LUISTOVAR SIN PERSONAJE En un absurdo y probablemente inconsciente alarde de chovinismo, se ha querido ver como algo altamente encomiable el hecho de que Frida, coproducción Estados Unidos-Canadá dirigida por Julie Taymor, sea protagonizada por la actriz mexicana Salma Hayek. Hasta el cansancio se ha hablado de las bondades de que sea ella y no Jennifer Lopez o Madonna o cualquier otra quien se ha puesto, para la pantalla, el mítico traje de tehuana. Propios y extraños incluidos los "críticos más improvisados que los habituales" de los que bien habla Leonardo García Tsao han cantado las loas en todos los tonos posibles del panegirismo: desde el exceso que implica decir "Hayek y Kahlo, las dos Fridas", hasta el chiste involuntario de afirmar, refiriéndose a Hayek, que "no le perdonan el éxito", en alusión a las numerosas y variadas críticas que la cinta ha merecido. LA
REALIDAD NO BIOGRÁFICA
En este sentido, la vida de Frida Kahlo, conocida y documentada a suficiencia, no ofrecía problema alguno. Desconozco el libro firmado por Hayden Herrera, pero me resisto a creer que ahí se consigne mucho de lo que se ve en pantalla, como me resisto a aceptar que las habituales "licencias" guionísticas pensadas para alargar, matizar y modular un argumento, sean en este caso más aceptables o filmables, o contundentes, o lo que sea que lo que sí se sabe a ciencia cierta sobre Kahlo. Como los ejemplos abundan, citemos sólo uno: es inverosímil, y muy probablemente falso, que Frida y Tina Modotti se hayan puesto a bailar un tango a media fiesta de intelectuales y notables del México cultural de principios de siglo. Falso, por la sencilla razón de que Kahlo sufrió desde adolescente un daño tal en la columna, que quiebres y vueltecitas menores que ésos le resultaban inejecutables; e inverosímil, porque la secuencia entera está armada al más puro estilo de síntesis y efectismo: Diego Rivera presenta a Frida en la fiesta; Rivera y Siqueiros discuten a punta de lugares comunes sobre socialismo y sostienen un duelo tequilero; Frida resulta mejor bebedora que los dos y rubrica su triunfo dándole un baile literal a Modotti y, se supone, uno metafórico a ese grupo de personas que se enteran de cuán cabrona es esa recién conocida. Quizá el problema sería menor si toda la cinta no estuviera estructurada del mismo modo, pero a Taymor no se le ocurrió nada mejor que hilvanar un episodio biográfico tras otro como si pudieran aislarse por completo y de un álbum de estampas se tratara. Tal vez la intención fue transmitir una sensación icónica, por decirlo así, de modo tal que cuadros y secuencias consiguieran fijar cada momento importante y, a un tiempo, jalonar a la historia. Empero, la técnica elegida sólo consigue cargar las tintas en los trazos típicos del peor cine hecho para lucimiento del protagonista, defecto que se aprecia sobre todo en el constante y abusivo recurso al close up. EL
INEFABLE MISCAST
|