La Jornada Semanal,  21 de abril del 2002                         núm. 372
Héctor Lerin Rueda

Un Caribe que pinte

Luis Palés Matos hablaba de las islas invadidas por los imperios y azotadas por el huracán. Para el poeta, todas las islas estaban representadas por la “mulata antilla” y su meneo sensual. Héctor Lerin nos habla de un Caribe, mar y realidad sociopolítica, que debe pintar en el futuro de América Latina. Insiste, en otra parte de su texto, en la filiación caribeña de México y en la noción cubana sobre el origen “latinoafricano” de las islas del español caribeño, el patois, el inglés calypso y el papiamento.

Suponiendo sin conceder que existiera un entendimiento generalizado más o menos preciso de qué cosa debe entenderse por el "Caribe", es bien cierto que esta región está atravesando por un proceso de redefinición, búsqueda e identidad muy parecidos al que nosotros cruzamos en los años posteriores a la fase armada de la Revolución Mexicana, en que afanosamente buscábamos "la identidad nacional"; cualquier cosa que esto pudiera significar. Desde luego, en esta búsqueda caribeña de que hablamos, Cuba lleva la delantera por razones conocidas, pues especialmente desde 1959, ha estado definiendo algunos criterios, razón por la que hemos podido escuchar a Fidel Castro reivindicar que Cuba es una nación "latino-africana" –criterio etnohistórico– más que una latinoamericana.1

Acaban de cumplirse cien años de que Cuba, Puerto Rico y otras naciones fueran tomadas por Estados Unidos, en un proceso que, analizando globalmente, fue la culminación de un largo periodo colonialista en el que todas las potencias de la época se repartieron entre sí países enteros. Por eso la llamada Guerra Hispano-Norteamericana fue un acontecimiento más de ese proceso. Sin embargo, el impacto social, político y económico que todas las potencias colonialistas dejaron sobre las débiles estructuras de Caribe, se siente hasta la fecha; obligándolas a redefinir un germen de identidad intra-caribeña que evite la fragmentación y les permita enfrentar, regionalmente, los fuertes desafíos de todo tipo que el Caribe tiene ante sí.2

De esta forma, al cumplirse un siglo del evento arriba apuntado, los sectores políticos e intelectuales más lúcidos de la región vuelven a plantear la necesidad de reafirmar la conciencia de "ser caribeños"; pero ahora acicateados por fenómenos tan disruptores como la transnacionalización perversa y la globalización, que amenazan introducir –si no lo ha hecho ya–, mayor fragmentación política, social y cultural en el área. Por esta razón, cualquier planteamiento de mayor toma de conciencia y regionalismo caribeños tiene que estar dirigido a la profundidad de una cultura que rescate la unidad en la diversidad, en este difuso y semidisperso Caribe.

Sin embargo, con esta región hay un grave problema y es el desconocimiento que existe sobre la misma. No obstante esto, sólo para facilitarnos su comprensión, podríamos dividirla geográficamente en tres regiones: la insular de las Grandes Antillas y que es comúnmente la que los mexicanos creemos conocer mejor, compuesta por Cuba, Dominicana, Haití, Jamaica y Puerto Rico, y entre las que domina la lengua castellana. Luego están las Pequeñas Antillas o West Indians; las más alejadas de nosotros y que forman un rosario variopinto de etnias e idiomas, entre los que sobresale el inglés, y que arrancan aproximadamente al oeste de Puerto Rico (Islas Vírgenes), introduciéndose casi hasta Sudamérica y culminando en Trinidad y Tobago. Por último tenemos la tercera región, que sería la continental y que incluye la Guyana Francesa, Surinam, Guyana, Venezuela, Colombia, Centroamérica y, siempre bordeando la costa mexicana, la Península de Yucatán y Veracruz.

