Lunes en la Ciencia, 17 de junio de 2002


En laboratorio, estudio de los sentimientos

Emociones y ciencia

Antonio R. Cabral

Uno de los temas preferidos de la filosofía analítica es la relación entre el sujeto y el objeto. Kant dedicó años de su vida a pensarla aunque haya tardado pocos meses en escribirla. Schopenhauer, alumno y crítico de Kant, hizo lo propio y produjo un sistema muy socorrido por los estudiosos de la teoría del arte. El primero puso a la razón en el centro de la relación y el segundo habló de ella más bien como interferencia durante el momento sublime de la experiencia estética. Para decirlo con una sola palabra: Kant habló de conocer y Schopenhauer de sentir. Es decir, la filosofía ha hecho su tarea ocupándose de ambos temas, casi siempre por separado. Por su parte, la ciencia usa la razón como su principal y único instrumento de trabajo, pero más bien ve a las emociones como acompañantes incómodos a los que ingenuamente hay que eliminar: cuando de su trabajo se trata, los científicos tienen prohibido sentir.

Esta prohibición (el término puede ser exagerado) quizá sea una de las razones por las que la ciencia se ha ocupado poco del estudio formal de las emociones y los sentimientos. Es como si Darwin nunca hubiera existido, porque después de él sabemos que las emociones tienen formas de expresión universales. Una cara de miedo, alegría o tristeza es identificable por individuos de todas las culturas, no importa el idioma que hablen. Otros animales no humanos también gozan de esa capacidad. Lo que todos ellos tienen en común son ciertas estructuras cerebrales con las que distinguen las diferentes fisonomías. El avispado lector ya lo adivinó: las emociones son innatas (genéticas) y no necesitan del lenguaje, agreguemos que si se han conservado durante millones de años es porque han cumplido con su propósito, cualquiera que sea.

Por fortuna, hay una generación actual de científicos que ha incorporado la emoción y los sentimientos a su quehacer cotidiano y ya los estudian formalmente en el laboratorio. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, no son los cardiólogos quienes pertenecen a esa generación, pues aunque se trate de asuntos que comúnmente el hombre ha depositado en el corazón, son más bien los neurólogos y otros neurocientíficos quienes desentrañan las complejidades biológicas de las emociones y los sentimientos. Lo hacen a sabiendas de que estos últimos son difíciles de estudiar porque son experiencias privadas. Las emociones, en cambio, por su carácter innato, tienen características públicas que las hacen accesibles al observador externo. Todo es que se tengan los medios adecuados que contesten puntualmente las preguntas y, como sucede a menudo en ciencia, se elija bien a los sujetos de estudio. Los medios ya existen y se perfeccionan continuamente; por ejemplo, los estudios radiológicos de imagen de altísima resolución capaces de ver el cerebro humano en tercera dimensión prácticamente como si estuviera abierto el cráneo. Otros no sólo lo ven, sino que muestran con colores las áreas del cerebro que una persona utiliza en determinado momento, por ejemplo, cuando siente tristeza o ira. Si estos instrumentos de investigación se aplican a personas sanas, el observador podrá entonces concluir el funcionamiento normal de esas zonas; pero si a quien se estudia es ahora un paciente con alguna lesión cerebral precisa que le ha producido cambios puntuales de conducta, por ejemplo falta de apego a las reglas sociales, o le ha causado incapacidad para reconocer y enfrentar el miedo, el investigador podrá cartografiar en el cerebro las zonas encargadas de regular esas funciones. Esto desde luego no quiere decir que el cerebro tenga partes dedicadas exclusivamente a reconocer o producir miedo, ira, tristeza, alegría u otras emociones primarias; sería ingenuo pensar que el tema es así de simple.

En resumen, lo que la neurociencia actual está intentando, ya no tan ingenuamente, es esclarecer los formidables sistemas neurales que regulan la relación sujeto-objeto. Lo hace con el supuesto de que las emociones existen sólo si hay quien las experimente, que las registre, que sea consciente de ellas, que sienta lo que sucede, para decirlo como quiere el neurólogo Antonio R. Damasio, pionero en el estudio de estos asuntos. Si en este argumento la palabra objeto se refiere a un pensamiento, a un sentimiento o a un dolor de muelas, bien mirado lo que la ciencia investiga son las bases neurobiológicas de lo que llamamos consciencia, entendida ésta no como la capacidad que nos hace humanos o nos distingue de los orangutanes, sino la que nos permite sentir y conocer lo que ocurre dentro y fuera de nuestro cuerpo y de que podamos captar la diferencia.

El autor es investigador del Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán

 

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