Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 3 de abril de 2002
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Cultura

REPORTAJE

La ''intervención impostergable'' se burocratizó; ello daña a la cultura

Mil 300 pinturas de Clausell requieren 1 millón de pesos para rehabilitarlas

Existe un presupuesto, expresa el hasta ayer presidente de la Comisión de Cultura de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, Jaime Guerrero, pues ''el gobierno capitalino se comprometió a dar 25 millones de pesos, este año, para la rehabilitación de distintos espacios culturales", y el mismo dictamen, señala por otro lado la especialista Chufani Zendejas, podría servir de base para efectuar la restauración

CARLOS PAUL

Restaurar el estudio y las pinturas de quien es considerado el máximo representante del impresionismo en México, Joaquín Clausell (Campeche, 1866-1935), requería de 500 mil pesos en diciembre de 1998. Hoy, para rehabilitarlo se necesita un millón de pesos.

Hace más de tres años se hablaba de una ''intervención impostergable" sobre las mil 300 pinturas que Clausell plasmó en los muros de su taller ubicado en la parte alta del antiguo palacio de los condes de Calimaya, hoy Museo de la Ciudad de México.

En ese entonces, la restauradora María del Consuelo Chufani Zendejas presentó un diagnóstico del estado en que se encontraba el estudio del pintor, con una propuesta de intervención.

''Existe el dictamen, pero no hay dinero", expresaron las autoridades del museo, al tiempo que Chufani Zendejas destacaba que ''los daños que se presentan son irreversibles y pueden aumentar".

En la actualidad existe un presupuesto, expresa Jaime Guerrero, quien por cierto ayer renunció a la presidencia -informa la agencia Notimex- de la Comisión de Cultura de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, pues ''el gobierno capitalino se comprometió a dar 25 millones de pesos, este año, para la rehabilitación de distintos espacios culturales", y el mismo dictamen, señala por otro lado Chufani Zendejas, podría servir como base para efectuar la restauración.

Declarado Monumento Histórico el 9 de febrero de 1931, en el Museo de la Ciudad de México se encuentra el estudio de Joaquín Clausell con más de un millar de sus pinturas. ''Acontecimiento asombroso, difícil de describir e inapreciable incluso mediante la mejor reproducción", escribe Antonio Saborit. ''Mapa del lúcido delirio a través del cual Clausell salía al encuentro de sus fantasmas", describe Juan García Ponce. ''De una belleza sui generis", opina Chufani. Pinturas que conforman ''una pieza única, de gran valor por su singularidad estética", expresa Raquel Tibol.

Mil 300 imágenes creadas por un abogado que se descubre pintor, en plena madurez, pero que desde niño tuvo una natural inclinación por el dibujo.

Su amigo de la infancia y juventud, Gabriel González Mier, contó alguna ocasión que el joven Clausell tenía dos manías: una, coleccionar envolturas de cigarros que elaboraba el señor Escajadillo, porque en ellas se publicaban epigramas; la otra, llevar consigo varios lápices esmeradamente afilados. ''Los epigramas quizá cultivaron su carácter crítico y los lápices su afición a la caricatura".

La trayectoria de este pintor estuvo marcada -también desde muy joven- por una arraigada conciencia de solidaridad social. Ejemplo de ello es que a los 16 años debió salir de su estado natal rumbo a la ciudad de México por haber enfrentado de manera pública al gobernador Joaquín Baranda.

El suceso ocurrió durante un acto escolar en el Instituto Campechano, donde estudiaba Clausell, una noche en la que elmural_clausel_9k3 mandatario presidía una premiación de fin de cursos. Clausell deseaba ocupar la tribuna de los oradores, pero se le negó el permiso. Insistió y al fin logró la autorización. Su discurso fue ''sarcástico y punzante" contra el gobierno de Baranda, lo que le valió ser expulsado de la institución y poco después enviado a la capital, donde conoció a Francisco Martínez Calleja, quien al igual que Clausell comulgaba con sus ideas libertarias y lo impulsó a cursar estudios profesionales.

