Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 11 de agosto de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Cultura
John Berger /III y última parte

Mensaje de la cueva de Chauvet a las montañas de Chiapas

Salgamos de la cueva y entremos de nuevo al vendaval del tiempo que pasa. Reasumamos nombres. Dentro de la cueva todo es presente e innombrable. Dentro de la cueva hay miedo, pero el miedo está en perfecto balance con un sentido de la protección.

Los cro-magnones no vivían en la cueva. Entraban a ella para participar en ciertos rituales --de los que poco sabemos. Parece convincente la idea de que eran, en cierta forma, chamánicos. El número de personas que permanecían en la cueva por un tiempo dado nunca debe haber excedido los treinta.

Con qué tanta frecuencia venían. ¿Trabajaron aquí generaciones de artistas? No hay respuestas. Tal vez nunca las habrá. Quizá debamos contentarnos con intuir que venían aquí a experimentar momentos especiales, a vivir el balance perfecto entre el peligro y la sobrevivencia, el miedo y un sentido de la protección, y a llevarse todo eso en la memoria. ¿Alguien puede aspirar a más?

Casi todos los animales delineados en Chauvet eran en vida feroces, y no obstante al plasmarlos no hay rastros de miedo. Respeto sí; un respeto íntimo y fraterno. Y es por esto que en cada imagen animal hallamos una presencia humana. Una presencia revelada por el placer. Aquí, cada criatura está familiarizada con lo humano --una formulación extraña, pero incontrovertible.

En la cámara más alejada --dos leones pintados en negro con carbón de palo. Son casi de tamaño natural. Se yerguen lado a lado, de perfil, el macho detrás, la hembra paralela a él, casi lo abarca en su longitud, y se halla más cerca de mí.

Aquí están como una presencia única, incompleta (faltan sus patas delanteras y sus garras traseras y sospecho que nunca se dibujaron) y sin embargo total. La faz de la roca que los circunda, que de manera natural tiene el color de un león, se ha tornado león. Es probable que el color de la roca fue lo que se ofreció al pintor, y él lo completó dibujando los animales.

Intento dibujar dos de ellos. La leona está al lado del león, se frota contra él, y dentro de él. Y esta ambivalencia es el resultado de la más aguda elisión , mediante la cual ambos animales comparten un contorno. El contorno bajo de los ijares, el vientre y el pecho le pertenecen a ambos --y lo comparten con gracia animal. El resto de los contornos está separado. Las líneas de sus colas, lomos, cuellos, testas, hocicos, son independientes, se aproximan uno a otro, convergiendo y terminado en puntos diferentes, porque el león es más largo que la leona.

Dos animales erguidos, macho y hembra, unidos en su parte baja por la sola línea de sus vientres, donde son más vulnerables y tienen menos pelo.

Tales elisiones de contorno ocurre frecuentemente en Chauvet cuando están juntos dos o más animales. Es una cuestión de simetría y la búsqueda de armonía, de un sentido de totalidad por parte del artista.

Fuera de la cueva, temprano por la mañana y si no está nublado, el sol le da al risco una faz rosada y pronto lo entibia. Los humanos, a diferencia de los animales, eran conscientes de que para ellos el sol no siempre saldría. Por eso esta búsqueda.

Dibujo sobre un papel japonés absorbente que escogí porque pensé que la dificultad de dibujar con tinta negra en un papel así, me acercaría a las dificultades de dibujar con carbón (leña que era quemada aquí en la cueva) sobre las rugosas superficies de la roca. En ambos casos el trazo nunca es muy obediente. Tiene uno que buscar el tacto exacto, seducirlo.

Dos renos caminan en direcciones opuestas --este y oeste. No comparten un contorno. En cambio están dibujados uno encima del otro --de modo que las patas delanteras del que está encima crucen como largas costillas el flanco del que está abajo. Y son inseparables; sus dos cuerpos se hallan fijos en el mismo hexágono, la colita del que está por arriba rima con las astas del otro, la cabeza larga de uno, perfilada como un cincel de pedernal, parece llamar al metatarso de la pata trasera del otro. Entre ambos hacen el mismo signo, y bailan en círculo para formarlo.

Cuando el dibujo estuvo casi terminado, el artista abandonó el carbón y pintó y talló con un dedo un negro grueso (del color de tu pelo después de nadar) a todo lo largo del vientre y el regazo húmedo del reno inferior. Luego hizo lo mismo con el animal de arriba, mezclando la pintura con el sedimento blancuzco de la roca para hacerlo menos violento.

Mientras dibujo, me pregunto si mi mano, obedeciendo el ritmo visible de la danza de los renos, tal vez baile con la mano que los dibujó primero.

