La Jornada Semanal,  17 de marzo del 2002                         núm. 367
 
Charo Alonso
de la desobediencia
Doris Lessing: la primera víctima 
de la guerra es la verdad

“Diminuta, enérgica, sobria, el cabello encanecido, levemente ondulado sujeto en la nuca, una blusa blanca y una falda azul oscura. Es la dignidad y la fuerza de una campesina”, así nos la describe Charo Alonso en este comentario sobre el desobediente discurso pronunciado por Doris Lessing cuando recibió el premio Príncipe de Asturias. Irán, Rhodesia, la lucha comunista, Inglaterra, la risa de África diezmada por el sida, el martirizado Afganistán, el calvario checheno, los derechos de la mujer, el “sanguinario” Sr. Bush, el prepotente Blair, su visión de Pakistán, Viginia Woolf, la España musulmana, el eterno Al Andalus... todo esto y mucho más forma el cuerpo de este discurso deslumbrado por el mundo, desobediente al miedo y a la injusticia.

Diminuta, enérgica, sobria, el cabello encanecido levemente ondulado sujeto en la nunca, una blusa amplia y una falda azul oscura. Es la dignidad y la fuerza de una campesina. Doris Lessing tiene ochenta y dos años y es bella, sincera y directa, el rostro desnudo enmarcado por una hermosa mano enérgica con la que acentúa su rápido discurso y donde brilla un anillo de plata. Eterna candidata al Nobel, recibe el Príncipe de Asturias de las Letras 2001 "por su talla literaria y por su apasionada lucha por la libertad" según un jurado que en la convocatoria anterior premió a Augusto Monterroso con un galardón que año tras año está adquiriendo más trascendencia y que Lessing recibe con serenidad y agradecimiento. Única mujer premiada en esta edición, las fotos del evento se solazan en la llamativa diferencia de altura entre la escritora británica y el Príncipe de Asturias al que Lessing le llega a la altura del codo. Pero su voz es la más alta; las declaraciones públicas de Doris Lessing a propósito de este galardón son un grito valiente y sostenido. El mismo que ha marcado la vida y la obra de una de las principales autoras del siglo xx cuya lucidez y compromiso con la causa de la mujer y el Tercer Mundo le vetan ese Nobel que tan pocas veces le corresponde a una mujer y que sólo Nadine Gordimer consiguió cuando la política mundial decidió acabar con el apartheid.

Nacida en Irán y criada en Rhodesia, país al que su padre, oficial de la primera guerra mundial, llevó a la familia engañado por la idea de una granja próspera, Lessing supo desde niña rebelarse contra la injusticia del colonialismo, contra una madre autoritaria que mataba serpientes a balazos y que pretendía hacer de su hija una inglesa formal y pudiente, y escapó de las convenciones con un primer matrimonio y un compromiso político del que no se separaría. Valiente e independiente, Doris Lessing dejó su Rhodesia injusta con un niño, un manuscrito –Canta la hierba– y una identidad de luchadora comunista que vivió con fuerza años comprometidos en los que se convirtió en una figura literaria y ética en Inglaterra. Autodidacta, Lessing ha escrito novelas, cuentos, textos periodísticos, teatro y ha participado en una ópera con el compositor Phillip Glass, además de recorrer el mundo comprometida con todo tipo de causas sociales. Amante de los gatos, metódica y trabajadora –de ocho a una escribe, el resto le pertenece a una ama de casa que no rechaza ninguna tarea– Lessing mira al auditorio que llena el Aula Magna de la Universidad de Oviedo con ojos interrogantes. Es correcta y amable, hermética y profundamente seria, tiene la firmeza de la certeza y la solidez de la valentía.

Su último libro publicado en español, África ríe, es una reflexión sobre su originaria Rhodesia, ahora Zimbabwe, asolada por el gobierno de un presidente "lunático" marcado por la corrupción y las mentiras. Diezmado por el sida, Zimbawe es para Lessing la representación de los países mal gestionados a los que el mundo civilizado prefiere no mirar, un lugar abandonado ahora que la atención internacional está puesta en otro extremo del mundo que también conoce muy bien Doris Lessing, quien publicó recientemente un libro sobre Afganistán aún no traducido al español, titulado El viento lleva nuestras palabras.