Según González Mier, luego de que se inscribió en la carrera de derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, al tiempo que luchaba por sus ideales, Clausell comenzó su vida de bohemio y rentó una habitación en la calle de Cerbatana 25 (hoy República de Venezuela).

Las anécdotas que giran en torno del barrio llamado Latino, donde se ubicaba su habitación, tienen importancia histórica: en él se fundó El hijo del Ahuizote; allí escribió Clausell su Oda a Atenas, dedicada al presidente Sebastián Lerdo de Tejada; Juventino Rosas ejecutó por primera vez en la fonda Paso del Norte su célebre vals A la orilla de la fuente, que cambió de nombre por el de Sobre las olas.

Aun cuando era considerado un alumno brillante, su título de abogado lo obtuvo hasta 1901, a los 35 años, ya que su constante actividad de luchador social lo llevó a la cárcel en repetidas ocasiones, además de que el periodismo, ya fuera como editor o colaborador de distintos diarios, absorbía parte de su tiempo.

Sobre esta última faceta destaca lo sucedido a principios de 1893, cuando González Mier conoció en la cárcel de Belén a Francisco Blanco y junto con Clausell deciden fundar un periódico ''redactado por gente resuelta a todo": El Demócrata; Clausell fungiría como director y en el rotativo colaborban, entre otros, Guillermo Prieto y José Peón Contreras.

Esta etapa sería determinante en su vida, pues a causa de un texto publicado en el periódico tuvo que salir exiliado hacia Francia, donde emergería su pasión por la pintura.

El 14 de marzo de ese año apareció Tomochic, episodios en campaña, artículo con los detalles sobre la expedición militar contra ese pueblo. Clausell había establecido contacto con un joven escritor y teniente que se encontraba en la sierra de Chihuahua, quien le pidió que escribiera una serie de artículos en forma anónima. Ese personaje resultó ser Heriberto Frías.

Luego de la publicación, las represalias no se hicieron esperar y el gobierno encarceló a Clausell y a Blanco durante más de seis meses en la cárcel de Belén. Hasta que un día Clausell huyó. Las anécdotas familiares cuentan que el gendarme que lo custodiaba tenía la consigna de permitirle escapar y que Antonio Cervantes, hijo del conde de Calimaya y amigo de la escuela, lo alojó en su casa de Pino Suárez 30, hoy Museo de la Ciudad de México, para luego partir al exilio en París, donde permaneció dos años. Allí despertó su pasión por el impresionismo.

Su estancia parisina le permitió, además de visitar museos y galerías, conocer a los maestros del impresionismo francés, como Claude Monet y Camille Pissarro.

Clausell regresó a México en 1895, y tres años después contrajo matrimonio con Angela Cervantes, descendiente de los condes de Calimaya, y se mudó al antiguo palacio. A partir de ese momento dejó la actividad política y se dedicó a pintar.

Decidió construir en la parte superior del edificio dos cuartos que le servirían de taller, donde convivió con artistas como Diego Rivera y Roberto Montenegro.

En 1904 Clausell conoció a Gerardo Murillo, el Dr. Atl, quien lo impulsó ejercer su capacidad pictórica de manera constante. Viajaron juntos para apreciar los paisajes mexicanos y plasmarlos cada quien con su propia sensibilidad.

A Clausell se le conoce por sus pinturas de caballete, y las que se encuentran en los muros de su taller son elementos de primera importancia para la historia del arte mexicano.

''El hecho de que sean pinturas en la pared no significa que sean murales'', explica la crítica de arte Raquel Tibol. Así les han llamado, pero lo que se debe advertir es que se trata de una serie de pequeños cuadros pintados de manera sucesiva en los muros. Clausell no es un impresionista a la manera clásica europea. A él le enseñó a pintar el Dr. Atl, pues Clausell era un abogado que defendía sobre todo causas obreras. Empieza como aficionado pintando paisajes con el Dr. Atl, sin embargo no sigue el estilo de éste, pues creó uno propio, señala Tibol.

