Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 1 de abril de 2002
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Economía

León Bendesky

Sin salida

No hay forma de pensar la situación entre Israel y los palestinos como si aún se pudiera esquivar lo que ocurre a diario en esas sociedades enfrentadas brutalmente. Cada noticia, cada imagen, cada declaración confirman -hora a hora- la gravedad de la crisis. No es inútil preguntarse cuántos muertos más, cuánta opresión más, cuánta incapacidad política es necesaria o posible.

Edward Said tiene razón cuando advierte de la forma parcial y tendenciosa en que conocemos ese conflicto, que tiene como trasfondo el conjunto de intereses políticos involucrados, y como uno de sus puntos de referencia, especialmente visible, al Medio Oriente. La información es abundante pero, según suele ocurrir cada vez más, carece de ponderación y de contexto, y tiende a polarizar las posiciones: contra del terrorismo de unos o del colonialismo de los otros. Todo esto nos vuelve espectadores pasivos del horror, alimenta la descalificación y el odio, y ello se convierte en una forma bastante efectiva de control. Este es el verdadero Big Brother orwelliano.

Tiene también razón Said en su firme denuncia de la situación del pueblo palestino, largamente agraviado incluso por el conjunto de los Estados árabes. La Cumbre de Beirut volvió a mostrar las grandes diferencias entre esos Estados, las posiciones extremas de algunos y el aislamiento efectivo del pueblo palestino. Apenas sabemos aquí de una voz igualmente elocuente que exponga desde la perspectiva israelí las condiciones de existencia que ahí se padecen y de las grietas políticas que existen en esa colectividad. Unas de ellas son las Grossman y Peled, quienes son parte de lo que puede verse como la resistencia interna israelí, que abiertamente intenta conciliar las posturas en disputa, o sea, la posibilidad de coexistencia de dos naciones en un territorio inevitablemente compartido. Es cierto que las posiciones palestina e israelí difieren en un sentido práctico-político ligado a la dominación y a la fuerza, pero tienen convergencias en una dimensión humana e histórica que debe ser recuperada firmemente para de una buena vez poder ir más allá de Sharon y de Arafat.

Israel, como nación y como Estado tiene hoy una posición muy débil en el terreno político y en la dimensión histórica, a pesar de su amplia supremacía militar. El discurso y las acciones de la derecha en el gobierno son desastrosos y no se comprende cómo ella puede concebir que habrá un resultado medianamente favorable de la situación que se ha ido configurando. El lugar en que se ha colocado el gobierno israelí es incompatible con las razones de justicia que se esgrimen para la existencia de ese país; es, también, una forma de desgaste de una fuerte posición moral que siga sirviendo como una forma de legitimidad. Y de ahí que sea odiosa la circunstancia que se está creando y que ha hecho posible comparar los métodos que se usan en este enfrentamiento con los utilizados en la Alemania nazi. La reciente afirmación de Saramago, que equipara la ocupación israelí con el campo de concentración de Auschwitz, ha sido particularmente estridente, pero no por ello válida, y menos aún útil para ninguna de las partes. Afirma que sólo ha dicho la verdad, pero él sabe bien que no es depositario de la verdad y que cometió un exceso retórico. Ni Primo Levi ni Jorge Semprún harían una declaración de ese talante ni se erigirían como representantes o defensores de las causas justas como ha hecho en varias ocasiones el Nobel. Esta es otra manifestación de la pobreza política que se vive en el mundo.

Entre los palestinos el liderazgo es visiblemente inoperante, sus acciones son igualmente desastrosas y comparte los vicios del otro lado. Las divisiones políticas son evidentes entre las distintas fuerzas y ahí tampoco se advierte cómo puede llegarse a una consecuencia favorable de las formas del enfrentamiento que se están siguiendo. Las fuerzas en combate son ciertamente muy desiguales y las formas de desgaste en curso parecen ilimitadas, pero no son para nada fructíferas. La tierra se hace fértil para el odio crónico. Hoy predominan en ambos bandos las posiciones más extremistas que son más peligrosas que las que antes se distinguían en la zoología de los halcones y las palomas. En medio está el conjunto de la población, en un lado golpeada y oprimida, llevada a actos límite como la inmolación, que no deberían tener lugar en este tiempo, y en el otro, cada vez más doblegada e inhábil para sacudirse una situación sin salida.

Fuera del escenario del conflicto no hay capacidad ni voluntad políticas para promover acuerdos medianamente positivos. Oslo ya no sirve ni como referencia para la discusión. Lo que se puede notar es una forma de manipulación que va más allá de lo que pueda pasarle a israelíes y palestinos. Ahí está la posición de los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Europea, comprometidos todos ellos en un proyecto político, ese sí de naturaleza global, que es incompatible con la paz, el diálogo y la concertación que dicen promover. Este es otro momento de la Historia del que nos vamos a avergonzar.

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