Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 30 de marzo de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Política

Paco Ignacio Taibo II

Si Juárez no hubiera muerto

Hace un par de semanas, por conducto de este diario, dirigí una carta abierta al jefe del Gobierno del Distrito Federal protestando por su oferta de otorgar transporte gratuito a los peregrinos a la canonización de Juan Diego, en lo que calificaba como un acto demagógico, en el que se comprometían las mejores tradiciones del Estado laico y aconfesional mexicano. Mi argumento era muy simple: si tal cosa se hacía (que no había razón ni motivo para dar trato privilegiado a los católicos del DF), por razones de equidad debería proporcionarse transporte gratuito a las hordas esotéricas que irían a la pirámide de Teotihuacán el 21 a cargar "buenas vibraciones" y a los que el mismo 21 de marzo queríamos llevarle flores a Juárez.

Y terminaba informando que esperaría el transporte gratuito en la esquina de Atlixco y Alfonso Reyes, a media cuadra de mi casa, el mismo 21 a las cuatro y media. De pasada hacía extensiva la invitación a mis cuates y funcionarios Alejandro Encinas y Javier González, añadiendo que gustosos aceptaríamos boletos del Metro.

Pasaron los días y el jefe de Gobierno no respondió mi nota, supongo que estaría muy ocupado para hacer caso de estos minúsculos reclamos ciudadanos. Sí respondió, en cambio, Alejandro Encinas, con una carta personal diciendo que con gusto él y Javier se cooperarían para los boletos del Metro. Agradecí el gesto, la solidaridad y el humor, pero no se trataba de eso. Era un problema de equidad y principios.

El 21 en la tarde no tenía mucha confianza en que llegara nadie más. Por una mezcla de pudor y timidez (a lo largo de mi vida había asistido a muchas manifestaciones, pero nunca había convocado una en solitario) estaba convencido de que al paso de los días los que habían leído el artículo lo habían olvidado, o habrían pensado que mi extraña convocatoria era un recurso retórico. Habían llegado llamadas y mensajes de solidaridad, y sugerencias (Monteverde quería que hiciéramos extensiva la gira a la estatua de Giordano Bruno, quemado por la Inquisición), pero yo sospechaba que el asunto iba a quedar ahí. Aunque estaba firmemente animado a echarme mi paseo en solitario con un ramo de rosas rojas.

El caso es que acompañado de Eduardo Suárez y de mi hija salí a las cuatro y veinticinco del 21 de marzo rumbo a la mencionada esquina. Y tal cual sospechaba, no había nadie.

Mi amigo el florero (la esquina había sido estratégicamente escogida porque allí hay un puesto de flores) me dijo que había pasado como a las cuatro una camioneta del Gobierno del Distrito Federal preguntando por unos que iban a hacer una manifestación, pero que se habían ido.

ƑNos traían los boletos del Metro enviados por López Obrador? ƑEsa camioneta era nuestro transporte? Nunca pude despejar la incógnita, porque no regresaron. Y quiero dejar constancia que la cita era a las cuatro treinta y no a las cuatro de la tarde. En vía de mientras, el florero me hizo un descuento de 50 por ciento en las rosas porque se las iba a llevar a Juárez y aparecieron algunas personas: un arquitecto de Neza llamado Juan Urrutia, al que tuve el gusto de conocer en ese momento, así como una pareja de vecinos de La Magdalena Contreras que estaban de acuerdo con la nota; Porfirio García de León, al que había conocido durante el primer gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas, y Froilán Rascón, que se había pasado la mañana en el Hemiciclo a Juárez y quería ver este segundo capítulo.

Cuando creímos que no llegaríamos a la docena, aparecieron nuevos refuerzos: Paty Oviedo y su marido, con un ramote de claveles rojos, un desconocido vecino de la colonia Roma y Bety C. y Vero, de la Secretaría de Cultura del PRD; y finalmente Cipriano Beristáin y otro compañero, con lo que hacíamos 15. Tomé cuidadosamente nota de los nombres de todos, francamente emocionado. Esperamos que la camioneta del GDF se diera otra vuelta, pero no apareció, y a las cinco nos lanzamos rumbo a la Alameda.

Avenida Juárez estaba cerrada al tráfico y existía un ambiente festivo. Cuando nos acercamos al monumento, desplegado nuestro contingente de 14 por mitad de la calle, una banda de guerra nos recibió con el toque de silencio.

Esta ciudad, tan dada a las peregrinaciones laicas, lo había logrado de nuevo. El monumento estaba lleno de flores y de extraños y solidarios juaristas, que sin orden ni concierto -toda fiesta social es espontánea-, circulaban, hacían guardias, comían elotes o cantaban.

Otras dos bandas de guerra esperaban turno para intervenir una vez hubiera acabado la de la Marina. No había micrófonos ni discursos programados, tan sólo caos civil y, por tanto, civilizado. Nuestro grupo ascendió hasta la parte superior del hemiciclo. Nos sentíamos extraños, repletos de sonrisas, parte de un ritual que no tenía reglas. Claveles y rosas rojas y puño en alto hicimos nuestra guardia. Luego bajamos a juntarnos con las bolas.

Un adolescente del CCH Naucalpan traía una minipancarta: "Juárez, chíngate a Onésimo". Me dio una envidia monumental.

Froilán, que había pasado la mañana en el hemiciclo, me contaba la aparición de la Gran Logia Masónica del Valle de México, con todo y Roberto Madrazo, y la rechifla que se ganó cuando llegaron los juchitecos avecindados en el DF con su corona al grito de: "šPriísta no es juarista!" El acto oficial organizado por el Instituto de Cultura también se había producido en la mañana, cuando un montón de niños participaron en un inmenso coro.

-Y no hubo acto de los federales -me decía Froilán.

-ƑEn serio? ƑEl gobierno federal no hizo un acto?

Ver para creer, lo serio que se toma el foxismo su talante reaccionario.

Pero ahora, en una tarde de atardecer rosado, la fiesta crecía. Todas las escuelas Benito Juárez de la ciudad de México (šcalcule usted!) se habían dado una vuelta, grupos de judíos socialistas reivindicando la libertad de creencias o su ausencia, masones y oaxaqueños, ateos solitarios, bandas y vendedores de paletas que se proclamaban juaristas, iglesias de las que nunca había oído en mi vida, viejos comunistas y mormones, y sobre todo, grupos muy organizados de cristianos evangélicos:

-Vinimos como todos los años a celebrar a Juárez y las leyes que dieron la libertad de cultos, si no seguiríamos siendo esclavos del monopolio del Vaticano -dijo, muy seria, una muchacha con boina guinda, que en mi profunda ignorancia identificaba como parte de una banda de guerra del Poli.

La multitud crecía y se dispersaba; para mi gusto faltaba una orquesta que entonara el famoso danzón Juárez y nos permitiera a los presentes corear aquello de "Porque si Juárez no hubiera muerto..."

Una legión de fotógrafos ambulantes, con viejísimas Polaroid, colaboraba con otro elemento esencial de los rituales de las fiestas cívicas: la constancia de la foto. Y parejas se abrazaban frente al monumento (que se vean bien la estatua y las flores), ante ese Juárez de mármol porfiriano, tan poco cercano al chaparrín liberal, terco y buen bailarín de polcas, presidente de una República errante y perseguida, que desde esa manera singular en que los mexicanos metemos de contrabando la historia en el presente, nos vigila.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año