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Hace
unas pocas semanas, durante el seminario "Feminismos Latinoamericanos:
retos y perspectivas" organizado por el Programa Universitario de estudios
de Género de la UNAM, una de las participantes me decía: "la
realidad es tan compleja que hace que la lucha de género también
lo sea, a veces lo que parece contrario a nuestros intereses resulta positivo
y hay que ver esas complejidades para hacer política". Como
esa frase ha sido muy repetida para criticar a quienes no creemos que el
"empoderamiento de las mujeres en el sistema" genere los cambios
que las mujeres y el mundo necesitan, le pedí que me diera un ejemplo
y su respuesta fue: " la invasión gringa a Afganistán
es parte de una guerra imperial, sí, pero también ha liberado
a las afganas".
Después de haber oído en el mismo seminario que las feministas
tenemos que aprender de la Pepsi Cola, que pudo quitarle la hegemonía
del mercado a la Coca Cola porque supo hacer una publicidad que llega a
las necesidades de la gente, no me extrañó la respuesta dada,
ya que ambos ejemplos se inscriben en el poder de construcción de
imagen de mundo y de realidad que generan los medios de comunicación
al servicio del marketing imperial. Lo terrible es que ambos ejemplos vinieran
de mujeres que se dicen feministas.
Efectivamente, la mayoría de las agencias noticiosas y canales de
televisión -como CNN-, se han dedicado a circular imágenes
de afganas sin burka, caminando ahora por las calles de Kabul, y pequeños
reportajes o entrevistas a las dos mujeres que componen el gabinete "de
transición" o a una que otra afgana que ha vuelto a la universidad
o al trabajo. Paralelamente, la señora Bush viene haciendo también
mucho ruido sobre el avance de las mujeres afganas y la necesidad de impulsar
más ese "bienestar" que han "abierto para ellas"
los ejércitos enviados por su imperial esposo y máximo cerebrillo
del eje del bien.
Sin embargo, la realidad en Afganistán para las mujeres dista mucho
de ser como la quieren plantear los de la justicia infinita y una vez más,
la verdad sobre ellas circula por los mismos canales marginales, invisibilizados
y negados por los que circulaba en tiempo de los talibán. Antes,
evitando ser acusadas de ser demonios y recibir castigo talibán,
ahora evitando ser consideradas enemigas del eje del bien, la esperanza
de las mujeres sigue siendo larga y ancha como la historia... que muchos
dicen que se acabó.
Es cierto que se decretó la no obligatoriedad del burka y se derogaron
las prohibiciones para que las mujeres sean atendidas en los hospitales,
estudien y trabajen y que algunas afganas de la capital, Kabul, de clase
alta y poder económico, se han podido beneficiar de estas nuevas
medidas.
Pero es más cierto aún que la clase alta afgana es un puñado
de familias que se cuentan con los dedos de las manos; que Kabul es una
ciudad pequeña, en ruinas y llena de familias miserables; que la
mayoría de la población vive en las estepas y montañas,
en caseríos aislados. Que la población se ubica mayoritariamente
en las provincias del norte donde el control está en manos de los
señores de la guerra de la Alianza del Norte cuyos "héroes"
fueron autores de violaciones a los derechos humanos de las mujeres iguales
a los de los talibán y que hicieron (y siguen haciendo) exactamente
lo mismo que sus enemigos cuando controlaron el país entre 1992 y
1996.
Que la mentalidad guerrera y de venganza domina a los hombres de las tribus
que siguen practicando la violencia y el abuso de "sus" mujeres
y usando como arma de venganza el asesinato y la violación de las
mujeres de cualquier otra etnia considerada rival. Y finalmente, que las
tropas internacionales, tras la búsqueda de cualquier sospechoso
de ser talibán, atacan sin importarles los "efectos colaterales"
de sus acciones, ocasionando muerte y huida en masa hacia las montañas
de pueblos enteros, con sus ancianos, mujeres y niños de los cuales
nadie sabe como están sobreviviendo en las profundidades de las inaccesibles
cuevas de las montañas. En este marco, la situación de las
afganas sigue siendo -como lo ha denunciado RAWA*- "igual de dramática
que antes".
