Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 1 de septiembre de 2002
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Política
El primer tercio de los sexenios de cada uno marcó "el principio del ascenso"

De la Madrid, Salinas y Zedillo sentaron las bases de su proyecto de gobierno en el segundo informe

La liturgia establecía que el gran día nadie podía brillar más que el mandatario

RENATO DAVALOS Y MIREYA CUELLAR

El primer tercio fue siempre, cuando menos para los recientes presidentes del país, el principio del ascenso. De las expectativas creadas y lo alcanzado dependió después la caída, pero esa es otra historia. Paliadas las infaltables crisis del cambio de sexenio, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo cerraron su segundo año de gobierno con las bases sentadas de lo que sería su proyecto de país.
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A Miguel de la Madrid le obsesionaba la "renovación moral" que terminara con la imagen de corrupción gubernamental que sembraron los amigos de José López Portillo; Carlos Salinas caminaba en el segundo año de su gobierno hacia la legitimidad que no logró en las urnas: un nuevo código electoral (el Cofipe, que creó el IFE); una Comisión Nacional de Derechos Humanos inaugurada por Jorge Carpizo; la renegociación de la deuda externa, y el reconocimiento del primer gobernador del PAN, Ernesto Ruffo, en Baja California, abonaban en su favor.

A Ernesto Zedillo sólo le quedaron ojos para la economía. Quizá porque abrió su sexenio con una de las peores crisis económicas de la historia reciente (la prensa extranjera decía en 1995 que a los mexicanos se les veía deprimidos) y llegó a la presidencia con el mayor número de votos que haya tenido un mandatario. Ni Vicente Fox alcanzó sus 17 millones. Así marchaban los ex presidentes la víspera de su segundo informe de gobierno.

En contraste con el pasado priísta, el Presidente del cambio se debate en un gobierno que no se consolida, que parece descansar en los soportes del pasado -Elba Esther Gordillo y Roberto Madrazo por ejemplo- y por momentos da la impresión de sacudirse muy prematuramente por la pugna sucesoria.

¿Qué cambió en las ceremonias oficiales ante el Congreso? Cambió el saludo, por ejemplo. El litúrgico "Honorable Congreso de la Unión" dio paso al: "Paulina, Rodrigo...", y los informes casi se han convertido en un acto más de un día cualquiera.

En los tiempos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas la ceremonia del Informe era matutina. Comenzaba a las ocho de la mañana con las posturas de los partidos y a las 11 horas el Presidente hacía su entrada triunfal al recinto legislativo, donde los diputados y senadores se ponían de pie para recibirlo y le aplaudían por varios minutos. El primero de septiembre, con excepción de dos años en que Salinas lo hizo en un primero de noviembre, era el día del Presidente. Nadie podía decir, hacer o brillar más que el mandatario durante esas 24 horas.
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"Nadie se mueve"

Ese día los funcionarios se cuidaban de no decir o hacer algo que pudiera opacar el acto presidencial. No había que ordenarlo, la vieja liturgia establecía que "nadie se mueve". Ese día, y al siguiente, los medios no se ocupaban de otra cosa más que del dicho presidencial. El mandatario en turno se cuidaba de no programar cualquier otra actividad para el día. De hecho, varios días antes del encuentro con el Congreso, el Ejecutivo entraba en una especie de recogimiento. El reporte a la opinión pública era que estaba preparando su Informe.

Ernesto Zedillo tuvo a bien acabar con buena parte de la pompa que acompañaba a los informes. Terminó con el besamanos; aquella salutación que se hacía en Palacio Nacional después del Informe y que consistía en una muy larga fila de funcionarios, líderes sindicales, gobernadores y toda clase de políticos que iban a mostrar su adhesión al mandatario con un apretón de manos, a veces acompañado de la genuflexión.