Aquí en la caverna, aún es posible toparse con alguna miga de carbón partido que cayera al suelo cuando se trazó una línea.

Lo que hace a Chauvet único es el hecho de haber estado sellado. El techo de la cámara de entrada original --que era espacioso y al que penetraba la luz del día-- se colapsó hace unos veinte mil años. Y desde entonces hasta 1994, la oscuridad a la que respondían los artistas porque estaba en el filo de su alcance, vino del fondo y enterró y preservó todo lo que habían hecho. Las estalagmitas y estalactitas continuaron creciendo. En algunos sitios una película de calcita cubrió, como catarata, algunos detalles. Pero en su mayor parte, permanece la extraordinaria frescura de lo trazado. y su inmediatez sabotea cualquier sentido lineal de tiempo.

Me topo con una pequeña saliente de roca que tiene la forma de la punta de un pancreas y sobre ella hay dos pinturas rojas, probablemente mariposas.

Varias manadas se dirigen hacia el oeste. En ellas, los animales cercanos, dibujados muy pequeños, tocan animales lejanos gigantescos. En la estación seca, un fuego bien dispuesto puede prender tan pronto que los que observan pueden sentir como es barrido el aire.

La pintura de los cro-magnones no respeta fronteras. Fluye a donde debe, deposita, traslapa, sumerge imágenes que ya estaban ahí, y de continuo cambia la escala de lo que conlleva. En qué tipo de espacio imaginativo vivieron los cro-magnones.

Para los nómadas la noción del pasado y el futuro está quizá subordinada a la experiencia de otro lugar. Algo que se ha ido o algo esperado, se oculta allá, en otra parte.

Para cazadores y cazados esconderse bien es precondición para la sobrevivencia. La vida depende de hallar refugio. Todo se oculta. Lo que se desvanece está escondido. Una ausencia --como después de la partida de los muertos-- se siente como pérdida, pero no como abandono. Los muertos se ocultan en otro lugar.

Los comentaristas señalan con asombro que los pintores paleolíticos conocían ¡los rudimentos de la perspectiva! Cuando dicen esto, piensan en la perspectiva renacentista. La verdad es que cualquiera, en cualquier época, que dibuje o haya dibujado, sabe muy bien que hay cosas que están más cerca y otras que están lejos. Esto es táctil tanto como óptico. Lo que cambia es cómo esta experiencia de observar cosas que se aproximan o se desvanecen, se articula en la visión dominante de lo que significa el espacio. Esta visión varía de cultura a cultura. La perspectiva no es una ciencia sino un anhelo. El arte tradicional chino miraba la tierra desde la cima de una montaña confuciana; el arte japonés miraba de cerca entre pantallas; el arte renacentista italiano recorría la naturaleza conquistada desde la ventana o el marco de la puerta de un palacio. Para los cro-magnones el espacio es la arena metafísica de apariciones y desapariciones siempre intermitentes.

Un carnero, con su cuernos curvados tan largos como su cuerpo, se halla dibujado con carbón en la roca blanquecina. Cómo describir la negrura de sus trazos. Es una negrura que torna la oscuridad algo reconfortante, una negrura que es revestimiento de lo inmemorial. El carnero sube una pendiente suave, sus pasos son delicados, su cuerpo redondo, su testa plana. Cada línea es tan tensa como una cuerda bien estirada, y el dibujo tiene una doble energía que se comparte a la perfección. Es la energía del animal que se ha hecho presente y aquella del brazo y el ojo del hombre que dibuja a la luz de una tea.

Estas pinturas en la roca se hicieron donde se hicieron para que pudieran existir en la oscuridad. Eran para la oscuridad. Estuvieron escondidas en lo oscuro para que lo que encarnaran perdurara más allá de todo lo visible y prometieran, tal vez, la sobrevivencia.

Los cro-magnones vivieron entre el miedo y el asombro en una Cultura del Encuentro que afrontaba muchos misterios. Su cultura duró por más de veinte mil años. Nosotros vivimos una cultura dominante de Partidas y Progreso incesantes que hasta ahora lleva dos o tres siglos. La cultura de hoy, en vez de afrontar los misterios, persistentemente trata de evadirlos.
 

Traducción y nota: Ramón Vera Herrera
 

El término elisión, no de uso frecuente sino poético o para el caso gramatical, se refiere a la supresión de una vocal con que acaba una palabra cuando la que sigue empieza con otra vocal, como del por de el, al por a el. En términos poéticos es una licencia de compactación que permite mantener la métrica. Aquí John Berger usa el término para enfatizar la compactación de los dos animales en una misma figura, lo que la hace más inquietante y con una economía de medios que no deja de impresionar. (Nota del traductor)

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año