La Jornada Semanal,  14 de abril del 2002                         núm. 371
 Miguel Ángel Muñoz
entrevista con Eduardo Chillida

Escuchar el interior

Durante más de tres décadas, el escultor vasco Eduardo Chillida ha puesto en práctica una osada postura ante el fenómeno artístico, que él mismo expresa así: “El artista sabe lo que hace, pero para que merezca la pena debe saltar esa barrera y hacer lo que no sabe.” Miguel Ángel Muñoz conversó con el maestro Chillida sobre ese ejercicio permanente de la intuición y el intelecto, que se ha expresado en obras como Peine del viento y muchas más, que pueblan el mapa estético de un escultor que a sus setenta y ocho años sigue buscando desafíos.

Desde mediados de los años sesenta, la propuesta escultórica de Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924) se ha desarrollado en un constante diálogo entre la poesía y los espacios. Ambas experiencias, la del poeta y la del escultor, se intercomunican en una aventura común y para descubrirla nada mejor que las palabras de Octavio Paz: "La pintura nos ofrece una visión, la literatura nos invita a buscarla, y así traza un camino imaginario hacia ella. La pintura construye presencias, la literatura emite sentidos y después corre tras ellos." Desde esta perspectiva, la obra escultórica de Chillida constituye un proyecto estético único en el mundo y la invención de un lenguaje artístico universal, preocupado por la correspondencia entre lo creativo y lo imaginario. Bien dice Chillida: "Cuando uno quiere encontrar una cosa válida, de verdad, tiene que meterse en lo desconocido."

Chillida trabaja con la abstracción y, gracias a ella, la forma recupera su estado natural. Es decir, su intención es purificar el lenguaje plástico y sonoro de la escultura. La concepción escultórica es un idioma petrificado; dispersión de mil formas: frase que me lleva a otra. Diálogo entre la materia y la mirada. Chillida no limita la materia–incluso la provoca–, está muy lejos de traicionarla, la incorpora en ritmo que acaricia y modela el acero.

–Eduardo, en un primer encuentro que tuvimos pensé que tú mismo y tu obra se guían por las intuiciones. ¿Crees que es el otro lado expresivo del intelecto?

–Mi trabajo es libre e incluso utilizo el intelecto de manea sistemática, nunca a priori. El deseo de experimentar, de conocer, me hace con frecuencia llevar en mi obra una marcha discontinua que a lo mejor se debe a que me interesa más la experimentación que la experiencia. También prefiero conocer al conocimiento.

–¿Crees que sea un elemento fundamental para la escultura y la poesía, en un ejercicio delirante de los sentidos?

–Sí, por supuesto, y me gusta lo que dices. Trabajo por intuición y espontáneamente, libremente; jamás pienso dónde voy a poner una línea. Creo que lo importante es la intención de cómo y por qué. Puedo actuar en campos muy variados, pero lo que emparienta al arte, lo que tienen en común todas las artes, es que están obligadas a presentar dos componentes que, al mismo tiempo, no pueden faltar: la poesía, es necesario que exista poesía, y la construcción; si no, no hay arte.

–¿Hay límites dentro de tu concepto estético cuando creas?

–Es un concepto terrible. El hombre se forma de tiempo y espacio, y en los dos casos el límite es el protagonista; bueno, yo estoy convencido de ello. El límite es el que te pone en orden todo esto que estamos hablando, incluso artísticamente. En ese sentido, lucho con las cosas, más que para conocerlas, para saber por qué no las puedo conocer; es decir, para intentar conocerme.

–En ese conocerte, Eduardo, me gustaría que me explicaras tu combate con el infinito y los límites del mar en las tres esculturas del Peine del viento; ¿tienes una posición dentro del espacio y dentro del tiempo?

–La del Peine del viento es una idea muy vieja, de 1952. Era totalmente utópico pensar que a mí en aquella época me iban a dejar colocar una escultura como ésa en un lugar público, en el mar... Aparte de que yo no estaba preparado: sólo al cabo de muchos años, al Ayuntamiento de San Sebastián se le ocurrió hacer una exposición mía, les ofrecí el proyecto con el fin de que quedara algo permanente, en fin... Pasó el tiempo y mis confluencias estéticas cambiaron. El viento, el mar, la roca, todo ello intervino de forma decisiva en la obra. Creo que es imposible hacer una obra como ésta sin tener en cuenta el entorno. Con El peine... tenía que conseguir la sensación de potencia y, al mismo tiempo, de elementalidad que tiene el paraje. Hay que tener en cuenta, y muy en cuenta, la escala, las proporciones de las piezas. Es, sin dudarlo, al pasar de los años, una obra con muchas incógnitas. Fue y es un gran desafío, incluso me han comentado que las formas se asemejan a las interrogaciones.