El antecesor de Zedillo también acabó con la tradición que obligaba a los periodistas a estar en Los Pinos desde muy temprano el día del Informe, reportando las impresiones de la familia presidencial. Los hijos de los mandatarios en turno externaban opiniones y detalles de su vida privada que no tenían lugar en ningún otro momento (hablaban de su deporte o película favoritos), y la prensa se ocupaba hasta del detalle del desayuno. Así, es muy frecuente encontrarse en los diarios de la época con minucias como si los huevos que desayunaba ese día el Presidente eran con chorizo o con jamón.

Eran los años del presidencialismo omnímodo y de la crisis recurrente. Hace dos décadas, Miguel de la Madrid llegaba al segundo Informe con un país enredado en la constante devaluación. ¿Y de la inflación?, mejor no acordarse. Habían asesinado al periodista Manuel Buendía y la opinión pública no escuchó del Presidente una explicación cabal.

Entre lo que le heredó López Portillo a de la Madrid y el legado de Ernesto Zedillo a Fox no hay nada que ver, cuando menos en materia económica. El primero no consiguió defender el peso como un perro -rebasó los 50 pesos por dólar-, y el parco Zedillo entregó un país con casi 6 por ciento de crecimiento y 53 millones de pobres, según nos enteramos recientemente.

La estabilidad macroeconómica y la paz social se levantarán hoy en San Lázaro como el timbre del gobierno del cambio. Frente a dos años marcados políticamente por el anecdotario ¿Alguien recuerda el pacto político signado en octubre del año pasado y orquestado por Santiago Creel? ¿Y el 7 por ciento de crecimiento anual? La proyección este año es de 1.6 por ciento. Qué decir del 8 por ciento en el gasto educativo, y los eternos "15 minutos" en que viven los chiapanecos.
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A Carlos Salinas su antecesor, Miguel de la Madrid, no le entregó un país tan descompuesto como el que recibió, su propia elección generó la crisis política más profunda de los años recientes. Crisis que culminó en una alianza con el Partido Acción Nacional que le dio gobernabilidad al país.

Juntos, Carlos Salinas y el PAN, hicieron las grandes reformas constitucionales que le cambiaron la fisonomía jurídica al país: abrieron la petroquímica secundaria a la iniciativa privada, acabaron con el ejido y dieron a la jerarquía católica un protagonismo político que no conocía desde la época prerevolucionaria al darle personalidad jurídica. También juntos devolvieron la banca a la iniciativa privada.

Vientos favorables

Carlos Salinas y el PAN tuvieron vientos a favor. La alianza entre los herederos de la Revolución Mexicana y sus enemigos históricos, se vio arropada por el fin de la guerra fría, la caída del muro de Berlín y el éxito de las tesis que planteaban no sólo la muerte de las ideologías, sino el fin de la historia. El contexto era inmejorable para la alianza con el PAN, que Carlos Castillo Peraza, último ideólogo de Acción Nacional, asumió como un triunfo y habló, retomando a Gramsci, de la "victoria cultural del PAN".

"Romper para estabilizar", decía José López Portillo. Fue una regla del viejo sistema priísta que no tuvo excepciones. Miguel de la Madrid fustigó a su antecesor en todos los tonos y llevó a la cárcel a dos de sus más grandes amigos; El Negro Durazo y Jorge Díaz Serrano. Carlos Salinas tuvo en el encarcelamiento de Joaquín Hernández Galicia, La Quina, y la muerte política de Carlos Jonguitud, una de sus fuentes de legitimidad.

Ernesto Zedillo operó un rompimiento sin precedente en la historia del país al encarcelar, ya no al amigo o al compadre, sino al mismísimo hermano del ex presidente. Cuando el economista de Yale compareció para rendir su segundo informe, Raúl Salinas de Gortari ya dormía en Almoloya.

La línea dura se impuso durante su segunda comparecencia en San Lázaro: "Perseguiremos cada acto terrorista; el poder se disputa en la democracia y no con el terrorismo; al EPR le daremos trato de criminales".

El Presidente anda de apagafuegos, tapando hoyos, decía burlón el entonces gobernador de Guanajuato, Vicente Fox. Quién le iba a decir que él quemaría el primer tercio de su mandato en "remendar" y que sus aliados políticos serían Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo.

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