"Aunque esto sea lo que le importa a occidente, que haya o no prohibición
de usar burka es lo menos importante, porque ésta se seguirá
usando como una medida de las mujeres para protegerse de las agresiones
y la violencia contra ellas, sólo mujeres con poder y protección
pueden darse el lujo de andar sin burka", declaran las mujeres de RAWA
(**).
La lucha entre etnias no ha terminado, ahora luchan por el poder y con él
ejercen la venganza, que se ejecuta principalmente contra las mujeres. El
reporte de Human Rights Watch (HRW) de mayo de este año da cuenta
de esta realidad: "aún en Kabul, muchas mujeres viven con miedo
de que su seguridad personal sea atacada por los hombres de las diversas
facciones políticas, sean civiles o armados. Fuera de Kabul esta
situación es generalizada ya que además del miedo a los señores
de la guerra, las mujeres siguen agredidas y negadas de ejercer sus más
básicos derechos humanos y menos a participar en la reconstrucción
del país".
Si esto es generalizado en todo el territorio, resulta extremo para las
etnias minoritarias en el norte del país. Durante febrero y marzo,
HRW documentó, en cuatro provincias norteñas, la violencia
sexual y física ejercida contra las mujeres de la etnia pashtún
(minoritaria en el norte y a la que pertenecen los líderes talibán)
por parte de las fuerzas armadas de las otras tres etnias: uzbekos, tajikos
y hazaras. Esta situación no sólo se da en los pequeños
pueblos o comunidades, HRW también documentó violaciones,
agresiones y la situación de miedo y de limitación de movimiento,
de expresión y de vestimenta, que viven las mujeres de Mazar como
consecuencia de las constantes agresiones de que son víctimas. Muchas
familias han escondido a sus mujeres en lugares inaccesibles
El líder de las fuerzas uzbekas que cometen estas violaciones, el
general Dostúm, es el actual ministro de defensa. El líder
de las fuerzas hazaras, Mohammad Mohaqiq, actual ministro de Planeación,
uno de los cinco consejeros del gabinete y líder del Partido Islámico
de Unidad, fue acusado por la Cruz Roja de violencia contra las mujeres,
contra adolescentes, ejecuciones en masa y secuestro. Los actuales ministros
de asuntos exteriores y de defensa, Abdulllah Abdulllah y Mohammad Fehim,
ocupaban los mismos cargos en 1992, cuando se ordenó a las mujeres
cubrirse de pies a cabeza, y fueron quienes prohibieron la transmisión
de música por la radio.
Mientras en un documento de noviembre del 2001, RAWA decía: "La
Alianza del Norte ha aprendido a posar ante Occidente como ´democrática´,
incluso como defensora de los derechos de las mujeres, pero de hecho no
han cambiado, igual que el leopardo que no puede eliminar sus manchas. El
mundo debería entender que la Alianza del Norte está compuesta
por un puñado de bandas que ya mostraron su naturaleza criminal e
inhumana cuando controlaron Afganistán desde 1992 hasta 1996";
el documento de la conferencia Interafgana, firmado también por el
representante de Naciones Unidas dice: " Durante muchos años
los mujaidín afganos (guerreros de dios) han defendido la independencia
y la unidad de su país y sus sacrificios los convirtieron en héroes
de la Guerra Santa y en campeones de la paz". Estos "guerreros
de dios" fueron aceptados por las Naciones Unidas, se sentaron en la
mesa de negociación de Bonn y recibieron su pedazo de pastel a la
vez que RAWA y HAWKA*** fueron dejadas fuera.
