Jornada Semanal,  24 de marzo del 2002                                núm. 368 
Ana García Bergua


CARNE LITERARIA

Para José Ricardo
Fíjense ustedes que leí dos novelas que tienen un tema similar: el de aquellos seres a los que nuestro lenguaje actual políticamente correcto llamaría "personas discapacitadas", pero que en su tiempo y desde una perspectiva literaria son monstruos y fenómenos. Una de ellas es un clásico, las Memorias de una enana de Walter de la Mare, el poeta y novelista inglés que en su tiempo (vivió de 1873 a 1956) fue muy celebrado; la otra es una novela de aparición más o menos reciente: Chang y Eng, del joven escritor estadunidense Darin Strauss, sobre la vida de dos hermanos siameses. Memorias de una enana es una obra maestra del siglo xx y es una pena que la edición castellana de esta joya haya desaparecido junto con toda la espléndida colección de Siruela "El ojo sin párpado". Pero bueno; ojalá y la puedan ustedes leer, si no lo han hecho, algún día. Narra, como su nombre lo indica, la vida de una enana (una midget, es decir no una enana deforme sino una a escala, perfectamente proporcionada), la encantadora señorita M., en la Inglaterra de la reina Victoria, la cual desea valerse por sí misma en el mundo de los hombres y a la vez reintegrarse a un mundo fantástico del cual siente provenir y cuyos múltiples ecos y señales se le manifiestan, entre otras maneras, a través de la naturaleza. La vida de la enana transcurre desde la feliz infancia en la casa de sus padres de tamaño regular, hasta el brillo en un salón londinense como una especie de objeto de colección. La novela halla su desenlace en la decisión de la enana de personificar en un circo a una señorita española y así ganar su propio sustento, con consecuencias a la vez desastrosas y milagrosas. 

Uno tiene la idea de que el circo mantiene en cierta manera esclavizadas a sus criaturas; sin embargo, fue también el circo el que dio libertad e independencia a Cheng y Ang, los gemelos de Siam que ejecutaban toda clase de acrobacias a pesar de estar unidos irremediablemente por una banda cartilaginosa a la altura del estómago. A diferencia de la perspicaz señorita M., estos gemelos sí existieron fuera de la cabeza de un escritor –de hecho fue por ellos que a los gemelos que nacen pegados se les llama siameses– y vivieron en Estados Unidos, donde actuaron en el famoso circo del empresario Barnum y después por su cuenta; incluso se casaron con dos hermanas y tuvieron muchos hijos. La novela de Daron Strauss recrea la vida de estos dos hermanos y posee una gran dosis de invención. Sin embargo –y he aquí la finalidad de esta pequeña revisión de las dos novelas, que no un catálogo de rarezas protagónicas– es notoria la manera en que la señorita M. está para el lector más viva que los hermanos tomados de la vida real. Influye en gran medida el hecho de que De la Mare era un gran escritor, creador de un complejo y vasto mundo literario, y Strauss es un autor joven que ha escrito una primera novela que está bien. Pero hay algo más, más misterioso, si quieren ustedes; como soy muy morbosa, al terminar de leer Cheng y Ang me asomé inmediatamente a internet a ver qué averiguaba sobre estos hermanos. Obviamente ha habido mucha publicidad y en muchos sitios corren historias y versiones distintas sobre su vida, pero ciertamente eran personajes más vagos, más borrosos y difíciles de atrapar, incluso más aburridos que aquellos a los que el autor trató de dar una carne literaria, la cual ciertamente es una idea muy interesante. Y la comparación resulta inevitable. Pero la señorita M. está tan viva que parece un milagro. Permanece más en mí que estos dos chinos con todo y sus casas y su espectáculo y sus esposas gordas. Mientras que la enana nos da una visión del mundo increíblemente rica desde su perspectiva, y tiene el poder de reducir su entorno a su proporción, estos siameses permanecen atados –perdón por la obviedad– a quienes los inspiraron, sin que nadie gane ni pierda. ¿Será que la literatura ejerce también una especie de selección natural, merced a la cual hay personajes que viven y se logran como los niños, y otros predestinados a la desaparición, por más que el autor los alimente de carne verdadera, ingredientes de primera calidad y escenas espectaculares? Preguntémosle al doctor Frankenstein, otro muñeco literario hecho de carne imaginaria que hasta la fecha asalta nuestra imaginación. O pasemos a retirarnos, convencidos de que no hay recetas.
 