Lessing escuchó esta queja de un soldado afgano que luchaba contra los invasores rusos: nadie ayudó a un pueblo fuerte y valeroso que contribuyó a la caída de la Unión Soviética. Según la autora, "la invasión rusa fue una tragedia para los afganos y una tragedia para los rusos como lo había sido antes para los ingleses". Una tragedia que se extiende durante treinta años de guerras hasta hoy: "Ahí está Estados Unidos que puede justificar su ataque, y Afganistán, un país pobre, huérfano y patético bombardeado por el país más poderoso del mundo." Doris Lessing participó en un proyecto llamado Ayuda Afgana, y gracias a su conocimiento de la lengua parsi pudo hablar con los luchadores y con las mujeres encerradas en sus casas. La autora sabe que en las actuales circunstancias este libro será muy pertinente, pero que no responderá al nuevo clima de amistad con Rusia que acalla las protestas occidentales ante los crímenes del gobierno de Putin en lugares como Chechenia.

Autora de libros casi periodísticos donde la denuncia es una constante y el viaje una forma de conocimiento, Doris Lessing ha cultivado la novela realista, la autobiografía –"la literatura ha de ser autobiográfica y, al mismo tiempo, no serlo. Uno escribe basándose en sus experiencias, pero eso no quiere decir que sus libros sean autobiográficos"–, el teatro, la creación colectiva, multidisciplinaria, que reconoce "muy estimulante", y la ciencia ficción con trasfondo social. Pero es su acertada visión del mundo de las mujeres y su capacidad de denuncia lo que se destaca en su amplia trayectoria en un momento en el que faltan intelectuales comprometidos en el convulsionado mundo en el que vivimos. "Los escritores dedicamos mucho tiempo a pensar y a veces adivinamos lo que va a pasar. A veces tropiezas con la verdad por accidente. Lo sorprendente es que ustedes crean que yo sé más que ustedes."

Por primera vez una sonrisa ilumina su rostro. Sus manos acompañan un discurso firme: "Lo que me fascina de las mujeres jóvenes es que no tienen ni idea de lo que es no estar muertas de miedo por quedar embarazadas. Y que se han liberado de la esclavitud de lavar. La ciencia ha ayudado a la mujer. La mujer no tenía derecho a la propiedad privada y lo ha conseguido todo con los movimientos feministas, el movimiento feminista en el siglo xix era un trabajo muy duro." Defensora de los derechos de la mujer, Lessing reivindica la lucha a favor de la mujer africana, que a menudo goza de unas leyes muy liberales pero que no las conoce y vive en una situación denigrante. Participante de cuantas conferencias y coloquios requieren su polémica presencia, Lessing levanta ampollas entre las feministas al afirmar que tienen que hacer un trabajo más duro y al negarse a aceptar la supuesta bondad natural de la mujer: "No hay ninguna evidencia para pensar que las mujeres sean más bondadosas o más amantes de la paz." Su última polémica se produjo cuando criticó a la enseñanza pública inglesa por defender la idea de que los niños son más violentos que las niñas. "Los niños responden a lo que esperamos de ellos. Si les enseñamos que los niños son los que hacen las guerras y las niñas las que estudian más vamos a conseguir eso mismo. Lo que no me gusta es esa cultura de envilecer a los hombres, de denigrarlos continuamente." Lessing vuelve a sonreír: "Los ingleses somos una cultura histérica."

Su legendaria lucidez no elude una actualidad candente. Tacha a Bush de "sanguinario" y critica a Blair por no haber preguntado a los ingleses su postura acerca del conflicto. "Si miramos el Corán, el Profeta dice que debemos vivir y dejar vivir. Claro que hay gentes que se comportan como Gengis Khan. Dice la historia que los pueblos de Khan salieron del desierto porque no pudieron dar de comer a sus caballos y que cuando vieron esas ciudades tan bellas decidieron destruirlas. Somos como una tribu, siempre odiamos algo." La división del mundo responde para Lessing a lo más terrible de la guerra: la falta de la verdad. "No nos están diciendo la verdad. Algunas personas sabían que iban a ocurrir los atentados del 11 de septiembre. Blanco y negro, se trata de una visión polarizada por la guerra, porque las culturas árabes no son iguales. La primera víctima de la guerra es la verdad. Y si hay una manera de encontrar la verdad es yendo a buscarla."

