Jornada Semanal, domingo 8 de diciembre del 2002                 núm. 405
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS

LUCERO GONZÁLEZ: ACABAR CON LA VIOLENCIA

Ha transgredido muchas reglas para construirse la vida que ha querido. Y a partir de sus dos pasiones, la defensa de los derechos humanos y la fotografía, enfoca su mirada y su corazón en las mujeres, a quienes retrata, escucha, orienta, escudriña, cuestiona y zarandea para que sean personas que se quieran e integren a esa inacabada tarea colectiva de no ser violentadas sino respetadas, amadas y con una capacidad de análisis, respuesta y sonrisa.

Feminista desde hace treinta años y fotógrafa con trayectoria de quince, Lucero González (1947) nació por accidente en la Ciudad de México pero es más oaxaqueña que una tlayuda. En Oaxaca pasó su infancia y aprendió sus sabores, texturas, olores. Si bien radica en el df, regresa al Zócalo de la Antequera cada verano, respira algo de paraíso y renueva su contacto con el mundo campesino e indígena; ese mostrado durante la adolescencia por su padre epidemiólogo y que la anima hasta hoy para crear narraciones visuales con sustento social y trabajos creativos de reflexión en torno a la condición de ser mujer tanto en el ámbito rural como urbano; en lo privado y lo público.

Con formación en sociología por la unam, ingresó al feminismo por una curiosidad política. Pensaba que una revolución socialista todo lo cambiaría hasta que le cayó el veinte y reivindicó el trabajo personal como la medida que algún día podrá modificar el mundo para mejorarlo. Eterna pata de perro, ha vivido en París, Roma, Nueva York y otras ciudades del mundo. Se formó con la cultura política italiana y de aquellas feministas fue testigo de su enorme poder de organización para establecer casas populares de salud, y no salió del azoro al asistir a manifestaciones que se armaban de un día para otro con más de cinco mil activistas. En tanto, en París asimiló la reflexión teórica de las feministas francesas hasta que retornó a México, fue a Cuernavaca y junto con Betsy Hollants impulsó en la década de los ochenta un cidhal con apoyo psicológico, médico y legal para las mujeres.

Animadora de grupos y cooperativas, en los setenta formó parte del Movimiento de Liberación de la Mujer y del colectivo La revuelta, encargado de uno de los primeros periódicos feministas en el país. En los noventa fundó con otras colegas el grupo Semillas y gire (Grupo de Información en Reproducción Elegida).

Recién desempacada de Ciudad Juárez, donde impartió un taller de derechos humanos, dice que tras treinta años de trabajo, en la vida de las mujeres ha habido cambios pequeños: leyes y escenarios internacionales menos catastróficos donde empero falta mucho por hacer. Disminuir, por ejemplo, los niveles de violencia intrafamiliar (setenta por ciento de los hogares en Chihuahua) y salvar las relaciones de inequidad persistente entre los sexos.

Con desenfado y humor, Lucero se revitaliza con el intercambio de ideas y no acaba su sorpresa ante la capacidad de resistencia y la abundante risa entre grupos que se movilizan para mejorar su vida de cierta manera. Trabaja para fortalecer la ciudadanía. En trabajo grupal, apoya la edición de folletos sobre placer y maternidad voluntaria, así como de sexualidad en jóvenes. En los talleres escucha el malestar generalizado por el papel que le asigna la sociedad al hombre y a la mujer, con un sentimiento de estar construidos parcialmente. A la vida sexual precaria que la mayoría asume, se añade la ausencia de condiciones mínimas de comida, salud y sustento. Por ello, ante el panorama surge el deseo de vivir de mejor forma y también la convicción de que eso será solamente una tarea colectiva y a largo plazo.

Junto a este corazón abierto por las mujeres, su pasión por la imagen la vuelca en la foto. Mirona desde siempre, hace lecturas corporales porque el cuerpo es un imán poderoso para dar y atraer emociones. Primero fue el desnudo, luego el retrato y más tarde el fotorreportaje social ligado a la condición de las féminas. La cámara es para ella un instrumento de fuego; llave que permite la intromisión en la vida de los otros y viceversa: el doble juego de los espejos. Para captar esos reflejos, la impulsora del Loo Estudio (galería extinta) y admiradora de Sally Mann, Imogen Cunningham y Berenice Kolko, entre otras, trasladará su vocación de experimento al construir una trilogía con los elementos fuego, agua y tierra. A partir de ceremonias rituales de zapotecas y mixes, se ubicará en el siglo xxi para hacer metáforas visuales centradas en el juego de pelota, la figura de Macuilxóchitl y la relación Tierra-muerte en la zona mixe de Tlahuiltoltepec. Todo para machacar una y otra vez en la vida de las mujeres y que éstas fortalezcan su participación colectiva en ciudadanía plena.