Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 7 de mayo de 2002
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Cultura
Teresa del Conde

Miguel Ventura en el Carrillo Gil

La exposición El dilema P.M.S. (se trata de un dilema posmenstrual) es aparentemente sólo para entendidos, para especialistas que como Naief Yehya son semiólogos, no sólo desde el ángulo teórico. Menciono a Yehya porque a su cargo estuvo la redacción del texto para la muestra que visité en la Galería de Arte Contemporáneo Placer-dolor-chubasco, del mismo artista y alguna pieza allí presentada reaparece ahora en este conjunto de apartados y modalidades organizados con curaduría de Sylvia Navarrete y buen texto de Gonzalo Ortega, quien se toma el trabajo de explicar el significado y la genealogía del New International Language Committee, organización neoplatónica o virtual creada por el propio Ventura.

Debo confesar que entre todas las exposiciones que ha presentado el artista puertorriqueño, nacido en 1954, la que más aprecié fue la del Museo de Arte Moderno en 1979. El era para mí un absoluto desconocido. Todas las obras estaban realizadas con mina de plomo sobre papel y el resultado -que Fernando Gamboa no entendió súbito- era formidable porque la obscenidad y la denuncia no estaban ausentes, sino medio ocultas, como una baraja en un mazo de cartas, dispuestas a asaltar al receptor desde las elegantísimas composiciones tipo neominimalista.

Sólo voy a detenerme en el aspecto de la actual exposición que logré aprehender mejor: la conjunción de la niña ''Heidi", especie de arquetipo heroico ario, de trenzas rubias y sonrisa angelical (en su versión original) con el delirio del presidente Schreber que Sigmund Freud divulgó en un memorable análisis.

La vinculación es la correcta, porque Daniel Paul Schreber que publicó sus memorias en 1903, en una edición a su cargo, era un enfermo mental que se desempeñó en las altas esferas vienesas y fungió como presidente del Tribunal de Apelación.

Schreber habría padecido un ''delirio mitológico" -incluso cambió de sexo en el curso del mismo, como acontece en la iconografía de Ventura- y según Sabina Spielrein su pensar en imágenes remite a ''una especial afinidad del mecanismo onírico con el pensamiento arcaico". No sólo Freud, también Jung, Ferenzi y Bleuler opinaron sobre el caso Schreber. Cuando el pensador Walter Benjamin se topó con las memorias de Schreber en una librería de viejo, según relata Roberto Calasso, ''se sintió inmediatamente fascinado" y lo incluyó en su ''biblioteca patológica".

Eso mismo hace Miguel Ventura: lo anexa a su arsenal iconográfico, hibridándolo a la niña Heidi, cuyas trenzas pueden ser al mismo tiempo cordones que unen significantes siempre prestos a convertirse en otra cosa, o alas de querubín.

La paranoia que atacó a Schreber, su importancia como funcionario y la catharsis megalómana implícita en la redacción y edición de las memorias de su crisis, como él la entendió, es susceptible de calibrarse como el establecimiento de un vínculo entre paranoia y poder. Eso fue, creo, lo que interesó a Ventura, quien por supuesto se involucra con cuestiones sexuales en ése y otros rubros de la exposición.

Queda fuertemente cuestionado el poder de la madre (buen tema para el 10 de mayo) y el conjunto de videos, imágenes gráficas e instalaciones ocupan el lugar de una voz obsesivamente detractora ''que se apodera de cuerpo y mente. Una fábula del racismo y la intolerancia", según palabras de Gonzalo Ortega.

A la entrada del museo hay un aviso: queda bajo responsabilidad de los adultos la incursión de los menores en el ámbito de la muestra. Como hay un apartado referido a la defecación, los niños pequeños encauzan su curiosidad allí y se divierten: porque la fase anal es un hecho absolutamente comprobable.

Un buen pasatiempo compartido para el viernes 10 de mayo entre adultos y pequeños puede consistir en recorrer esta exposición. No es una muestra placentera, pero hace reflexionar sobre la serie de mecanismos de control que atosigan a las sociedades actuales.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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