Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 17 de abril de 2002
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Política

Carlos Martínez García

Curas pederastas, Ƒy las víctimas?

El tema de los abusos sexuales contra infantes que han cometido sacerdotes católicos no estaba en su agenda. La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) de la semana pasada fue convocada para tratar el asunto de la libertad religiosa después de 10 años de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, aprobada en el salinato. Pero los reporteros interrogaron a los jerarcas sobre aquel candente problema y a la alta burocracia clerical no le quedó de otra y tuvo que referirse a un tópico que hubiera preferido quedara velado a la opinión pública.

En las varias ocasiones que durante las conferencias de prensa los dirigentes eclesiásticos se vieron casi obligados a tratar de explicar por qué se da la pederastia entre los sacerdotes, intentaron de todo para minimizar el asunto. El presidente de la CEM, Luis Morales Reyes, agobiado por los cuestionamientos de la prensa, pidió se respetará su derecho a guardar silencio. Otros dieron evasivas y minimizaron el tópico. Hubo quien trató de reconfortar a sus oyentes asegurando que el abuso sexual de clérigos se da mayormente en Estados Unidos, y que en México las cosas son de otra manera. Sin aportar mayores datos que dieran sustento a su afirmación, el vicepresidente del Episcopado, José Martín Rábago, aseguró que no existe ninguna conexión entre el celibato que de manera obligada deben guardar los curas y los abusos sexuales que algunos de ellos cometen contra los menores. También hablaron sobre las penas que reciben dentro del clero quienes son hallados culpables de pederastia: son reducidos al estado laical. Hicieron malabares para tratar de explicar a los representantes de los medios sus razones para juzgar internamente a los abusadores y evitar a toda costa entregarlos a la autoridad civil. Igualmente explicaron que los sacerdotes con problemas sexuales son canalizados a casas de retiro y reciben atención para ser rehabilitados de su conducta errónea.

Cualquiera que revise más o menos detenidamente las declaraciones clericales, publicadas en los medios hace una semana, encontrará que los dirigentes católicos omitieron referirse a las repercusiones que los abusos sexuales tienen para las víctimas. Los jerarcas mostraron preocupación porque los casos de pederastia pudieran ser usados para atacar a la Iglesia católica. Incluso algunos sostuvieron que existe una especie de complot contra la institución, y en el colmo de la insensibilidad el presidente de la comisión del clero del Episcopado Mexicano, Alberto Suárez Inda, dijo que los casos de abuso son unos cuantos que no deben poner en duda la integridad de la mayoría de los clérigos.

Antes que condolerse por los infantes atacados sexualmente y sus familiares, en la alta burocracia clerical antepusieron los principios del corporativismo, que sólo concibe las críticas como mensajes que buscan destruir y responden a intereses ocultos. Está claro que los obispos, arzobispos y cardenales mexicanos siguen el patrón de encubrimiento implementado por el Vaticano. En su cosmovisión no cabe que simples y mortales ciudadanos quieran inmiscuirse en los asuntos internos de la Iglesia católica. Mucho menos se le puede permitir a la esfera civil entrometerse en líneas de autoridad que en Roma, y su filial mexicana, creen que emanan de la voluntad divina. La concepción eclesiológica católica no ha cambiado, pero las sociedades sí. Son estas sociedades más abiertas y plurales las que ya no permiten la permanencia de fueros, de cotos cerrados que pretenden evaluar a todos, pero que vedan a los otros el derecho a pedirles rendición de cuentas. Antes, una simple negativa de los líderes eclesiásticos habría bastado para que el tema quedara cancelado en los medios. Hoy es otro el contexto. En pocos años se han consolidado valores que se fueron gestando lentamente, pero que al irrumpir anuncian que en México los principios de autoridad se deben sustentar sobre bases distintas a las tradicionales. La autoridad hay que validarla con acciones congruentes y democráticas, ya no mediante mecanismos autoritarios y controles corporativistas.

Hace cinco años La Jornada fue casi el único medio impreso que dio voz a las víctimas de los abusos sexuales perpetrados por el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel. El Canal 40 tuvo que enfrentar un boicot publicitario por parte de poderosos empresarios católicos porque se atrevió a difundir un programa de una hora sobre el mismo asunto. Ahora parece que el tema va a resurgir por todas partes y con más fuerza, junto con otros casos cometidos por clérigos, que ya no podrán acallarse.

En esto tiene un valor central la decisión de los agraviados y las agraviadas a hacer pública su tragedia y la convicción de que el perpetrador de los abusos no debe quedar impune. Sus dolorosas vivencias están encontrando comprensión y receptividad en un sector de la población que ya no se deja intimidar por el poder de las sotanas. Es tiempo de que en todas partes se respeten los derechos de las personas, y de que quienes los vulneran en cualquier esfera enfrenten las leyes que como sociedad nos hemos dado.

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