Asimismo, un muy forzado proceso de imaginación histórica, sociológica y política podría sernos útil para ayudarnos a conocer un poco dónde podría estar asentada la "identidad caribeña" y comprender cómo la misma también nos involucra a los mexicanos: piense usted en veintisiete países y doce dependencias coloniales y semicoloniales, con muchas decenas de fronteras, en su mayoría marítimas; que han visto pasar en más de quinientos años todos los modelos de dominación social, económica y política conocidos por el hombre, incluyendo sobre todo la odiosa esclavitud y las aberrantes plantaciones. Piense en casi todas las mezclas étnicas conocidas y, obviamente, en la mayoría de los idiomas importantes – incluidos algunos asiáticos–, pero cuidado, pues al contrario de lo que se supone, en el "Gran Caribe" no domina el inglés, sino el español y el francés.3 Piense también en todas las religiones conocidas, incluidas para mayor grandeza del Caribe, budismo e hinduismo; y ya que las tenga, agréguele unas cuantas historias de conquista, con sus consabidos saqueos y genocidios; sume una historia paralela, pero esta vez de piratas. Ponga algunas guerras –más bien invasiones, con algunos miles de muertos–; actualícelo con una docena de dictadores tropicales con "estudios", pues de algún modo hay que llamarlos, en Panamá y Carolina del Norte. Y para facilitar las cosas, acuérdese de sumar la fauna de los Pérez Jiménez, Trujillo, Somoza y Duvalier. Asimismo, hay que agregar una guerra fría bastante caliente, con crisis de cohetes, contras y recontras. Por ultimo, pero no al último, agregue una gran isla orgullosa e indoblegable –no casualmente liderada por un gallego testarudo–, y que ha resistido todas las formas conocidas de intentos para volver a doblegarla, "sin que le pasara nada", como reza una popular canción mexicana.

Pero siempre sin salir de este variopinto coctel, agreguemos unos cuantos terremotos, unos huracanes con vientos de más de doscientos kilómetros por hora y que en Puerto Rico tanto impresionaron al entonces embajador Gutiérrez Vega. Pero si aún esto no parece suficiente, emulemos el conocido juego Monopoly, para agregar algunas transnacionales bananeras, azucareras, de transporte turístico, de maquila, y concluyamos con algunas docenas de bases militares, colocando a la mayoría de ellas en una pequeña islita de cuatro pisos, a la que el inolvidable "jibarito" Rafael Hernández bautizó como la "tierra del Edén".

Esperamos que esta pincelada tan grosera y de pocas líneas describa, a pesar de todo, un Caribe que esté más allá de las imágenes "del sol y la arena" que nos venden las transnacionales del turismo en el área; por eso pueden comprenderse las dificultades que hasta para los estudiosos caribeños presenta esta región y que dificultan la tarea de encontrar "la identidad" de la misma.

Y en el caso de los mexicanos que buscamos el legítimo reencuentro solidario con el Caribe al que pertenecemos, de manera sistemática escuchamos o creemos cosas sobre el mismo que proceden del regodeo literario, de la muy influyente y sabrosa música antillana, de sus canciones, de las danzas, de la gastronomía, de la influencia africana o, de plano, del grosero marketing de las empresas navieras y hoteleras que contaminan el ambiente caribeño. Pero hay que decir, sin embargo, en reconocimiento de méritos no siempre sistemáticos, que el propio gobierno mexicano ha estado haciendo algunos esfuerzos para que reconozcamos nuestra pertenencia a esta región e, inclusive, desde hace algunos años nuestra cancillería acuñó una frase de feliz horizonte geopolítico, aunque todavía de limitado horizonte cultural: aquella es "nuestra tercera frontera".

Así, algunos gobiernos estatales tomaron la palabra –y otros la retomaron– y pronto vimos a Quintana Roo, Veracruz, Yucatán, Campeche y Tabasco compitiendo y reclamando –a mi parecer a veces innecesariamente y a veces con muy mal tino–, por una filiación caribeña que claramente tenemos, porque compartimos con el resto del Caribe vigorosos rasgos de historia, como la Conquista, la Colonia, el sistema de haciendas, la esclavitud, las migraciones de población afrocaribeña y viceversa; la salida de esclavos africanos desde México para diversas islas caribeñas, etcétera. Y, desde luego, esto para no entrar en detalles acerca de cómo en la época de la Colonia, los burócratas españoles en Puerto Rico recibían directamente su salario desde nuestro país, el llamado "situado" mexicano. Pero este salario no era gratuito, porque el trabajo de los funcionarios hispanos era mantener el sistema de fuertes que por todo el Caribe defendían la entrada marítima a la "joya de joyas" de la corona: la pomposamente llamada Nueva España. 