[email protected]


Naief Yehya


Entrevista con Ralph Shoenman (V)

Evidencias a posteriori
–¿Qué nos puede decir del famoso video donde Bin Laden supuestamente confiesa su culpa durante una reunión? 

–Estados Unidos decidió hacer pública esta cinta que supuestamente fue encontrada en una casa en Afganistán, que era usada por el talibán. La tuvieron por bastante tiempo y estuvieron debatiendo si debían mostrarla al público. Primero dijeron que no lo harían porque tal vez darían señales secretas a sus seguidores. Sí, como si se rascara una ceja y sus asociados se pusieran a contar los pelos para descifrar sus órdenes. Es un insulto a la inteligencia de cualquiera. Finalmente decidieron mostrarla pero el sonido es totalmente inaudible y no hay sincronización entre los movimientos de los labios y las voces. Los traductores de la cia dijeron que tuvieron que escuchar la cinta cincuenta veces, pero árabes en todo el Medio Oriente no han podido entender prácticamente nada. La única estación de televisión independiente de todo el Medio Oriente, Al Jazeera, de Qatar, pidió a un experto en tecnología de video que analizara la cinta y éste descubrió que la escena en la que Osama Bin Laden está supuestamente celebrando el éxito de los eventos del 11 de septiembre fue en realidad creada a partir de pietaje de un video filmado cuatro años antes, en la boda de uno de sus hijos, al que editaron. Este analista declaró que era lamentable que la principal democracia del mundo llevara a cabo una falsificación tan obvia. Esto se transmitió en Al Jazeera, se publicó en muchos diarios del Medio Oriente, así como en varios periódicos londinenses. Pero además del asunto de la edición del video hay otro problema que tiene que ver con la traducción que hizo la cia del diálogo entre Bin Laden y un sheik saudita paralítico quien, debido a esto, tiene muchas dificultades para moverse. En la traducción el sheik explica lo difícil que fue para él llegar desde Arabia Saudita y en un momento dice que se siente bendecido de poderse reunir con Bin Laden durante la luna llena de ramadán. El problema es que la cia asegura que la cinta fue hecha el 15 de noviembre. Desafortunadamente la luna llena de ramadán tuvo lugar el 30 de noviembre y en esa fecha los siguientes eventos estaban sucediendo: Mazar I Sharif había caído, Kabul había caído, Kandahar había caído, diez mil libras de explosivos eran tiradas diariamente, en bombardeos de saturación, por los B-52 sobre el área que supuestamente recorrió este sheik parapléjico. Era imposible pasar por ahí hasta para los marines estadunidenses. La cinta es un fraude, es propaganda y quiere proveer una justificación a posteriori para el ataque a Afganistán. 

Una vez más, uno debe recordar que los supuestos secuestradores fueron entrenados en el sur de Florida por agentes de la nsa, en escuelas militares y en escuelas para pilotos en el sur de Florida, dirigidas por holandeses que tienen una larga historia de colaboración con la cia y la mafia, como Rudy Dekker, el dueño de una de estas escuelas, quien viaja a menudo a Hamburgo a reclutar gente para ir a Florida.

–¿Puede imaginar un escenario en el que la verdad se hiciera pública y se revelara lo que usted dice que ha sucedido?

