La Jornada Semanal,  24 de marzo del 2002                         núm. 368
Miguel Huezo Mixco
el estado de las cosas
La guerra de los animales

El escritor salvadoreño Miguel Huezo Mixco nos recuerda la trama de El libro de Merlín, de Terence Hanbury White, y de ella extrae conclusiones que no sólo afectan a un rey Arturo a punto de perder Camelot ante el hijo que le disputa el trono, sino a todos aquellos que en la búsqueda, la obtención, el detentamiento y la pérdida del poder suelen extraviarse entre ismos de toda laya, siempre agrupados o disgregados según los avatares bélicos, tan incomprensibles para quienes de la guerra sólo sufrimos las consecuencias. El rey Arturo llega a una conclusión muy actual: o se cancelan los nacionalismos tal como los conocemos, “o la humanidad se resigna a seguir librando guerras inútiles y destructivas”.

Las imágenes de la guerra en Afganistán no pueden ser más patéticas: casas de adobe destruidas y viejos automóviles despanzurrados; millares de hambrientos deambulando en un paisaje árido, mientras las bombas levantan hongos de polvo. Y de ésas ya llevamos varias semanas. En la presente etapa, al menos, es una guerra confusa. Se martilla a uno de los países más pobres del mundo. Actos odiosos son seguidos de nuevos actos odiosos. "El poder ama la confusión", ha sentenciado hace unos días el escritor español Eduardo Haro Krause. "El hombre se el único animal que hace la guerra", había señalado a mediados del pasado otro escritor que ahora vela le pena recordar.

Con las hermosas leyendas del rey Arturo, el inglés Terence Hanbury White (1906-1964) escribió un ciclo de novelas en las que sus personajes intentan restablecer en el mundo, mediante insólitas hazañas, un orden perdido, La espada en la roca, La rema del aire y la oscuridad, El caballero mal parecido, La vela en el viento y El libr de Merlin –que luego inspirarían la famosa obras musical Camelot–, fueron escritas mientras la guerra se cernía sobre Europa.

Poco antes de la Navidad de 1940, T. H. White le escribe a un amigo su idea de cómo culminar el ciclo de novelas: el tema principal de su trabajo es la búsqueda de un antídoto contra las guerras: en segundo lugar, la mejor forma de analizar los sistemas políticos de los pueblos humanos consistente en observarles como animales políticos.

Así, escribe El libro de Merlín. La novela arranca la noche anterior a la gran batalla decisiva entre el rey Arturo y su hijo Mordred, quien le disputa el reino. En esa hora, reaparece Merlín, el mago, quien fuera su tutor, con la insólita propuesta de que pacte la paz con su hijo. El viejo Arturo es preso del desaliento: su bella mujer, Ginebra, le ha puesto los cuernos con su amigo, el caballero Lanzarote: la Mesa Redonda, una suerte de Parlamento donde los caballeros feudales resolvían sus diferencias sin recurrir a la guerra, se ha vuelto contra él. De su relación con Morgause –sin saber que era su hermana– nace Mordred. Este hijo será el arma del destino que derrotará al rey.

Volvamos a la novela. El poderoso Arturo se encuentra llorando en su tienda, esperando la madrugada para enfrentarse con su hijo, cuando aparece Merlín. El rey reconoce al mago y le reprocha que todas sus enseñanzas fueron engañosas. "Probemos otra vez, todavía no estamos acabados", le responde el mago, quitándose las gafas. Arturo accede, lo demás es la magia.

Merlín lleva al rey hasta una cueva para comparecer ante un extraño Comité integrado por animales el cual ha dictaminado que la educación de Arturo tuvo fallas graves que debían ser enmendadas. El grupo de animales ensaya diversas disertaciones sobre el poder político y la Naturaleza. La conclusión a la que llegan es terminante: todos los animales tienen sistemas políticos que son diversas formas de controlar el Poder. Las hormigas pueden ser comunistas o fascistas; los gansos, anarquistas: hay animales, como el oso o la ardilla, que viven de sus cuentas bancarias. Cada nido y cada terreno de caza es una forma de propiedad. El único sistema para el cual no existe un solo equivalente en el mundo animal es el capitalismo, dicen, pues es un sistema completamente antinatural: ninguna especie es capaz de privar a los de su misma especie del alimento.

El discurso de los miembros de aquel Comité es severo: la clasificación de homo sapiens, dicen, debiera ser sustituida por la de homo ferox, una especie cuyas ideas políticas son de dos clases. La primera reza: los problemas pueden ser resueltos por la fuerza. La segunda, que los problemas se resuelven mediante la discusión, pero la discusión no es más que una exhibición de fuerza mental, no para obtener la verdad sino la victoria.

El proceso educativo del rey comienza por ser convertido en una hormiga. Y cuando se encuentra a punto de ser arrasado por la disciplina implacable de aquellos ejércitos, Merlín lo saca del peligro y vuelve a sentarlo frente al Comité de animales. Acto seguido es convertido en un ganso. La experiencia resulta formidable: la bandada vuela en viaje migratorio conducida por un ganso viejo y sabio, cuya autoridad nadie discute, y no por un bribón sentado en una cámara de representantes. En el estanque llega la época del apareamiento y el rey se ve profundamente atraído por una guapa gansa. Pero Merlín, mediante el embudo de la magia, lo trae de nuevo hasta su silla en la cueva del Comité.

Tras aquellas experiencias en vivo, Arturo recibe las conclusiones de su nueva educación. Esa última parte de la novela es aprovechada por White para exponer su ideario anarquista: la maldición que ha caído sobre el hombre es el nacionalismo y la pretensión que tienen algunas comunidades de considerar como propiedad exclusiva partes de la Tierra. Deben abolirse las tarifas aduaneras, los pasaportes y las leyes de inmigración, abolir las naciones, convertir a la humanidad en una federación de individuos y limitar las rentas privadas muy grandes –para que los ricos no puedan erigirse en nación. O se hace eso, o la humanidad se resigna a seguir librando guerras inútiles y destructivas.

Lo que sigue es el final: el viejo caballero vuelve al mundo, a su guerra, convencido de que debe negociar y hacer las paces con su hijo. Los ejércitos –es de madrugada– comienzan a formarse frente a frente en aquel campo de muerte. El rey convoca a su hijo al centro del campo para las pláticas y Mordred llega, acompañado de su propio Estado Mayor. Bajo la mirada expectante de las tropas, las conversaciones de paz avanzan felizmente. El rey, inclusive, está dispuesto a ceder parte de su reino. Todo parece que llegará a buen término. En eso, una serpiente atraviesa el campo en medio de las comisiones que parlamentan. Instintivamente, uno de los oficiales cruza su brazo hacia la empuñadura. La espada en alto brilla frente a los ojos de los dos ejércitos. Y esa, oh fatalidad, es señal de batalla. En medio del griterío de las tropas, el rey corre de un lado a otro intentando contener aquellos ríos de muerte que corren sin parar. Pero es demasiado tarde. "Las dos corrientes enfrentadas", concluye White, "chocaron contra su cabeza."

Ahora que nos encontramos justo en el medio del campo de batalla, las imágenes de esta nueva guerra no pueden ser más patéticas y menos esperanzadoras. Aunque no llegue hasta nosotros a través de las pantallas de televisión, en el mundo vuelve a levantarse el inconfundible olor de la carroña.