Pero de no haber sido por estos acontecimientos históricos y esas forzadas migraciones afrocaribeñas que vienen desde el siglo xvii, con sus amplias influencias étnicas y culturales, pocos habrían podido explicar en rigurosos términos sociológicos o etnohistóricos su fuerte impacto entre la población de las regiones que bañan el Golfo de México y el mar Caribe; un impacto que, por cierto, nos hemos pasado negando, no obstante que sus huellas –comenzando por la piel– están impresas en muchos mexicanos de Veracruz, Tabasco y Quintana Roo.

Por esto, los no muy viejos quizá recuerden haber escuchado suspirar a sus padres o abuelos bajo el cadencioso ritmo de la canción "Vereda tropical", o derretirse con la magistral "Oración caribe", canción interpretada por la voz melindrosa y sensual de Toña la Negra; mientras que les hacía sentir un vago embrujo, mitad mítico y mitad ritual, por una región caribeña de sabor acentuadamente africano, pero que se sentía extrañamente cercana. Y quizás recuerden también haber visto bailar a sus padres al calor del vibrante grito de guerra del "cara e’ foca", Pérez Prado, cuando iniciaba sus mambos con el inolvidable "uuuu..." Para no mencionar el sabroso ritmo de Acerina y su danzonera, las canciones desesperadamente cubanas de Celia Cruz, dedicadas "a todos los mexicanos, como prueba de amistad"; y el acabose boricua: los formidables glúteos de Iris Chacón. 

Esto y muchas otras cosas más recientes que se podrían decir respecto a la influencia del Caribe sobre México y viceversa, son una prueba de que a los mexicanos esa región nos ha entrado más que todo por los sentidos, los oídos la piel y el estómago: ¿alguien desconoce el sabroso ron antillano? Todo esto nos ha llegado con un vago dejo de misterio, de cercanía o de lejanía, siempre como una interrogación. Desde luego, encabezando esta ola caribeña está Cuba: amistad y simpatía ampliamente reciprocadas por los mexicanos, y no solamente en la música.

Obviamente, si hay una influencia cultural que encabeza, hay otras que le siguen de cerca, como las que proceden de la República Dominicana, Colombia, Jamaica, Venezuela, Haití, etcétera; lo cual quiere decir, entre otras cosas, que el tan mentado "Caribe", no son sólo unas "islitas" perdidas en el Océano Atlántico.

Pero como ya es un hecho conocido, a pesar de que a los mexicanos el Caribe nos ha interesado y desinteresado recurrentemente, hay una veta de nuestro pasado –sólo por citar un ejemplo–, que siempre quisimos ocultar, a pesar de que estuvo latente en nosotros y que ni la misma Revolución Mexicana pudo rescatar en su afán de reivindicar la "identidad nacional", basándola solamente en la dualidad criollo-indígena: se trata de nuestra herencia negra o, como la bautizara con razón un grupo de estudiosos mexicanos: nuestra "tercera raíz".4

Dicha tercera raíz está no sólo en nuestros estados costeros del Golfo, sino también –verdad de Perogrullo-, en ese Caribe profundo que a tantos nos ha cautivado. Asimismo, parece que el estado de Veracruz ha permanecido también a la cabeza de esa reivindicación de nuestra tercera raíz. Dígalo si no todo el inmenso folclor de influencia claramente afrocaribeña que posee, y si alguien lo duda, puede intentar además una zambullida en la cultura de la brujería que allá ha sentado sus reales; influencia de los esclavos que los españoles desembarcaron recurrentemente hasta el siglo xix en aquel estado.