–Durante la guerra de Vietnam, el incidente que dio el pretexto para el bombardeo de saturación fue el golfo de Tonkin. Todos sabemos que fue un evento fabricado, no muy diferente de lo que ocurrió en la operación Northwoods. Nadie ahora, ni siquiera los grandes medios, pueden negar que ese evento nunca sucedió. Nadie disparó a un barco estadunidense, así como pasó mucho antes con la destrucción del Maine, que fue el pretexto que usó Estados Unidos para declarar la guerra a los españoles, con lo que se se apoderaron de Cuba y las Filipinas. Entre más tiempo mantienes a la gente engañada, más rabia tendrá al descubrir la verdad. Este sistema necesita del conflicto perpetuo, la destrucción y la devastación, y esto tiene un enorme costo interno y externo. Las consecuencias económicas y sociales de esta adicción a la guerra y esta dependencia de la explotación, son serias para el pueblo estadunidense. Por supuesto que hay medidas de represión y también, sin duda, como insisten las autoridades, habrá otros ataques terroristas puestos en escena. Se habla de volar una planta nuclear o de un ataque con viruela. Pero en el análisis final este gobierno preside sobre una economía y un orden social que está pauperizando a enormes cantidades de personas y el desencanto de la población también va a aumentar, como hemos visto muchas veces en el pasado. Por lo que mi perspectiva es que el comportamiento y las práctica del pequeño y voraz grupo gobernante de Estados Unidos es una realidad que no podrá ocultar ninguna cantidad de manipulación y desinformación, porque serán parte de las experiencias cotidianas de la gente. 

(Continuará.)
Puede escuchar a Ralph Shoenman todos los viernes a las 9:00 am en: www.wbai.org. En la opción Listen.
 
 
[email protected]

Juan Domingo Argüelles

Verdad y mentiras en la poesía

El gran escritor húngaro Stephen Vizinczey (1933), conocido en el mundo por sus novelas En brazos de la mujer madura, Un millonario inocente y El hombre del toque mágico, acaba de ver publicada en español la edición revisada y aumentada de otro libro suyo que, sin ser ficción, es ya un clásico literario moderno: Verdad y mentiras en la literatura (Barcelona, Seix Barral, 2001).

Es tal la capacidad de inteligencia y sensibilidad de este escritor y tal la capacidad para comunicarla a los lectores, que Vizinczey hace que parezca fácil el ejercicio de sentir y reflexionar, sin prejuicios, ante una obra literaria.

Verdad y mentiras en la literatura se ha vuelto ya, por esto, un libro emblemático con su no menos emblemático prólogo ("Los diez mandamientos de un escritor"); un decálogo que deberíamos releer cada vez que la trivialidad nos asegure que escribir es un acto sin consecuencias.

Es frecuente que los poetas (es decir, los escritores en verso) se consideren al margen de la llamada literatura; en parte por un prurito de soberbia y vanidad, y en gran medida porque, desde hace muchos años, la narrativa de ficción, y especialmente la novela, ha monopolizado el término "literatura" como una denominación de origen. 

Sin embargo, todos sabemos que la poesía es la raíz de toda la literatura y aun de toda la escritura. Es el hacer (poiésis) de la emoción acendrada, el oficio (officium) de la sensibilidad y el entendimiento que no se parece en nada, por supuesto, a los juegos inocentes y vanos de lenguaje y al inocuo pasatiempo de la disquisición erudita por la erudición misma. Por eso los grandes narradores son en esencia poetas, y por eso Shakespeare el poeta, el dramaturgo, es un extraordinario novelista: porque revelan, con su visión, el complejo sentimiento humano y porque muchos de sus personajes son metáforas de nuestra condición feliz o desdichada.

Vizinczey, que luchó en la revolución húngara de 1956 y empezó escribiendo en Budapest poemas y piezas teatrales, sigue siendo un poeta en sus novelas. ("Escribe como un mago", ha dicho Christopher Sinclair-Stevenson.) Igualmente, la reflexión que lleva a cabo en Verdad y mentiras en la literatura es, sin duda, la reflexión de un poeta; de un poeta que sabe, además, que la literatura no trata del lenguaje, sino de la vida.

Por eso los poetas que escriben versos (y que a veces únicamente leen versos) deberían leer la poesía en prosa de los grandes narradores y, entre ellos, la poesía en prosa de Stephen Vizinczey, y sus necesarias e iluminadoras reflexiones.

