Jornada Semanal, 19 de mayo del 2002                       núm. 376

CARLOS PACHECO REYES Y EL HUESO AZUL

A Francisco Perrusquía
Para dejar que en el ambiente flotara el ánimo surrealista, el doctor Carlos Pacheco Reyes, bajo las luces tenues de la madrugada de Querétaro, se despedía de sus contertulios y alumnos de la siguiente y cordial manera: “Chupe su hueso azul.” Tenía el buen doctor varias recetas para enfrentar a los furibundos ideólogos de la derecha del Bajío: sinarquistas (hace poco el doctor Jean Meyer los convirtió en democristianos avant la lettre), panistas, opusdeístas, muristas, cursillistas, carismáticos, legionarios (los más poderosos y ultramontanos), padres de familia, providistas, etcétera. La mejor era la más drástica: “Si se los encuentra, ordéneles que levanten los brazos y, cuando lo hagan, rápidamente les da hachazos en los sobacos.” No seguí su consejo y, unos meses más tarde, nos pusieron de patitas en los límites de la ciudad barroca.

El doctor Carlos Pacheco Reyes era un hombre de pequeña estatura, ojos saltones, una barbita pelirroja y carecía por completo de dentadura. Su inteligencia era muy poderosa y su elocuencia medida y exacta. Había logrado hacer una síntesis espléndida de la dialéctica hegeliana y la explicaba con buen humor, amenidad y una notable precisión conceptual. Sus seminarios sobre el pensamiento de Marx conquistaron alumnos y seguidores en Querétaro y otras ciudades del conservador centro del país. Su especialidad eran las clases sobre el psicoanálisis, basadas en un conocimiento exhaustivo del pensamiento de Sigmund Freud. En algunas etapas de su vida practicó la clínica psicoanalítica, en otras se dedicó a la cátedra y nunca descuidó su actividad política, que tuvo su momento de mayor intensidad cuando vivió en Guatemala para apoyar con sus vastos conocimientos al sistema educativo del gobierno democrático de Jacobo Arbenz. Cuando la cia, la United Fruit, el señor Foster Dulles, autor de una de las frases más cínicas de la retórica imperialista: “Los Estados Unidos no tienen amigos. Tienen socios”; el sicario que contrataron esa vez, Castillo Armas; el procónsul Peurifoy y su rimadora costilla y más y más agachones y delincuentes, derrocaron al gobierno legítimo, el doctor Pacheco inició la aventura del regreso a México. Después de incontables peripecias llegó a la frontera y ahí fue detenido por los gorilones del gobierno chiapaneco. Tras varias golpizas, cárceles y mordidas, logró llegar a las playas del Café Habana, sentarse a tomar su café espresso, a charlar con los amigos y a fumar sus incontables negritos, de los cuales sólo consumía una mitad a la que extraía enormes bocanadas de humo.

Escribió varios libros en los que reunió y ordenó sus charlas, seminarios y diplomados. Algunos todavía circulan, pero con los nombres de otras personas en calidad de autores. La pillería desatada de un editor de cuyo nombre no quiero acordarme, despojó al doctor de todos sus derechos y se embolsó los textos con ese talante irrespetuoso por el trabajo intelectual que comparten algunos mercachifles disfrazados de editores con una buena cantidad de politicastros culturales o nada culturales.

Los temas centrales de su vida y de su trabajo fueron los del psicoanálisis y el socialismo. Al igual que Reich, intentaba hacer la conciliación entre los aspectos lógicamente individualistas del método freudiano y el carácter colectivo –o, más bien dicho, colectivizador– del programa socialista. Uno de los pillos ya mencionados se robó esos escritos y, a pesar de los esfuerzos que hemos desplegado algunos amigos y alumnos del ilustre Pacheco Reyes, se ha negado a aceptar el despojo que cometió hace ya más de treinta años. La justicia mexicana, capaz de determinar que las torturas del verdugo Cavallo ya prescribieron, nada hará para hacer justicia al estudioso de las obras de Marx, Freud y Reich y, sobre todo, al intelectual de buena voluntad, que intentó unirlas y, de alguna manera, hacerlas complementarias. En fin... el macartismo liquidó a Reich y la corrupción mexicana nos robó lo mejor de la obra de Pacheco Reyes. Entre fundamentalistas, sicarios, gángsters y corruptos anda este juego siniestro de persecuciones y despojos. Por esta y otras muchas razones escribo esta columna de homenaje a una mente brillante, desparpajada, humorística y saqueada. Hace muchos años dediqué mi poema largo, “México Charenton” (conviene que los escribidores de poemas tengan una columna semanal en un periódico. Así pueden recordar lo que ya nadie recuerda. Este es un ejercicio totalmente inútil, pero absolutamente necesario, como diría Domnul Ionesco, masajista rumano dedicado a la fabricación de yogurt folclórico), a Carlos Pacheco Reyes. En ese poema aparecen los personajes del delirio altiplánico de Tiburcia, la poeta internada en la vieja “Castañeda”: Papacito Cienfuegos, las manfloras de horrendísima sangre, la suprema del burdel de los católicos y la manguera tricolor para los baños descritos por Pacheco en su dossier tiburciano.

“Allá en los tiempos en que yo era un hipopótamo, no había dinero pa comprarse un acordeón. Allá en los tiempos en que yo era un hipopótamo por todas partes se escuchaba esta canción: el hipopótamo y el acordeón.” Así cantaba el doctor Pacheco Reyes en las madrugadas queretanas y en la mesa del Café Habana. Es necesario recordar su talento y su humor antes de que nos vayamos todos a chupar nuestro hueso azul, pues a lo mejor el señor Bush y sus pistoleros y alicuijes nos organizan muy pronto una chupada de hueso azul de rango universal.
 

Hugo Gutiérrez Vega
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