En estos términos, la propia identidad nacional mexicana no estará completa mientras no reconozcamos y asumamos plenamente estas verdades. Ahora bien, debe reconocerse que este impulso reafirmatorio de búsqueda de identidad nacional y semejanzas, que debe servir para unirnos cada vez más con el Caribe, corresponde a una época en que la trillada "globalización" ha buscado borrar esas semejanzas, pero para que el mercado seas la única variable unificadora y, al final de esta utopía liberal, el mundo entero piense, consuma y sueñe de la misma forma. George Bush padre lo dijo de manera grosera pero precisa, cuando a principios de los años noventa anunció sus cacareada "Iniciativa para las Américas", segunda versión de la doctrina Monroe: "América será algún día, un gran mercado." 

Fue precisamente por esos años que los mexicanos semiextraviamos algunas de nuestras mejores referencias latinoamericanas y caribeñas –una no excluye a la otra–, por virtud de orientaciones que nos convirtieron –con tlc de por medio– en potencia exportadora de bienes hacia Estados Unidos, pero nos despintaron en el Caribe y determinaron que por lo menos algunos gobiernos estatales mexicanos tuvieran en los últimos años el tino de no dejar morir nuestra débil reivindicación cultural y etnohistórica de caribeñidad. Pueden apuntarse algunas conclusiones sobre lo que se ha dicho aquí:

a) En los "tres Caribes" geográficos aumenta un proceso de toma de conciencia y afirmación intra-caribeñas que, independientemente de sus contradicciones, marcha hacia un encuentro –o reencuentro–, de todos los pueblos, México incluido, que comparten esta área. 

b) Más que una base geográfica, México comparte con el Caribe una sólida frontera étnica y cultural que debe ampliarse y consolidarse: más que nuestra "tercera frontera", el Caribe es nuestra "tercera raíz".

c) La reciente creación –1993-94– de la Asociación de Estados del Caribe, de la que México forma parte, indica que se avanza lenta pero seguramente hacia una visión cooperadora, integradora y de largo aliento para la región, sintetizada en el concepto tan reciente como abarcador del "Gran Caribe". Habrá que continuar impulsando estas circunstancias.

d) La búsqueda de afirmación caribeña para rescatar la unidad en la diversidad y evitar la fragmentación ante los desafíos globales que enfrenta la región (pobreza, contaminación, narcotráfico, desintegración política y cultural, transnacionalización... ), deben servir para que México, que comparte problemas similares, impulse un mayor acercamiento y cooperación de amplio aliento que vaya a la médula social y cultural de lo que nos une con el Caribe. Hay que fomentar que nuestra orientación latinoamericana y caribeña tenga un enfoque equilibradamente cultural, político y comercial que nos lleve en el corto plazo a reencontrarnos solidariamente con el gran arco iris que integran nuestros hermanos del Caribe: se trata de pasar del Caribe variopinto, al Caribe que pinte.

Notas

1 Para Cuba este asunto es tan serio que se recordará la solidaridad efectiva que en los años setenta y ochenta tuvo con diversos regímenes revolucionarios de África; solidaridad que tanto disgustaba al señor Kissinger.

2 Al respecto, puede consultarse el libro de reciente aparición titulado Cien años de Sociedad, los noventa y ocho del "Gran Caribe", publicado por la Asociación Puertorriqueña de Historiadores, y que contiene trabajos que revisan y documentan ampliamente estos últimos cien años del Caribe.

3 Efectivamente, el número de hispanoparlantes en el Caribe es mayor al de quienes hablan otros idiomas, lo que nos acerca bastante más a la región de lo que suponíamos. Así, tenemos que el 60% se expresa en nuestra lengua; 22% lo hace en francés; 17% en ingles y 1% en holandés. Sin descuidar desde luego una buena cantidad de dialectos y lenguas indígenas que se mezclan con aquellos idiomas. Véase Norman Girvan, "Reinterpretar el Caribe", en Revista Mexicana del Caribe, núm. 7, Quintana roo, México, 1999.

4 Cfr. los comentarios sobre la población negra de México, por Martha Ellen Ortiz, en la Revista Mexicana del Caribe, núm. 1, Quintana Roo, México 1996.