De cualquier modo, los grandes poetas de la narrativa no son muchos, porque, entre otras cosas, los grandes jamás son muchos aunque los prestigios sean abundantes. No todos los días nacen un Cervantes, un Stendhal, un Balzac, un Kleist, un Pushkin, un Gogol, un Tolstoi, un Maupassant... Sí, en cambio, todos los días hay relevos en las mesas de novedades, de libros ideales para seguir la fatua conversación acerca de un tema fatuo desarrollado por la fatuidad de un escritor del momento, incluso a veces de un poeta en verso que descubre de pronto (o se lo hace descubrir el editor) que la narrativa de ficción es más rentable que el verso.

"En mi adolescencia –explica Vizinczey– estudié para ser director de orquesta y de mi educación musical adopté una costumbre que considero esencial para los escritores: el estudio constante y diario de las obras maestras. La mayor parte de los músicos profesionales de cierta categoría conocen de memoria centenares de partituras; la mayor parte de los escritores, en cambio, sólo tiene el más vago recuerdo de los clásicos, lo cual explica que haya más músicos expertos que escritores expertos. Un violinista que poseyera la pericia técnica de la mayor arte de los novelistas publicados, no encontraría nunca una orquesta donde tocar." 

Todo para decirnos, en pocas palabras, que no debemos dejar pasar un solo día sin releer algo grande y comprender qué es lo que hace dramática a una obra y qué le presta ritmo e impulso.

Una de las grandes virtudes de las novelas y los ensayos de Vizinczey es que nos ayudan a encontrar ciertas maravillas muchas veces inadvertidas en las grandes obras, al tiempo que nos ayudan a dudar de la calidad presuntamente extraordinaria de importantes autores mercenarios o de simples charlatanes que la historia y la sociedad han santificado; autores muchos de ellos cuyos nombres están inscritos –dijera Nabokov– sobre tumbas vacías.

Los poetas deben leer a Vizinczey para saber que "las imágenes de Balzac, como las de Shakespeare, brotan de las emociones y de la acción, y son tan exactas y poderosas que consiguen grabar en el lector la imagen de la cosa a la que se refieren y no tanto las palabras que sirven para describirla".

En la poesía en verso, las palabras también tendrían que llevarnos más allá de las palabras: a la emoción, e incluso a la acción, pero jamás al aburrimiento, al tedio o a la insípida ocupación de simplemente engendrar y manipular, hasta la náusea, otras palabras. Cuando las palabras no dicen nada, es inútil que a la falta de profundidad se le denomine ingenio.

Al hablar de su origen (y de todo cuanto el origen nos determina y nos exige), dice Stephen Vizinczey que "quizá los húngaros tengan más memoria que la mayoría de las naciones, debido a su poesía", pues lo que la ópera significó para los italianos durante la ocupación austriaca, es lo que significó la poesía para los húngaros durante la invasión soviética del ’56 y, en general, lo que ha significado a lo largo de toda su gran historia.

"Todas las libertades se ocultan en la poesía", concluye el autor de Verdad y mentiras en la literatura. Y "la mejor poesía húngara tiene la melancólica ferocidad de un animal enjaulado, y también una claridad clásica y una falta total de autocomplacencia, debido al hecho de que los poetas saben que son los únicos en todo el país a quienes el pueblo cree y quiere escuchar".

La poesía no es un acto sin consecuencias.

Javier Sicilia
La mirada de Grünewald

Entre todos los maravillosos cristos crucificados que ha pintado la tradición de Occidente, hay uno que provoca en mí un sentimiento de terrible fascinación: el Cristo que durante la Edad Media pintó Matthias Grünewald (1470-1528). 

Lo maravillosos de ese Cristo es esa mirada artística que permitió a Grünewald poner por vez primera ante los ojos del hombre el misterio de la persona humana en la humanidad de Cristo, en su suplicio y su pasión redentora.

