Lunes en la Ciencia, 1 de julio de 2002


La brillantez científica no vacuna contra la colaboración con regímenes criminales

Bohr, Heisenberg y la bomba atómica

Jaime Besprosvany

"Estoy sumamente sorprendido de ver cómo tu memoria te ha traicionado", le escribió en 1957 el danés Niels Bohr a su ex alumno alemán Werner Heisenberg, en una carta nunca enviada y hecha pública recientemente (http://www.nbi.dk/NBA/papers/ docs/cover.html). Ambos físicos, colaboradores en los años 20 del siglo pasado, contribuyeron en gran medida a la creación de la mecánica cuántica, la exitosa teoría que rige al mundo microscópico.

Así, Bohr disfrazó de eufemismo el reclamo a Heisenberg por su versión dulcificada sobre su papel como jefe del programa atómico del gobierno nazi durante la Segunda Guerra Mundial, al afirmar, junto con acólitos, que el fracaso en la creación de un arma atómica fue intencional. Bohr rebatió en particular la versión de Heisenberg sobre el intrigante y decisivo encuentro que tuvieron en Copenhague, en la ocupada Dinamarca, en septiembre de 1941, que terminó con su amistad. Este es descrito en la novela de Jorge Volpi En busca de Klingsor, y es el tema de la obra Copenhague, de Michael Frayn, que hasta hace poco estuvo en los escenarios mexicanos. Como este último autor, Heisenberg tiene defensores póstumos.

En 1938 se descubrió la fisión, la división espontánea de un núcleo en dos pedazos, similar a la de una gota inestableFnuclear que se divide en dos gotas. La enorme cantidad de energía liberada en el proceso comienza la carrera para su aprovechamiento. El núcleo es (con los electrones) la unidad básica que forma al átomo, y éste, a su vez, a la materia. Como antecedente, en 1932 fueron identificados los neutrones, partículas que junto con los protones constituyen el núcleo. El neutrón, de carga cero, penetra en los núcleos con facilidad, permitiendo su estudio. Al bombardear con neutrones una muestra de uranio, cuyo núcleo tiene 92 protones (y generalmente 146 neutrones), se intentó crear el elemento de 93 protones, siendo que un neutrón incidente en el núcleo tiende a decaer en un protón. Sin embargo, este elemento no se encontró, ni núcleos cercanos al uranio en los que éste se transmutaría. Por el contrario, en 1938 el alemán Otto Hahn halló bario en la muestra, de 56 protones, y los austriacos Lise Meitner y Otto Frisch lo adjudicaron correctamente a la fisión del uranio. Posteriormente se identificó al segundo producto, el tecnecio, de 43 protones.

La existencia del núcleo como sistema ligado se debe a la enorme fuerza que produce atracción entre los protones y los neutrones, sobreponiéndose a la repulsión electromagnética entre los protones. Cuando su número es grande, se requiere mayor energía para contrarrestar esta repulsión que cuando el núcleo está dividido en dos, lo que explica la energía liberada en la fisión. En el uranio ésta se facilita con la presencia de un neutrón adicional en el núcleo, que lo vuelve inestable. En 1939, ante la guerra inminente e ignorando un llamado de los científicos aliados a suspender las publicaciones sobre el tema, el francés Frédéric Joliot-Curie reportó que en la fisión del uranio también se emiten al menos dos neutrones. Si hay condiciones en que éstos incidan en dos núcleos, produciendo a su vez su fisión, y así sucesivamente, habrá una reacción en cadena con la consecuente liberación de energía. Si esta reacción se controla, se puede aprovechar como en los reactores nucleares; si es incontrolada, se tiene la bomba atómica. Preocupados de que Alemania consiguiera esta arma, los científicos en los países aliados, entre ellos Albert Einstein, alertaron al gobierno estadunidense, lo que resultó en un proyecto para la creación de la bomba.

Hubo científicos alemanes que se resistieron a colaborar en el proyecto de su país. Bohr le recordó a Heisenberg: "bajo tu liderazgo se hacía todo lo posible en Alemania para desarrollar armas atómicas"; además, "expresaste tu convicción definitiva de que Alemania ganaría la guerra". En efecto, en 1941, todo apuntaba a una victoria de Alemania, con casi toda Europa bajo su dominio, antes de la entrada de Estados Unidos en la guerra y de la derrota de Stalingrado. Es improbable que los altos jerarcas nazis encomendaran dicho proyecto a un saboteador, siendo que Heisenberg persiguió la meta vehementemente. La excelencia académica, la brillantez y la cultura no vacunan contra el nacionalismo virulento, ni contra la colaboración activa con un régimen de criminales declarados. En realidad, fueron errores técnicos, dificultades prácticas y la falta de recursos los que condujeron al fracaso del proyecto.

En agosto de 1945, Estados Unidos, en guerra contra Japón, arrojó dos bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, causando incontables víctimas. Heisenberg y sus colaboradores escucharon la noticia bajo arresto por los aliados, en una casa en Inglaterra equipada especialmente con micrófonos. Sus conversaciones grabadas atestiguan que intentaron explicar sus errores, forjando el mito del fracaso deliberado.

El autor es investigador del Instituto de Física de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)

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