Jornada Semanal, 12 de mayo del 2002                       núm. 375

La legión del Arcángel San Gabriel y la securitate

 

Para Víctor Ivanovici


Una tarde ateniense y en un café de Exarjia hablé con el maestro, ensayista, traductor y políglota rumano Víctor Ivanovici, sobre la trágica historia de su patria. Estábamos a fines de mayo y todavía experimentábamos la sorpresa y la angustia causadas por el asesinato de Ioan Couliano, historiador de las religiones, los mitos y la magia renacentista; discípulo directo de Mircea Eliade y actualizador del pensamiento de Marsilio Ficino, Pico de la Mirandola y Giordano Bruno. Su libro Eros y magia en el Renacimiento fue un éxito editorial en el que participaron los especialistas en magia e historia de las religiones, los aficionados a los temas esotéricos y una buena cantidad de curiosos y de lectores de novedades. Todo esto resultó sorprendente, pues el libro tenía rigor académico, un impresionante aparato erudito parecido al de Eliade, el caprichoso mentor de Couliano, y un estilo que no hacía concesiones de ninguna especie a los indolentes lectores de bestsellers. Lo inusual era el sentido del humor y las inteligentes referencias a seres y acontecimientos contemporáneos. Estas características lo libraban de la aridez académica y de la pedantería de los catedráticos sermoneadores y autoritarios.

Víctor perteneció a la generación de Couliano. Compartieron admiraciones por los grandes exiliados: Eliade, Ionesco y Cioran, y por los que se quedaron y vivían en una especie de exilio interior: Noica y Steinhardt. Ambos eran políglotas y, siguiendo la tradición académica rumana, conocían a fondo ese latín que mantuvo sus rasgos esenciales en el territorio de la Dacia circundado por las tribus bárbaras. Víctor, hijo de griega de origen kefalonita y de rumano nacido en la época del Imperio Austrohúngaro, se acercó al español con un entusiasmo y un talento que le permitieron no sólo traducir ensayos y poemas de Octavio Paz al rumano, sino también poemas y ensayos de Blaga al español. Intelectual clásico de la Mitteleuropa, domina el rumano, el español, el griego, el francés (no olvidemos la pertenencia de Rumania al mundo francófono), el italiano, el alemán y el ruso. Tal vez su traducción del gran poema de Eminescu, “Lucifer”, y la de “Piedra de sol” de Octavio Paz, sean sus obras maestras. Por otra parte, son notables sus versiones al español de los poetas griegos Elytis, Varvitsiotis y Kaknavatos, y sus ensayos sobre Canetti, Eliade, Broch y Musil.

Esa tarde, pensando en Couliano, hablamos del movimiento ultraderechista rumano de los treinta, La Legión del Arcángel San Gabriel, y de Codreanu, su líder asesinado en circunstancias misteriosas en los últimos meses de reinado del largirucho y veleidoso monarca Carol II. El dictador Antonescu se apoderó de los restos (y de parte de la retórica) de La Legión, la convirtió en La Guardia de Hierro y hundió a su país en un vértigo de racismo, nacionalismo ramplón y antisemitismo. Se habla de más de medio millón de judíos y de cuatrocientos mil gitanos asesinados en territorio rumano o enviados a los campos de exterminio “administrados” por la tecnocracia masacradora de los nazis. Curzio Malaparte, en su otrora famoso Kaput, describe los aspectos más siniestros de esa orgía fascista en la cual participaron antiguos legionarios, la Gard de fer, Antonescu y el viejo militarismo. Nunca quedó claro hasta qué punto se comprometió Eliade con La Legión. Por razones nacionalistas y siguiendo el ejemplo de un grupo de intelectuales que admiraban las cualidades oratorias de Codreanu, figuró por un tiempo en las listas de la organización, pero todo indica que se retiró pronto. Sin embargo, por el resto de su vida lo persiguió ese estigma (el escritor mexicano Aguilar Rivera documenta algunos aspectos de la retórica con la cual Eliade alabó los principios fascistas de la Legión del Arcángel San Gabriel. En ella asomaba la jeta cierto antisemitismo. Más tarde encomió la labor política de Salazar, el beaturrón dictador portugués).

Víctor reconocía la retórica nacionalista de la Gard y del conducator Antonescu, en muchos aspectos del discurso de la Securitate, la policía política del conducator Ceaucescu. La mayor parte de los miembros de la organización antisemita, al terminar la guerra, huyeron del ejército soviético y obtuvieron refugio en el medio oeste de Estados Unidos. Ahí refundaron su grupo y, en los sesenta, establecieron contacto con la Securitate. Por ésta y otras razones, se sospechó que la ultraderecha y los remanentes de la policía política del trágico orate habían participado, a través de un sicario, en el asesinato del profesor Couliano.

El maestro Ivanovici no coincidía conmigo en la percepción de que el presidente Iliescu, a quien presenté credenciales en el Palacio de Cotroceni, podía llevar a cabo, a pesar de haber sido ministro del gabinete del conducator, la transición a la democracia. Víctor argumentaba que la permanencia de la Securitate era la mejor muestra del gatopardismo del tan cacareado cambio. Con Darie Novaceanu y Petre Roman, pensamos que Iliescu representaría en su país el inteligente papel que Adolfo Suárez cubrió en la transición española. La llegada al poder de Constantinescu así lo demostró y tengo la impresión de que el actual regreso al poder de Iliescu y de su equipo se inscriben en el arduo proceso de cambio democrático. El desmantelamiento de la Securitate dará fuerza a estas esperanzas. Mi amigo Víctor es partidario de la restauración de la monarquía. Sí esto va a suceder, cosa que dudo, sería mejor que ocupara el trono la princesa Margarita, más inteligente que su padre Miguel, quien tiene ya la experiencia de haber sido destronado por la cúpula militar en los cuarenta (pensemos en Constantino el griego y en la indudable valentía del rey de España que se enfrentó al parque jurásico militar). En fin... las reinas rumanas, por lo general, han sido más inteligentes y honestas que sus erráticos y pusilánimes consortes. Lo que sí sabemos, Víctor y yo, es que la democracia es ya irreversible en la tierra de Eminescu, Blaga, Brancussi, Eliade, Cioran, Ionesco, Noica, Enescu, Steindhart, Sadoveanu, Rebreanu, Caragiale, Cesar y Camil Petrescu, Arghezi, Panait Istrati, Creanga, Gala Galactión y tantos artistas y pensadores de la antigua Dacia.

Esa tarde en Atenas recordamos al profesor Ioan P. Couliano, autor de uno de los grandes libros del siglo xx, Eros y magia en el Renacimiento. Las figuras de la Primavera de Sandro Botticelli y el grito de Giordano Bruno, “¡todo es Eros!”, camino a la hoguera inquisitorial, nos pusieron a pensar que sólo el misterio y la libertad nos hacen vivir.
 
 

Hugo Gutiérrez Vega
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