–¿Había algunas ideas claras o confusas antes de colocarlas frente al mar, al viento, al tiempo?

–La primera idea fue simplemente hacer un homenaje al viento del noroeste y a mi pueblo (que el viento entrase peinando). La obra definitiva, como sabes, consta de tres elementos, en vez del solitario que había previsto en principio, muy ligados uno con otro en su concepto, en su estructura, y hasta muy parecidos, como son las olas del mar, como son las cosas serias. Es una llamada a lo desconocido, que al mirarlo el espectador se asombre, se introduzca en un mundo propio y lejano. El artista sabe lo que hace, pero para que merezca la pena debe saltar esa barrera y hacer lo que no sabe, y está en ese momento más allá del conocimiento. El arte para el artista es una pregunta, y al mismo tiempo una gran respuesta.

–¿Crees que al momento de crear enfrentas luchas conscientes contra el inconsciente?

–Primero trabajo lo que he visto, lo que he vivido y, desde luego, lo que quiero hacer con mi obra. Como te decía anteriormente, siempre me enfrento con el problema del límite. El límite es el verdadero protagonista del espacio, como el presente; otro límite es el verdadero protagonista del tiempo. Lugar implica dimensión y límites, pero el punto, que es el lugar por excelencia, no tiene dimensión ni límites.

–¿Cómo vives los procesos que generas; es decir, la recreación de los mundos interior y exterior de tu obra, como pensaba Cézanne?

–Es un tema para muchos meses, pues cuenta con múltiples aproximaciones estéticas y poéticas. En una línea el mundo se une, con una línea el mundo se divide; dibujar es hermoso y tremendo. El artista usa códigos que uno puede rastrear, y nos lleva hasta la prehistoria. Estos códigos son exactos y libres. Están fundados en la percepción y sus límites, así como en la razón, la intuición y sus constantes conflictos. El artista sabe lo que hace, pero para que merezca la pena debe saltar todas las formas establecidas.

–Esto me lleva a pensar diversos conceptos estéticos que manejas como códigos de tus obras gráficas; ¿podríamos decir que existe en tu proceso de creación un tema físico y otro de búsqueda de conceptos?

–Ojalá entienda bien tu pregunta; el concepto de gravitación es el que actúa sobre mí cuando trabajo. Tengo en todo momento conciencia de que las cosas tienen tendencia de ir hacia abajo, pero en vez de aceptarlo me rebelo contra todo lo establecido e incluso contra lo que anoto. Mira: por ejemplo, Yunque de sueños es una serie de esculturas que plantea grandes problemas, pero todo ello lo logré al cambiar su expresión, alerta y libre hasta el final, guiado sólo por el aroma que producen el hierro o el papel.

–¿De qué forma superas el límite de la gravitación?

–Gravitación y levitación son lo vertical, tal vez lo uniforme. La vertical es la gran línea del hombre, es decir, está formada y está condicionada por la gravedad, por la gravitación, pero en la misma línea actúa otra fuerza que se rebela contra la gravedad de Newton y es otra fuerza diferente que cuando creas la tienes que dominar. Yo no hago ángulos rectos porque no creo en el ángulo recto, pues también es un límite, un límite peligroso. La respuesta a un ángulo recto es el espacio en un ángulo recto, esto es, entender que tiene una limitación.

–¿Tu trabajo es también una lucha con tu propia identidad o es una búsqueda por los orígenes...?

–Yo soy vasco y asumo plenamente mi realidad como tal, pero más allá de esto me considero universal, eso sí, desde Euskadi, que es mi patria. Por otra parte, mi obra no me pertenece, es un poco de mi pueblo, he tenido la suerte de expresar algo que está aquí al alcance de todos.

–Eso que mencionas como una identidad vasca me intriga, pero me agrada al mismo tiempo. Pero, ¿hay un arte vasco o una escuela artística vasca? Pongo de ejemplos a Jorge Oteiza y a ti mismo.

–No lo pienso de esa forma, pero creo en cambio que hay artistas vascos muy importantes, y que, como todo hombre vasco, tienen una manera específica de ver la realidad. Esa manera única es innegable, esta postura de enfrentarse con la realidad del hombre vasco, es sin duda lo que le sitúa en plena originalidad ante otros pueblos. Pero siempre creo que el arte es universal; el arte no se puede parar en lo local, sino que debe superar las coordenadas de espacio y de tiempo.

–¿Crees que ese espacio y ese tiempo se pueden enseñar o transmitir?

–Todo lo que podemos enseñar en arte creo que es útil en determinadas cosas, pero creo que lo decisivo lo tiene que aprender uno. Uno aprende, no le enseñan. Es lo que sale de dentro. No viene de fuera. Lo que te digan de fuera puede ser incluso contraproducente muchas veces. Hay que escuchar el interior, para poder ser más honesto con tu trabajo.