Hasta antes de Cristo, la conciencia no sólo artística sino humana no tenía noción de la persona. Fuera del arte helénico –que al reconocer el privilegio del hombre en el dominio objetivo de la belleza, es decir, en el dominio de lo que la filosofía llama las Cosas, se arrodilló no ante el misterio de la persona, sino ante el culto del cuerpo humano como cima de la Naturaleza–, el arte oriental no miraba ni pintaba lo humano, sino la preponderancia de las Cosas a través de las cuales hacía pasar la oscura revelación que hay en ellas y en el misterio colectivo y espiritual de la vida y la cultura oriental.

La persona, entendida como manifestación espiritual del Sí mismo humano –ese Sí mismo que hace posible la obra de arte y que revela la condición trascendente del hombre–, aunque presente en el arte occidental y oriental estaba velada en la conciencia del hombre.

Fue, sin embargo, después de Cristo, y bajo una forma teológica, que las nociones de persona y de personalidad fueron por vez primera explícitamente presentadas al pensamiento del hombre. Cuando la tradición de la Iglesia expresó la fe cristiana en la Trinidad –una naturaleza en tres personas– y en la encarnación de la segunda persona en la naturaleza humana, el pensamiento humano se encontró delante de una nueva noción del hombre y, como lo señala Jacques Maritain, "pudo contemplar en el Hijo del Hombre coronado de espinas la abisal profundidad del Sí mismo humano más viviente y más misterioso".

El camino que a partir de ahí siguió el arte es largo y complejo. Tocaré dos aspectos de manera muy resumida. El arte occidental que nació con la revelación cristiana pasó, primero, del sentido puramente exterior de la belleza helénica, a un sentido humano de la persona asida como un objeto en el ejemplar sagrado del Sí mismo divino de Cristo. "El misterio de la persona –dice Maritain– [cayó] sobre la mirada como un puro objeto en el mundo de las Cosas, pero trascendiendo las cosas." Así, el hombre, en Cristo, emergió de la naturaleza y venció al mundo. De ahí surgió el arte bizantino –muy próximo al arte iconográfico oriental que no es una representación, sino, como su nombre lo indica, una develación del misterio trascendente del hombre en el Cristo glorificado y en sus santos– con sus cristos gloriosos, sus cristos maestros, sus cristos sentados en su realeza (los pantocrator), nunca sufrientes, sino transfigurados en su gloria; surgieron también los grandiosos mosaicos de las catedrales románicas y más tarde la excelsa austeridad del arte románico.

La inmensa realidad de la trascendencia de lo humano se hizo cada vez más presente en el arte, pero de manera velada tras la significación del símbolo sagrado. En ese primer periodo la divinidad de Cristo planeaba sobre todo, impregnándolo todo.

Fue con Duccio, Giotto, Angélico y más tarde con Masaccio en donde no sólo la persona de Cristo apareció en su vida humana, sino también la humanidad de los personajes que lo rodearon y, junto con ellos, la naturaleza y el mundo reconciliados con el hombre en la gracia del Evangelio. 

Sin embargo, es con Grünewald, particularmente en su Cristo crucificado, en donde esa humanidad se despliega en todo su dolor y crudeza. El Cristo de Grünewald nos presenta el momento en que la humanidad de Cristo, destrozada por el pecado y por todo el poder del imperio romano, revela el Sí mismo de lo humano que sólo se cumple en el amor, es decir, en quienes están dispuestos a asumir toda la debilidad de su humanidad por amor al hombre y a su trascendencia. 

En ese Cristo, en ese amor que lo tiene destrozado en la Cruz, se concentra todo el mal: el sufrimiento físico y espiritual de todos los hombres y la inmensa y profunda soledad que antecede al momento en el que al consumarse todo, Cristo eleva a la humanidad a la reconciliación total con su Sí mismo.

Después de Grünewald no conozco –fuera del pequeño bosquejo de San Juan de la Cruz en el que se inspiró Dalí para pintar su Cristo de San Juan, amputándolo de cualquier sufrimiento– una revelación más clara de la humanidad del hombre abriéndose en la experiencia del sufrimiento a la trascendencia. Ahí la persona humana brilla a través del sufrimiento del mundo objetivo. 

