buenas intenciones pero pletórica de razonamientos obtusos, también se empedra el camino al infierno.

El "gobierno del cambio" está ante el desafío mayúsculo que creyó poder esquivar con cargo al bono democrático: el que representa el otro bono, el demográfico, abrumado por rendimientos negativos que hoy se concretan en pésimo empleo, desempleo abierto ascendente, informalidad abrumadora y un llano siempre en llamas, aunque estas últimas por lo pronto sean sobre todo virtuales, avivadas por unos medios irresponsables, unos liderazgos que se sueñan en la "bola" pero que se realizan en la antesala de Los Pinos y la Sagarpa y šah!, por el singular humor del inefable secretario Usabiaga, siempre listo para meterle sazón al caldo ardiente del agro mexicano.

Las reformas "que faltan" se han vuelto el mantra infalible de quienes se niegan a admitir que las reformas fallaron, no tanto porque se quedaron en medio sino porque se procesaron políticamente mal y porque desde el punto de vista conceptual eran débiles en más de un sentido. Crear un mercado maduro y con información plena, por ejemplo, puede ser propósito encomiable de los buenos estudiantes de Economía 101, pero volverlo una máquina de crecimiento alto y sostenido es tarea de Estado y de estadistas y no se compadece con la jibarización del sector público a que con tanto entusiasmo se abocaron los buscadores del Arca Perdida del mercado puro, libre y amistoso.

En esa búsqueda se extravió el sentido del tiempo y del ritmo por parte del Estado y se afectó tal vez lo más importante: los canales de relación política y comunicación social que precisamente les permitieron a los últimos gobiernos del PRI hacer y deshacer en la economía, con altos daños sociales pero sin mayor reclamo popular que los interrumpiera. De eso el "gobierno del cambio" pide su limosna, pero la inercia del reformismo egoísta, plasmada en la política económica represiva de Hacienda se la niega.

Pasamos del populismo dadivoso de que, con poco rigor, gustaba hablar Reyes Heroles, a la expiación de los primeros neoliberales que estaban convencidos de que la letra con sangre entra. De esta manera, la economía se vistió de harapos, el mercado de trabajo se bifurcó y dislocó, apareció la informalidad masiva y la planta productiva fue, en buena parte, desmantelada. Luego vino la aceleración de la reforma de mercado y su coronación con el TLCAN, pero se dejó a un lado, en la cuneta o para después, según se le quiera ver, lo que era indispensable y urgente hacer si es que se quería aprovechar en serio la apertura: una batería de políticas de fomento y compensación que propiciaran nuevos eslabonamientos productivos y una efectiva reconversión de la industria y el campo. Todo se quiso resolver con ingenio: "la política industrial de este gobierno es que no hay política industrial". Ni financiera, ni agrícola, si se me apura. Y sin red social de protección.

Salinas quiso implantar una fórmula político-económica que ofreciera alivio y cauce para cubrir grietas, pero no fue más allá de un programa importante pero periférico presupuestal y políticamente hablando, que siguió la suerte de quien lo introdujo: el exilio y la condena al olvido. Del liberalismo social fallido pasamos al liberalismo banal de Zedillo, que ahora reaparece para señalar con dedo flamígero a quienes osan criticar las reformas: nostálgicos del populismo, viudas del paternalismo estatal. ƑSerá?

Si se va más allá del texto plano (plain text, en ciberlengua), publicado como adelanto en Proceso (12/01/03); si se atiende al tono airado o a los consejos paternales para Lula con que se cierra, uno más bien podría concluir que la nostalgia y la añoranza vienen de y van hacia otro lado: de y a un sistema y un régimen que le permitieron a los que mandaban hacer lo que les viniese en gana, o casi, para luego, ante los inevitables descalabros y malas sorpresas que da la vida en estos trópicos renuentes a la globalización, echarle la culpa a la política y a los políticos, por no aguantar a las masas irredentas o temerle a sus cercanas reacciones. Por haber caído presa del credo maligno. Vaya con la racionalidad (neo) liberal.

P.S. Lula no es de "raigambre populista". Es miembro del único partido obrero y popular de masas que tiene como dirigente principal y ahora presidente de Brasil a un obrero. Bueno, ex obrero, pero de clara y abierta raigambre socialista.

In memoriam José Carlos Roces Dorronsoro.
Solidaridad con Vicente Rojo

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año