HRW califica a la actual violencia contra las mujeres en Afganistán
como "de dimensiones potencialmente mortales" y agrega: "Las
mujeres continúan siendo agredidas y asaltadas por no adherir a las
ex leyes de los talibán en cuanto a comportamiento, vestimenta, silencio
y movimiento". En abril, Reuters reportó un ataque con ácido
a una maestra de Kandahar por repartir volantes llamando a que los padres
inscriban a sus hijas en la escuela. Un grupo de muchachos fue detenido
por las autoridades de la ciudad por repartir el mismo tipo de panfletos.
Los testimonios de las mujeres dan cuenta de que los edictos talibán
aún siguen funcionando en los hechos en el país. Aunque la
ley ya no les prohiba participar en la vida pública, en la costumbre
y mentalidad de varones y autoridades siguen prohibidas de moverse, viajar
o hablar; la ruptura de esto implica castigos en la medida que "deshonran"
a la familia y a su comunidad. Por esta misma razón es imposible
tener una idea del número de mujeres violadas y golpeadas que llegan
a los hospitales, aunque médicos y enfermeras aseguraron a HRW que
atienden grandes cantidades de mujeres que llegan en esta situación.
Las violaciones son cometidas por hombres armados o por familiares como
castigo. Por estas mismas razones, reporta RAWA, las mujeres que inicialmente
se atrevieron a trabajar, a ir a la escuela o a las universidades, las están
abandonado. Además no hay trabajo ni para hombres, menos para mujeres.
En la parte sur del país, la situación es aún más
confusa y menos reportable ya que, por ser la zona donde habitan los pashtunes
(etnia del talibán y mayoritaria en el sur), es la que está
aún bajo constantes ataques -por tierra y aire- de los ejércitos
internacionales. Los reportes hablan de pueblos enteros que han sido abandonados
o deshechos y que sus habitantes han huido a las cuevas montañesas.
Allí es imposible saber lo que pasa, menos aún a las mujeres.
Sólo se sabe que por suponer que esconden talibán, les tiran
bombas sin compasión alguna. En febrero, el diario The Guardian calculó
las muertes "colaterales" entre mil 500 y ocho mil.
Por otra parte, la ministra de asuntos femeninos, Sima Simar, ha declarado
al mundo que le es prácticamente imposible actuar ya que ni cuenta
con apoyo del gobierno ni con recursos. Suhaila Siddiq, ministra de salud
(única generala de las Fuerzas Armadas Afganas e hija de un importante
general de la Alianza del Norte) ha calificado la situación de las
afganas en su materia como "horrenda": cada treinta minutos muere
una mujer por parto y las tasas de mortalidad infantil son las más
altas del mundo, dijo. Sin embargo cuando la ministra le pidió a
Estados Unidos que aporte al menos lo mismo que el costo de las bombas,
el Departamento de Estado respondió que "sería demasiado
difícil" para su país hacer ese aporte. Hasta hoy, los
países que se comprometieron a aportar recursos para la reconstrucción
de Afganistán, seis mil 500 millones de dólares (menos del
ocho por ciento de la deuda externa mexicana), no han cumplido su compromiso
ni en un mínimo porcentaje y argumentan no estar en condiciones de
hacerlo. Seguramente esperan que se dé el momento oportuno, es decir
el momento en que puedan ya condicionar los dineros a la construcción
de los oleoductos y gasoductos por los cuales se hizo esta guerra y para
ello ¿a quién le importan las mujeres?
Aunque ésta sea la realidad y RAWA insista en que "será
imposible la democracia y la paz en Afganistán mientras la comunidad
internacional apoye a los guerreros fundamentalistas para que gobiernen"
¿seguirá habiendo "feministas" que insistan en que
la guerra imperial liberó a las afganas?
** Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán, RAWA
por sus siglas en inglés
*** Asistencia Humanitaria para las Mujeres y Niños/as de Afganistán,
HAWCA por sus siglas en inglés
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