La mirada de Grünewald sobre Cristo fue uno de los últimos momentos de claridad en donde el hombre, a través de Cristo, reconoció en la pequeñez de su humanidad su propia trascendencia. 

Después, ese Sí mismo reencontrado se fue pendiendo lentamente en la soledad: en el momento en que al destruirse el orden sacramental de la vieja cristiandad y la gracia –por efecto de los tiempos modernos que iniciaron en el Renacimiento– fue desalojada de la naturaleza, el hombre comenzó a buscar sobre una tierra hostil un sitio para la autonomía de su persona que había descubierto en Cristo. 

Esa larga búsqueda nos ha conducido al terrible malestar de la sociedad económica y tecnológica de nuestros días, a la crisis del arte y a su desprecio.

Buscar, dentro de la posmodernidad, esa mirada de la persona humana con su trascendencia en la revelación humana de Cristo es, creo, una de las tareas más urgentes que tienen los artistas en el mundo occidental si no queremos que la terrible sentencia que nos dejó Malraux: "el siglo xxi será religioso o no será", se cumpla para nuestra desgracia.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva.


Luis Tovar


De la censura y 
otras pendejadas (III)

Mi mejor amigo me contó la siguiente anécdota: hace algunos años, en las puertas de un cine de Guadalajara se apostó un grupo de personas que, preocupadas por la eterna salvación del alma del prójimo, advertían a todo aquel que se dirigía al interior de la sala que la película que estaban a punto de presenciar –Lolita, de Stanley Kubrick–, contenía un alto grado de pecaminosidad, que en muchos sentidos atentaba contra la moral y las buenas costumbres y que, si en algo estimaban su integridad espiritual, harían mejor en abstenerse de verla. Algo por el estilo le dijeron a una prima de mi mejor amigo cuando se disponía a entrar. Molesta por el consejo no solicitado, pero sin perder el buen humor, la prima les respondió: "Pues no creo que haya ningún problema en que la vea, porque yo soy puta."

Nunca se sabrá cuántos espectadores se perdieron esa obra maestra –por lo menos en la ciudad que todavía hoy parece ser la capital de lo que algunos llaman mochez– por culpa del grupito de persignados que quiso ver en la historia concebida por Nabokov y filmada por Kubrick una apología de la perversión sexual.

La moral de cada cual

El problema de fondo con esas organizaciones que se sienten llamadas a salvar a los demás de las llamas del infierno es que sustentan su accionar en una piedra de toque excesivamente endeble: su propia idea de lo bueno y lo malo. A partir de un proceso inductivo verdaderamente perverso, proceden más o menos así: "lo que es bueno para mí, tiene por fuerza que ser bueno para los demás, y lo que considero malo para mí, no puede ser sino malo para todos". De este modo, el Serrano Limón que muchos llevan dentro se siente no sólo con el derecho, sino con la obligación de decirle a los demás qué es correcto y qué es incorrecto, pero siempre basados en un esquema moral que ni ellos mismos tienen establecido por completo.

Nunca ha sido fácil delimitar, si es que hay alguna, la frontera entre lo "bueno" y lo "malo", e históricamente ha sido materia de interminables disquisiciones el hecho de que lo "bueno" para unos bien puede ser "malo" para otros. En materia de buenas o malas costumbres, todos partimos, de manera inevitable, de la educación que hayamos recibido en el ámbito familiar, acaso matizada o en cierta medida modificada –casi nunca transformada o subvertida– por la mayor o menor formación académica recibida por cada quien, y en buena parte moldeada por la información mediática a la que nos encontramos permanentemente expuestos. Todas esas fuentes conforman una postura ética que no puede ser sino exclusiva de cada quien, y la cercanía o la lejanía con las de los demás depende mucho de las semejanzas o las diferencias que hayan existido en nuestras respectivas formaciones.