Clausell tiene, por un lado, su encuentro con el paisaje y, por otro, gran intuición para la luz y para el color. Tiene también su propia dinámica, pues cuando pinta el mar, las olas o la quietud de un bosque, siempre lo hace con gran sinceridad.

''Lo que se aprecia en su estudio son cuadros sucesivos que pintó quizá con lo que le sobraba en la paleta o algo así. No es un diario, no es pintura documental, ni siquiera es pintura naturalista en el sentido de otros cuadros que pintó, de tomar sus apuntes o pintar directo frente al paisaje.

''Es -señala Tibol- pintura de fantasía. Aquí está imaginando, quizá con base en algunos apuntes que había hecho del natural. La mayor parte hay que tomarla como pintura de imaginación, de invención."

Este trabajo ''es de un gran valor por la singularidad estética que tiene, por ser una pieza única, no sólo para la pintura mexicana, sino para el ámbito internacional. Quizá al crearlas Clausell estuvo pensando en los gabinetes de pintura del siglo XVII o XVIII, cuando se colgaban las pinturas de techo a suelo y se tapizaban prácticamente las paredes con cuadros. Quizá en su intención, pienso, a lo mejor hubo este detalle", considera Tibol.

Se dice que nunca se consideró un pintor de grandes vuelos. De hecho tampoco vendía sus obras, las regalaba a sus amigos o a las personas que mostraban aprecio por sus lienzos. A veces no las firmaba ni las fechaba.

''Incluso -señala Chufani- sus pinturas de caballete las realizaba en masonite, en papel, en tela o en lo que encontraba. Su idea era pintar. Y aquí en su taller no vemos al Clausell pintor de marinas y paisajes, sino al pintor de escenas eróticas, bíblicas, de mujeres, de charros cantando, de animales o de símbolos. Se descubre a un Clausell diferente.

''Es un estudio de una belleza sui generis que lamentablemente es poco disfrutable, ya que están muy alteradas por un barniz amarillo que las cubre casi a todas."

Chufani Zendejas, que en 1998 trabajó con un equipo de especialistas para elaborar un diagnóstico sobre la situación de las pinturas de Clausell, señala que ''las cuatro anteriores restauraciones, sólo fueron paliativos. Nunca resolvieron el problema de fondo. Hoy día hay cosas que han empeorado. Hay más cantidad de sales en los muros y el amarillo es más amarillo. El costo de restauración en aquel entonces era de 500 mil pesos. Ahora que el deterioro continúa y los costos de los materiales y de la mano de obra se han incrementado, se calcula en un millón de pesos.

''Qué daño y cómo se provocaron, ya lo sabemos. En qué medida han aumentado es lo que se tendría que saber. Por eso -explica la especialista- no se tendría que hacer otro dictamen. Habría sólo que actualizar el anterior."

Sin embargo, ''el problema ahora es cómo se mueven los dineros, porque entre más burocracia se le meta a este asunto, más difícil será canalizar los recursos. No hay que burocratizar este tipo de intervenciones porque le hacen mucho daño a la cultura. Del dictamen de 1998 a la fecha han pasado más de tres años. Recuerdo que en ese momento se tenía la intención de restaurar este gran patrimonio -estético e histórico-, de los mexicanos".

Joaquín Clausell murió en un accidente el 28 de noviembre de 1935, con Carlos Busquets, en un día de campo organizado para apreciar el paisaje de las Lagunas de Zempoala (Morelos), cuando se desgajó el suelo a sus pies, precipitándolos al despeñadero. El epitafio de la tumba de Clausell reza: ''Perdió su vida ante la hermosura de la naturaleza formidable".

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