Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 7 de mayo de 2002
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Economía

Ugo Pipitone

Vivir en el temblor

El domingo pasado la gran mayoría de los franceses votó en contra de Le Pen, o sea, contra una bazofia repugnante de nacionalismo arcaico, xenofobia y populismo autoritario. Y, sin embargo, el campanazo fue brutal y nos obliga a concentrar la atención en dos aspectos. Primero: Le Pen recogió la simpatía de cinco y medio millones de franceses. Una minoría, sin duda, pero no un fenómeno patológico-folclorico al estilo skinheads o similares. Segundo: la mayor reserva de votos de la ultraderecha se concentra en las zonas donde el malestar social surge de procesos de cambio económico que han devastado formas tradicionales de vida y de solidaridad social.

Hace un cuarto de siglo, Adriano Sofri (hoy encarcelado por un delito que probablemente no cometió), el más notable dirigente político de la entonces nueva izquierda italiana, decía: hay que acostumbrarse a vivir en el temblor. Y lo que quería decir era obvio: el cambio del mundo altera prácticas de vida, fragmenta clases sociales anteriormente homogéneas, crea nuevas necesidades individuales y colectivas e impone un esfuerzo inédito de inteligencia y creatividad para no vivir al margen de la realidad cantando las loas de certezas derivadas de un mundo que ya no existe. Estar adheridos a la realidad que cambia significa renovar el propio patrimonio de ideas y encontrar fórmulas que reconstruyan la solidaridad en un mundo que acelera sus transformaciones y disuelve el futuro anteriormente imaginado. Pocas cosas son más patéticas que vivir con los pies en una realidad turbulenta y con la cabeza perdida en certezas que añoran la realidad anterior al temblor.

En Francia y fuera de ella el escenario parece ocupado hoy por una izquierda democrática que está lejos aún de encontrar el hilo de Ariadna para gobernar una realidad tan compleja como inaceptable en sus resultados sociales, y por una izquierda "revolucionaria" que sigue pensando en el presente con la cabeza perdida en el pasado. ƑCómo asombrarse de que, en el vacío entre respuestas novedosas que se demoran en llegar y respuestas dramáticamente envejecidas, muchos se sientan atraídos por una ultraderecha que promete congelar la realidad en una armonía hecha de aislamiento frente al mundo y purezas míticas?

La democracia se construyó en gran parte del planeta al interior de procesos de convergencia social. Hoy, en una fase histórica de aceleración del cambio tecnológico y de mundialización, el camino va al revés: aceleración de las diferencias entre los países y a su propio interior. Y ahí está el reto: encontrar (más bien construir) mecanismos de convergencia que eviten que el aumento de la productividad avance entre fragmentaciones sociales que podrían ser caldo de cultivo de una creciente desafección hacia la democracia.

Vivir en el temblor supone aceptar las condiciones históricas concretas de nuestro tiempo e intentar cambiarlas. Supone la ineficacia de respuestas simples y definitivas. Ni una fuga hacia adelante (un poscapitalismo a la vuelta de la esquina) ni hacia atrás (un nacionalismo reaccionario al estilo Le Pen). Marx nos sigue dando una invaluable lección de método: frente a la Revolución Industrial no se trataba de volver a las armonías (más pensadas que reales) de las antiguas comunidades rurales. Frente a la mundialización actual no se trata de volver al socialismo en un solo país de estaliniana memoria o a ese delirio nacional-reaccionario que Le Pen encarna hoy con la perfección de su atraso cultural.

Vivimos una edad en que un orden se cuartea y el nuevo demora en definirse. Estamos en medio de una turbulencia estructural en la que los peligros se magnifican en términos de búsqueda de armonías puestas fuera de la historia y de sus dilemas concretos. Mientras tanto avanza una productividad sin (o escasos) beneficios sociales, un persistente ataque a los equilibrios ecológicos, una cretinización mediática creciente, un mayor desprestigio de la política y una continuada fragmentación interna de las sociedades.

No existe garantía alguna de que la democracia podrá sobrevivir a esa masa gigantesca de retos. Y la tarea de la izquierda es defenderla y profundizarla sin tentaciones mesiánicas, sin populismos carismáticos y sin sueños de nacionalismo autoritario. ƑSerá posible?

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