Jornada Semanal, domingo 8 de diciembre del 2002                 núm. 405

LUISTOVAR
ÓLEO DE ACTRIZ
SIN PERSONAJE

En un absurdo y probablemente inconsciente alarde de chovinismo, se ha querido ver como algo altamente encomiable el hecho de que Frida, coproducción Estados Unidos-Canadá dirigida por Julie Taymor, sea protagonizada por la actriz mexicana Salma Hayek. Hasta el cansancio se ha hablado de las bondades de que sea ella y no Jennifer Lopez o Madonna o cualquier otra quien se ha puesto, para la pantalla, el mítico traje de tehuana. Propios y extraños –incluidos los "críticos más improvisados que los habituales" de los que bien habla Leonardo García Tsao– han cantado las loas en todos los tonos posibles del panegirismo: desde el exceso que implica decir "Hayek y Kahlo, las dos Fridas", hasta el chiste involuntario de afirmar, refiriéndose a Hayek, que "no le perdonan el éxito", en alusión a las numerosas y variadas críticas que la cinta ha merecido.

LA REALIDAD NO BIOGRÁFICA
La frecuencia con que en el cine solemos escuchar, entre muchos otros, a franceses del siglo xv, japoneses del xix y alemanes de la primera mitad del xx hablando un inglés estadunidense contemporáneo, ya no le permite a muchos indignarse por una costumbre tan deplorable como el colonialismo cultural que conlleva. Perdida la riqueza léxica, indispensable para dar fiel cuenta del universo que se quiere retratar, sólo queda apelar a otros factores, como la verosimilitud narrativa y, tratándose del subgénero conocido como biopic –tal es el caso–, el "apego al libro", es decir, a la biografía que da pie al guión.

En este sentido, la vida de Frida Kahlo, conocida y documentada a suficiencia, no ofrecía problema alguno. Desconozco el libro firmado por Hayden Herrera, pero me resisto a creer que ahí se consigne mucho de lo que se ve en pantalla, como me resisto a aceptar que las habituales "licencias" guionísticas pensadas para alargar, matizar y modular un argumento, sean en este caso más aceptables –o filmables, o contundentes, o lo que sea– que lo que sí se sabe a ciencia cierta sobre Kahlo. Como los ejemplos abundan, citemos sólo uno: es inverosímil, y muy probablemente falso, que Frida y Tina Modotti se hayan puesto a bailar un tango a media fiesta de intelectuales y notables del México cultural de principios de siglo. Falso, por la sencilla razón de que Kahlo sufrió desde adolescente un daño tal en la columna, que quiebres y vueltecitas menores que ésos le resultaban inejecutables; e inverosímil, porque la secuencia entera está armada al más puro estilo de síntesis y efectismo: Diego Rivera presenta a Frida en la fiesta; Rivera y Siqueiros discuten a punta de lugares comunes sobre socialismo y sostienen un duelo tequilero; Frida resulta mejor bebedora que los dos y rubrica su triunfo dándole un baile literal a Modotti y, se supone, uno metafórico a ese grupo de personas que se enteran de cuán cabrona es esa recién conocida.

Quizá el problema sería menor si toda la cinta no estuviera estructurada del mismo modo, pero a Taymor no se le ocurrió nada mejor que hilvanar un episodio biográfico tras otro como si pudieran aislarse por completo y de un álbum de estampas se tratara. Tal vez la intención fue transmitir una sensación icónica, por decirlo así, de modo tal que cuadros y secuencias consiguieran fijar cada momento importante y, a un tiempo, jalonar a la historia. Empero, la técnica elegida sólo consigue cargar las tintas en los trazos típicos del peor cine hecho para lucimiento del protagonista, defecto que se aprecia sobre todo en el constante y abusivo recurso al close up.

EL INEFABLE MISCAST
Con el inoculto hartazgo que le provoca dirigirse a la prensa nacional, la propia Hayek se encargó de "aclarar" que la cinta no es una biografía rigurosa, y que su propósito era hablar del amor entre Frida y Diego –whatever that means, dicho así para que lo entienda ella. En México hay un refrán que dice: "Explicación no pedida, culpabilidad manifiesta." En fin... dado que en Frida dos personajes reales que simbolizan buena parte del nacionalismo mexicano son capaces de decir cosas como "Ai loviu so moch, panzón" y "Güi go tu gringolandia", nada más para que el público estadunidense pueda reír un segundo, poco pareciera importar el hilarante miscast de Antonio Banderas en el papel de Siqueiros; el Diego Rivera siempre como ausente de Alfred Molina; esa suerte de sátiro gerontológico en el que quisieron convertir a Leon Trotsky; así como lo irritante que resulta ver durante poco menos de dos horas a una dizque Frida casi ninfómana a la que no sólo le rasuraron el bigote sino también la personalidad –hasta en sus propias pinturas. Así, Frida no es más que un logradísimo ejemplo de ese cine en el que el personaje sirve para lucimiento de quien lo interpreta, y no al revés, como se supone que debiera ser.