Ojarasca 61  mayo 2002

En el momento en que los avatares del mundo y las entretelas de la tragicomedia política internacional no dejan respiro alguno para repensar el país, la conducta realmente existente de los funcionarios o la ausencia de democracia y derechos humanos en México, los pueblos indios, despreciados de por sí como están, vuelven a poner sobre la mesa su mirada y su empuje y emplazan a los tres poderes de la Unión en una sola jugada: emprender el recurso de controversia constitucional ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Es la última instancia, según parece, porque los otros dos poderes ya fallaron, y en sentido literal.

Si esta instancia también los deja colgados, los pueblos indios sabrán que no cuentan con el Estado nacional, y eso sí que sería muy grave. Si la Suprema Corte falla a favor de los pueblos, la responsabilidad recaerá de nuevo en el Legislativo, por lo menos. El Ejecutivo podrá intentar zafarse, pero seguirá pendiente que cumpla su palabra empeñada e impulse decididamente la propuesta de reformas de la Cocopa que, pese a su vasta legitimidad, no se ha convertido en ley.

En el último año, las representaciones comunitarias y sus organizaciones regionales, muchas de las cuales se reconocen como parte del Congreso Nacional Indígena, no sólo se juntan y discuten, reflexionan y analizan, sino que muestran su fuerza y frenan contratos de bioprospección, impugnan la introducción de variedades transgénicas de maíz y defienden éste y otras muchas plantas curativas y alimenticias que hoy prohíbe en su uso corriente el gobierno federal. A saber por qué, pues no impone veto a sus usos industriales. Proliferan los proyectos autogestionarios, los pronunciamientos y los diagnósticos: los pueblos hacen cuentas y se reconocen, se brindan seguridad comunitaria, emprenden juicios legales para recuperar sus tierras, cuestionan seriamente el modelo de desarrollo que se les quiere imponer y sobre todo la imposición misma.

Sin entender los acomodos y requiebres políticos de quienes se apresuran a prejuzgar la existencia o no de los derechos humanos en otras tierras, mientras en casa éstos no sólo se violan sino que su violación es convertida en sistema de apartheid disfrazado, los pueblos indios del país se niegan a no ser, a convertirse en fantasmas sin recuerdo de su historia, a perderse en un sueño soñado por otros. En los filos, la resistencia crece y busca autogobierno y autonomía para equilibrar o evadir, en lo posible, aquella forma de gobernar tan entronizada en nuestro país que no pregunta ni consulta ni permite la participación efectiva de los afectados por los planes de gobierno, y que ante las quejas, reprime.

Hoy sabemos que la negativa a reconocerles derechos colectivos a los pueblos indios no es suficiente para aniquilarlos, ni mucho menos, pero pesaría saber que no hay quién sino ellos para cuidar su futuro, ese horizonte abierto. Y esa sí que sería una derrota para el sistema político mexicano.

umbral

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