Únete a los moralistas

Lo que no se vale es juntarse con otros que piensan como uno y formar grupos cuyo objetivo es insistirle a los demás en que están mal y son perversos si no entienden que para ser buenos están obligados a pensar como nosotros. Ya sean la omnipresente aunque inasible Asociación de Padres de Familia, el ínclito Provida, los jaliscienses Tecos o el tristemente afamado Muro, nunca nos han faltado innecesarios y no pedidos ángeles de la guarda que no descansan en su tarea de decirnos que el diablo pone sus tentaciones en todas partes, con especial preferencia en las disciplinas artísticas.

También es perversa la confusión que esos grupos y sus simpatizantes quieren hacer respecto de las mayorías y las minorías. De acuerdo con ellos, si a la mayoría le parece "inadecuado" que una película incluya escenas en las que un hombre y una mujer puedan ser vistos copulando, con lujo de detalles, entonces a dicha película hay que ponerle una "C" para que no puedan verla personas menores de dieciocho años. Pero si las tales escenas no son entre un hombre y una mujer, sino entre dos hombres o entre dos mujeres, peor tantito; en ese caso querrían que hubiera ya no una triple equis, sino una "Z", para que todo mundo sepa que la película de marras es "inmoral". Dejando de lado el hecho de que cumplir la mayoría jurídica de edad no le confiere a nadie, de manera automática, ni más criterio ni más tolerancia ni más nada –y ahí están los propios providos para comprobarlo–, no hay que olvidar que las mayorías sirven para ganar elecciones y decidir plebiscitos, entre otras cosas, pero no para normar las preferencias y mucho menos los gustos y los intereses de cada individuo.

Por lo demás, es absolutamente seguro que los miembros de esos grupos moralistas se sentirían agredidos si quienes no pensamos como ellos hiciéramos campañas públicas como las que hacen ellos pero para promover el recurso constante al aborto, por ejemplo, o el salutífero ejercicio de fellatios, cunnilingus, menages a trois... Es algo semejante a lo que sucede cuando se aborda la diversidad sexual; como la mayoría es hetero, los homosexuales, las lesbianas, los transexuales, etcétera, son molestados e incluso agredidos por algo tan normal como la diferencia, mientras ellos nunca han protestado por la heterosexualidad de los demás, por una razón muy sencilla: no les importa y saben que no tienen ningún derecho a obligar a los otros a pensar ni a actuar como ellos.

Para concluir, hago un llamado a todos aquellos que se sienten obligados a decirle a los demás lo que es bueno y lo que es malo, para que no vean las películas (ni las pinturas, ni los libros, etcétera) que pongan en peligro sus almas, y dejen de estar chingando a los demás.
 

[email protected]


Michelle Solano


Hablan los dramaturgos

Recientemente se publicó Oficio de dramaturgo, libro que recoge una serie de entrevistas realizadas por Silvia Peláez a siete dramaturgos mexicanos: Hugo Argüelles, Sabina Berman, Emilio Carballido, Jesús González Dávila, Vicente Leñero, Víctor Hugo Rascón Banda y Juan Tovar. 

Ya en su presentación, la autora reconoce que la selección de los entrevistados obedece a "dramaturgos de gran trayectoria, que tuvieran trabajos de calidad innegable, polémicos, formadores de otras generaciones de dramaturgos" y el punto más importante del que parte su elección es: "aquellos con quienes me hubiera gustado participar en un taller o aprender en una clase". Bajo estos criterios, Silvia Peláez entrega un libro entrañable por su contenido.

Las entrevistas fluyen como una charla amena en la que cada uno de los dramaturgos revive momentos de su niñez, los primeros acercamientos con la literatura, la música, las personas de las que aprendieron, los avatares de sus inicios en el teatro, su labor como maestros y, por supuesto, el proceso creativo, su punto de vista sobre el teatro mexicano actual y sus perspectivas a futuro.

Lo mejor de lo mejor 
La evocación que Hugo Argüelles hace de su amistad con Gabriela Mistral, con la música, sus autores favoritos, su paso de la medicina al teatro, los premios, el temor a la muerte, al deterioro físico causado por la vejez, su esoterismo, sus fotos, su casa en transformación constante y otras cuestiones más, resultan conmovedoras, lúcidas, llenas de humor y cargadas de comentarios que develan la personalidad de Argüelles: "así como la Piaf dice je ne regrette rien, yo no lamento absolutamente nada, nada de lo que he vivido, tanto lo espléndido como lo terrible".

