Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 11 de agosto de 2002
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Política
Guillermo Almeyra /y III

Argentina: el país de las sectas

Una de las características de las sectas es que trabajan con categorías fijas e inmutables tomadas del pasado y que no confrontan con los cambios que, sobre todo, en las grandes crisis sociales, la vida introduce en las mismas. Así el "proletariado" es siempre homogéneo y revolucionario, la "pequeñoburguesía" es siempre vacilante, la "burguesía" es siempre un sólido bloque único, los "frentes únicos" son bloques de partidos, cada uno de los cuales "representa" una clase o un sector de clase. Para ellas no existe el "obrero social" de Marx ni existen tampoco todos los factores -culturales, históricos, sicosociales- que diferencian internamente a las clases y determinan sus acciones decisivas; en su marxismo de manual sólo existen las motivaciones económicas. Por eso, como viven en un mundo habitado por fantasmas no pueden prever las acciones y reacciones de la gente real ni ser cabalmente aceptadas por ésta. Además, al oponerse a las creaciones sociales que no entran en sus esquemas, son conservadoras y tratan de controlar los movimientos en vez de desarrollarlos y aprender de ellos.

Las asambleas populares argentinas, por ejemplo, las sorprendieron hasta que les dieron el papel de consejos, de soviets (que no tenían), para hacerlas entrar en su esquema de revolución o insurrección y después tratar de dirigirlas. Las sectas jamás han entendido la educación histórico-social de los trabajadores peronistas. O sea, de un movimiento con una dirección burguesa, nacionalista conservadora, pero con tradiciones obreras anarquistas, métodos proletarios y aspiraciones obreras radicales, que se canalizaba en los sindicatos y no en el inexistente aparato partidario peronista, cuyo nacionalismo era antimperialista. Tampoco han visto y entendido las profundas transformaciones socioculturales producidas en las clases más importantes de la sociedad argentina desde la derrota obrera peronista de 1955 y, en particular, desde la dictadura de 1976 y la mundialización dirigida por el capital financiero. O sea, la atomización del proletariado industrial, la radicalización de vastos sectores de las clases medias (que apoyaron a los obreros o confluyeron en las guerrillas en los años 70-80), la destrucción de los sectores medios industriales junto con la del mercado interno, la transformación de la oligarquía terrateniente en parte de un sector financiero mundializado, el retroceso cultural producido por la desmoralización y el terror, primero, y después por las esperanzas perdidas en la democratización alfonsinista o en la estabilidad económica menemista. Por eso la realidad se les escapa y ni siquiera encaran la necesidad de acabar con el dominio oligárquicofinanciero del campo, no sólo para dar trabajo y comida a todos, sino también para dar democracia y salvar la tierra y los recursos naturales amenazados por la sobrexplotación y el abandono.

Por su parte, los sectores radicalizados de la clase media que, a pesar del mangoneo de las sectas, persisten en la actividad asamblearia, han heredado también del anarquismo una visión moral y acrítica de la política. Los anarquistas cantaban "levántate, pueblo leal, al fuerte grito de revolución social" contra los "burgueses asaz egoístas que así desprecian la humanidad". Para ellos el "pueblo" era siempre leal (no podía votar por la derecha, entrar en la policía, romper huelgas, apoyar a un fascista) y bastaba educarlo, orientarlo. Y la "burguesía" era un solo bloque inmoral y hostil. Entre el primero y la segunda no había nada. Esa es la base del "que se vayan todos" (expresión de la desilusión de quienes antes se habían ilusionado con Alfonsín, con Menem, con De la Rúa y el Frepaso o con Perón y hasta con las dictaduras "democratizadoras").

Por lo tanto, las sectas, aunque mantenidas a distancia por las asambleas, encuentran en ellas un campo propicio para su conservadurismo. Por ejemplo, la Juventud de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) critica la posibilidad de una acción electoral común entre su central y el naciente grupo Elisa Carrió-Luis Zamora, diciendo que sólo podrán apoyar un frente popular. Ahora bien, en múltiples huelgas generales, marchas, movilizaciones, la CTA ha luchado junto a ese grupo (y a las asambleas y los piqueteros) por puntos programáticos comunes. Es evidente que se ha formado la base de un frente social alternativo. ¿Qué impide convocar un congreso para discutir todos -asambleas, piqueteros, CTA, Izquierda Unida, ARI y los partidos que se definen de izquierda- cuál debe ser el programa mínimo común para una candidatura elegida entre los que tienen mayores posibilidades? ¿Qué impide que cada grupo mantenga su independencia dentro de ese acuerdo mínimo destinado a presentar, también en el terreno electoral, una alternativa? ¿Qué impide hacer movilizaciones para imponer que las elecciones sean generales, y no sólo para el Ejecutivo, y para ir aplicando partes enteras del programa del frente alternativo, de modo de no caer en una mera campaña electoralista e institucional? ¿Por qué lo que los frentes que son válidos en Bolivia, en Uruguay o en Brasil serían repudiables en Argentina?

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