Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 5 de septiembre de 2002
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Política

Adolfo Sánchez Rebolledo

El Informe

Tuvo la virtud de la brevedad. Vicente Fox siguió los consejos más prudentes de sus asesores y dejó estacionada en Los Pinos la oratoria silvestre de la campaña, la gesticulación arrogante de otros tiempos, aunque la ceremonia siguió igual, como si nada hubiera cambiado en las formas de hacer política. Y es que el ritual del Informe es casi por definición una pieza del autoelogio presidencialista, más que el instrumento para dar cuenta del "estado general de la administración pública federal": si se excede en la reseña de logros, y aun de las dificultades, el texto resulta un mamotreto insoportable, imposible de digerir; pero si se limita al "mensaje" político y a unas cuantas materias por secretaría, queda la sensación de que el Presidente no ha tenido nada que decir.

La obligación de informar con detalle sobre la gestión de los cuerpos de gobierno es un pilar del régimen democrático que debe reforzarse, pero resulta un anacronismo absurdo que en una época de búsqueda de transparencia, y de múltiples e instantáneas presencias presidenciales en los medios, un documento pretenda reflejar y resumir las opiniones políticas y el quehacer cotidiano del gobierno como si fuera el libro sagrado de la tribu gobernante. Es importante asegurar que el Presidente informe a la nación cada vez más y mejor, con absoluta libertad, sin obstrucciones de ninguna especie; es necesario que el Presidente pueda ocupar la máxima tribuna para enviar mensajes políticos de interés e importancia general, pero es también un requisito de la convivencia democrática que, junto con esas atribuciones que pueden perfeccionarse, pero no desaparecer, el Congreso, y a través suyo la ciudadanía, pueda debatir, cuestionar o simplemente aclarar aquello que se les informa.

Sin embargo, como quiera que sea, la ocasión sirve como un barómetro para medir la presión de la atmósfera política en el país. El Informe nos muestra un Presidente precavido y conciliador, dispuesto a reconocer casi por primera vez la importancia del Legislativo y de los partidos. Esta vez, hay que agradecérselo, no se enredó con el tema de la transición, que le ha hecho dar demasiados tumbos en tan poco tiempo, y prefirió la línea más modesta de reconocer que "hemos terminado la primera fase de la consolidación de la democracia", y aunque autocríticamente admitió que no todas las promesas se habían cumplido concluyó que a fin de cuentas "el balance es positivo".

Aunque Fox incurre en la tentación de convertir las ilusiones en realidades, dando cifras increíbles, es justo aceptar que los mejores momentos del Informe son aquellos que se refieren a la gobernabilidad democrática, a la urgencia de devolverle a la política su eficacia, a la necesidad de buscar acuerdos aun cuando impliquen concesiones de todas las partes, a fin de salvar a una democracia frágil y cuestionada, incapaz de superar el momento de la confrontación comicial y de ofrecer resultados a la ciudadanía.

Esta vez no se dirigió al ciudadano común pasando por el hombro a los legisladores. Fue un mensaje desde y para la clase política, una inmersión sintáctica y expresiva en los códigos de la academia democrática que antes parecían tediosos circunloquios, un llamamiento a construir acuerdos que se alejan de toda pretensión fundacional, pues requieren para cumplirse del concurso de los dirigentes de los partidos, de los grupos parlamentarios, de los gobernadores y de las elites de la sociedad, de la aristocracia administrativa y financiera y, por supuesto, de los medios de comunicación masiva. "Es tiempo de fortalecer la política. Es tiempo de darle naturalidad e intensidad al diálogo y al acuerdo", dijo. Y en tono conciliador añadió: "Es tiempo de restaurar el clima de entendimiento, de fortalecer el diálogo con genuina disposición para alcanzar acuerdos y de traducirlos en reformas, a través de la construcción de mayorías en el Congreso para pasar de la democracia, que hoy gozamos, a un Estado y un gobierno cada vez más eficientes. Es la hora de los acuerdos. Atendamos ese reclamo social".

Agotado el discurso que podríamos llamar "antinstitucional" de la campaña, que estaba dirigido sobre todo a las capas medias, Fox apuesta ahora por una línea de conciliación y diálogo que lo acerque a un nuevo pacto con quienes fueran sus adversarios, de cara a la reforma eléctrica energética que late invisible en el discurso y orienta toda la estrategia del gobierno. El tema es tan importante que sobredetermina la coyuntura, incluso el futuro del país. Dice Fox: "No basta un presidente consciente de los límites de su poder. Es imprescindible impulsar las reformas estructurales pendientes para dotar de un signo plenamente democrático a las instituciones nacionales, para hacer más eficiente el desarrollo de la economía, enfrentar debidamente los graves desequilibrios sociales y mejorar el lugar que hoy ocupamos en la economía mundial. Por ello, insistimos en su urgencia".

En el Informe se mitigan las facetas populistas y otros resabios de cierto fujimorismo a cambio de un entendimiento gradualista con la representación nacional en el Congreso. Es un viraje importante en el que se ubican otras concesiones de palabra sobre el rumbo del país, como las increíbles alusiones al fortalecimiento del mercado interno y otras falacias y notorias ausencias que pueblan el discurso. Sin embargo, de grado o de fuerza, la hora de un debate nacional ha llegado. Veremos al final si también es la hora de los acuerdos que el país necesita.

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