Acerca de su predilección por la comedia Sabina Berman afirma: "Meterme al cine o al teatro y me pongan a sufrir sin darme algo que redima, ese sufrimiento no lo soporto [...] Porque hay mucho sufrimiento, pero el sufrimiento sin conocimiento me parece pura crueldad", y de sus expectativas para el teatro mexicano: "Mi esperanza sería que hiciéramos cosas necesarias para nuestra cultura, una obra que capture el pensamiento colectivo y lo adapte en un teatro social."

Emilio Carballido responde a la pregunta ¿cómo definirías el oficio de dramaturgo?: "Pues no lo definiría. Me chocan las definiciones. Son limitaciones. Es encerrar una cosa en una jaulita de palabras para que luego no se pueda escapar... Enseño a la gente a que no defina." Acerca de la envidia en el teatro, Emilio opina: "Creo que es la forma de humildad más grande que hay. Es considerarse inferior a otros. Definitivamente es una forma profundísima de humildad."

La entrevista con Jesús González Dávila no pudo concluirse debido a la grave enfermedad que éste padeció antes de su muerte; quedaron pendientes preguntas y respuestas. Sin embargo, en la parte lograda, Silvia extrae la esencia maravillosa de González Dávila y para aquellos que lo conocimos y tuvimos la suerte de ser sus discípulos, constituye un reencuentro emotivo y estimulante por igual.

Vicente Leñero habla sobre la relación del dramaturgo y el director: "El gobierno de los directores hace que éstos escojan la obra que a ellos les conviene, y escojan un teatro extranjero que ha tenido éxito en otro país... Uno está viendo obras y obras que ya ha visto, como si el teatro no tuviera ninguna novedad dramática."

Víctor Hugo Rascón Banda y su niñez en la sierra de Chihuahua, la adolescencia en Ciudad Juárez y su amor inmenso a las fronteras, su irrupción en la dramaturgia, vocación que todavía se cuestiona. Acerca de los rechazos que recibiera su obra La Malinche, responde: "La Malinche me marcó para siempre, no sólo como dramaturgo sino como ser humano [...] A partir de ahí perdí a la mitad de mis amigos [...] me afectó demasiado porque no estaba preparado para ese vituperio, para ese rechazo, esa incomprensión [...] La gente adulta fue la que me dio la espalda [...] Por fortuna, el público que abarrotó y aplaudió de pie cada función, me daba otra respuesta."

Juan Tovar habla acerca de las etiquetas, como La Nueva Dramaturgia. "Les han de servir para algo, ¿no? [...] ¿Cuál es la diferencia? No entiendo bien. Debe ser algo que les sirve a los críticos. Yo ni siquiera tengo una idea clara de a qué se refieren las etiquetas."

Tras la lectura
Oficio de dramaturgo constituye un hallazgo tanto para la gente de teatro como para el espectador, es un buen pretexto para inmiscuirse un poco en la vida de estos dramaturgos y aprender algo de sus procesos creativos. Algo en lo que todos coinciden es que no se puede enseñar a escribir teatro, se puede brindar herramientas y enseñar la técnica que lleve al desarrollo y perfeccionamiento del oficio; o tal vez sea como dice Hugo Argüelles, es el casting metafísico; a uno le toca o no ser dramaturgo y nacer o no con instinto dramático.

Enhorabuena a Silvia Peláez, y a la editorial Editarte que se aventuró a publicar su libro. Ya sabemos que no hay muchos que apuesten por estos temas. Sólo se lamenta el poco cuidado que tuvieron en la edición, a cargo de Rodolfo Peláez ya que el libro ostenta varias faltas de ortografía y bastantes errores tipográficos que bien se hubieran pulido con un poco de esfuerzo.

[email protected]