Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 7 de abril de 2002
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Cultura

Carlos Bonfil

Liam

A partir de su propia novela, The Back Crack Boys, Jimmy McGovern recrea en su guión para Liam, de Stephen Frears, el clima político y social que prevalece en Liverpool a inicios de los años treinta, época de una fuerte recesión económica. Liam es la radiografía de una Inglaterra al borde del colapso por el aumento incontenible del desempleo, por las tensiones de clase, y por la presencia ominosa de grupúsculos fascistas, émulos de las camisas pardas hitlerianas. En este ambiente enrarecido, Frears propone el retrato de una familia proletaria, muy al estilo de Mi pie izquierdo, de Sheridan, pero con la intención más ambiciosa aún de abarcar los conflictos sociales en gestación, un tema ya presente en la estupenda Lluvia de piedras, de Ken Loach. La perspectiva aquí es sin embargo distinta: una mirada infantil se aproxima a este mundo de la frustración y del rencor social. Liam Sullivan (Anthony Burrows), siete años, es el hijo de un obrero sin trabajo (Ian Hart) seducido por el fascismo, y el hermano menor de un joven socialista y de la empleada de una rica familia judía. En su escuela católica, el niño descubre los límites de la tolerancia religiosa, las advertencias del castigo supremo -las llamas del infierno, mucho más ardientes que las terrenales, y la noción de la eternidad en el sufrimiento, con la imagen ya clásica de los granos de arena en playas interminables. Esta sensación de angustia y miedo sólo agudiza en Liam un problema congénito, su dificultad para articular las palabras, el bloqueo verbal permanente que sólo en ocasiones consigue un libre curso, y que con un poco más de acidez en la propuesta, tendría como equivalente la negativa a crecer del niño-adulto en El tambor de hojalata, de Volker Schlöndorff.

La mirada de Liam es inocente, y sus intentos de revuelta, esporádicos y breves (justo antes de comulgar, decide comer, a pesar de la prohibición expresa de mezclar alimentos con "el cuerpo de Cristo"). En lo esencial, el director opone la fuerza de ese candor infantil al proceso de degradación moral del padre, cuya impotencia y cobardía sólo le conducen, como salida a su rabia, a despreciar a los irlandeses que viven su país y supuestamente le arrebatan su empleo. La observación de Frears es minuciosa y honesta. En ningún momento se abandona el director a la facilidad de oponer fascistas y clérigos perversos a las almas impolutas del proletariado inglés. Y cuando describe la pedagogía terrorista de una escuela católica, lo hace en tributo aparente al James Joyce de Retrato de un artista adolescente, cuyo protagonista, Stephen Dedalus, avizora con terror las insoportables imágenes del infierno que le asestan sus maestros religiosos. De igual modo, el discurso encendido del padre de Liam al denunciar en un templo la insensibilidad y rapiña de los comerciantes judíos, es sólo un síntoma más de la creciente infiltración del antisemitismo en buena parte de la población europea. Un brusco giro narrativo hacia el desenlace casi precipita a la cinta en el melodrama. Por fortuna, el manejo de los temas (intolerancia religiosa y política; degradación económica y crisis doméstica; gestación del odio en las conciencias) es lo suficientemente sólido para contrarrestar las limitaciones de la narración y sus soluciones intempestivas. El panorama social que pretende abarcar la cinta es muy ambicioso para el reducido campo en que se desenvuelven los personajes. No basta evocar la imagen de la familia como microcosmos de la sociedad, para justificar la rapidez con que se transita de una situación dramática a un desenlace trágico, ni la manera de desdibujar personajes secundarios tan interesantes como la madre o el hermano mayor en abierta confrontación con su padre. Al parecer, Frears ha optado por presentar en primer plano la oposición del padre, moralmente disminuido, y su hijo menor, la conciencia más frágil de la familia. Ambas actuaciones son por lo demás estupendas. En torno a este conflicto soterrado giran los demás aspectos de la cinta -sugerentes todos, apenas esbozados algunos de ellos-, como si cada uno fuera el apunte para una película mayor. La crónica de una Inglaterra entre las dos guerras, súbitamente reintegrada al continente por el aprendizaje de la intolerancia social y por el padecimiento de la crisis económica, es sólo uno de los temas; el fanatismo religioso, otro; la pérdida de la inocencia, uno más. La fuerza con la que el director de Mi hermosa lavandería y Relaciones peligrosas sugiere en Liam la inoculación del odio en las conciencias, es posiblemente su carta de presentación más interesante. En nuestra época de fundamentalismos crecientes, es sin duda la más oportuna.

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