Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 25 de octubre de 2002
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Política

Gilberto López y Rivas

Izquierdas y nación-pueblo

En la actualidad, el capitalismo mantiene un sistema de explotación que en lo esencial no ha cambiado desde que el viejo Marx abordó su estudio y crítica. Las sociedades contemporáneas siguen inmersas en un proceso en el cual existen clases explotadoras y detentadoras de los medios de producción y clases explotadas y desposeídas de los mismos. Las formas y configuraciones que se establecen para que este sistema siga funcionando son variadas en tiempo y espacio, pero la formulación marxista del trabajo y su apropiación sigue teniendo una actualidad formidable. No obstante, la explicación marxista clásica no da cuenta de las complejas contradicciones que en nuestros países se suscitan, y que no pasan forzosamente por el tamiz exclusivo de las relaciones económicas.

En el desarrollo actual de los estados nacionales existe la necesidad de forjar lo que sería la alternativa para, si no eliminar, sí atenuar los devastadores efectos del capitalismo neoliberal y crear las condiciones del establecimiento de un socialismo libertario y democrático: la creación y consolidación de la nación-pueblo. La construcción de una nación-pueblo es una necesidad insoslayable de las izquierdas mexicanas y latinoamericanas en general.

El Estado nacional capitalista cohesiona e integra formalmente a todas las clases de la sociedad, diluyendo los conflictos interclasistas que en el interior de las naciones se desarrollan. El elemento fundamental para entender esta situación lo otorga el concepto de bloque histórico, el cual pretende superar la separación analítica entre base y superestructura para llegar a la comprensión de ambas categorías del Estado moderno como unidad contradictoria y dinámica.

En el Estado nacional contemporáneo se pretende resolver los conflictos económicos, sociales y culturales por medio de mecanismos democráticos formales que de ninguna manera han podido superar las contradicciones elementales del sistema capitalista. De hecho, para muchas izquierdas, las disputas formales (llamémoslas electorales) han moderado, en el mejor de los casos, las reivindicaciones históricas de justicia, equidad y democracia social, cuando no han sido olímpicamente ignoradas en aras de un pragmatismo basado sólo en la alternancia en el gobierno.

El problema es que la visión clásica del marxismo no pudo establecer que durante el proceso de formación del Estado nacional (que dicho sea de paso es un proceso permanente y no tiene un plazo fatal) no sólo se expresan y desarrollan conflictos entre las clases antagónicas en la estructura económica, sino que en su interior existen y se confrontan visiones de otras clases, fracciones de clase o sectores socioétnicos. Es más, la hegemonía en el interior de un Estado nacional se disputa no sólo entre las clases dominantes y las subalternas, sino que en las propias clases existen diferentes proyectos nacionales que se han dirimido en el terreno electoral y también por medio del ejercicio de la violencia revolucionaria y su contraparte represiva.

Así pues, las limitaciones para la democratización e integración internas de la nación no pueden ser superadas en los marcos del capitalismo. La realización de la unidad nacional tarde o temprano se estrella contra la realidad de la dominación y de la explotación de clases. Ante estos obstáculos, el desarrollo nacional sólo puede ser consumado por un movimiento de base, popular, democrático y anticapitalista. En una buena medida, los partidos políticos de izquierda en México han contribuido a la formación de un movimiento con estas características. El EZLN también ha participado sustancialmente en la construcción de la nación-pueblo.

La nación-pueblo, por lo tanto, expresaría el desplazamiento político de la hegemonía nacional capitalista (actualmente ejercida por su fracción financiera) hacia una caracterizada por el consenso y la voluntad nacional-populares, elementos centrales de un concepto de democracia sin sesgos de dominación.

Las izquierdas mexicanas contemporáneas deben tener en cuenta que son herederas de múltiples procesos y determinaciones históricas que hunden sus raíces no sólo en las corrientes socialistas y comunistas. Su formación y configuración asume elementos agrarios, sustanciales a la nación mexicana, que se expresaron sensiblemente antes, durante y después de la Revolución. El zapatismo y el cardenismo son dos corrientes del pensamiento nacional-popular que en nuestro país han dejado sus huellas en las izquierdas contemporáneas con la misma fuerza que lo ha hecho el marxismo.

No obstante, la articulación entre los movimientos obrero y agrario, que dieran vida a un bloque social revolucionario y permitieran acoplar el socialismo a las raíces más profundas de la nación mexicana, no fue planteada por las organizaciones e intelectuales de las izquierdas mexicanas.

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