Doris Lessing sí ha ido detrás de la verdad. En Pakistán su trabajo con las mujeres le descubrió que una gran mayoría de sus interlocutoras estaban felices con su vida y sólo un diez por ciento amargadas y rebeldes por su situación secundaria. Aunque ella se considera incapaz de llevar una vida de confinamiento en el hogar, Lessing defiende el derecho de esta mayoría de mujeres de elegir una opción vital que responda a su religión y a sus principios y afirma lúcida y sensata que no ve cómo podemos protegernos del terrorismo y que hay cosas peores que una guerra –"excepto ahora si eres afgano"–, como la contaminación y la degradación de la vida moderna.

Doris Lessing no es una intelectual comprometida con grandes causas que usa los problemas del Tercer Mundo como recurso demagógico. Profundamente conocedora de la sociedad inglesa que describe críticamente en sus novelas, Lessing defiende la enseñanza pública, la asistencia social y la atención a los ancianos en un país donde el estado del bienestar se sacrificó por mor del thatcherismo. Sus ancianas viudas en "La buena vecina", "Si la vejez pudiera", denuncian una situación caótica en la que pierden los más débiles, los niños, los ancianos y las mujeres condenadas al trabajo duro. La antigua luchadora comunista –mi hermana, una excelente conocedora de la obra de Lessing, afirma que la protagonista de "El cuaderno dorado", Anna Wolf, es más Doris Lessing que la retratada en sus dos tomos de memorias, auténtico mosaico de la historia de este siglo pero que arroja una luz sabiamente matizada acerca de la propia autora– batalla con las grandes causas –la mujer, el Tercer Mundo, la política del "Gran Juego"– y las luchas diarias de una autora que no para de observar, vivir y trabajar con constancia: "Encontrar talento para escribir es extremadamente común, pero no hay disciplina." En un mundo donde se aprecia el éxito fácil, el escritor no es para Lessing un triunfador social, sino alguien con un trabajo duro que vive una vida muy aburrida, que necesita estar de un humor plano y no sucumbir a la dispersión ni ir regando sus emociones. ¡Aunque sabe que Salman Rushdie sale todas las noches!

Recuerda Lessing que Virginia Woolf afirmaba que para escribir sólo hacen falta papel y lápiz. Para ella lo fundamental es la observación, la reflexión y el trabajo duro y diario. Lessing transmite al público su rigor y su seriedad, no hay concesiones, sólo una hermosa sonrisa que brilla como el anillo de plata de una mano que enmarca continuamente un rostro pensativo. Se despide rápidamente y muestra un delicioso gesto de jovialidad: unos zapatitos rojos de terciopelo vivos e infantiles, zapatitos planos de caminata con los que se aleja entre la nube de fotógrafos rumbo al siguiente acto, pequeña y rápida.

Ella es la estrella de estos premios, ella y su sencillo atuendo de ceremonias donde sólo destaca su formidable presencia diminuta y un anillo de plata. El suyo es el discurso más comentado, un alegato a favor de la cultura huma-nística, de la convivencia entre las diferentes identidades. Lessing, que ha vivido en Irán, que conoce el colonialismo inglés en África, que participó en las luchas feministas y en la utopía comunista que preconizaba un mundo más justo e igualitario, se convierte en la voz del mestizaje y en un recordatorio vivo del intercambio de religiones, países y culturas. Su discurso es un canto a la cultura, esa misma cultura que reivindican los obreros ingleses que piden bibliotecas para sus centros de trabajo, esa misma cultura que se nutrió de tres religiones distintas y no distantes para enriquecerse mutuamente en la España medieval, esa España que ahora le otorga su galardón más preciado: "Cuando me siento pesimista por la situación del mundo, a menudo pienso en aquella época, aquí en España, a principios de la Edad Media, en Córdoba, en Granada, en Toledo, en otras ciudades del sur, donde cristianos, musulmanes y judíos convivían en armonía; poetas, músicos, escritores, sabios, todos juntos, admirándose mutuamente. Duró tres siglos. ¿Se ha visto algo parecido en el mundo? Lo que ha sido puede volver a ser." Con un gesto interrogante, la sonrisa esperanzada vuelve a brillar en un rostro que lo ha visto todo y que se enfrenta al público con insólita sinceridad y con firmeza. Y vuelve a su sitio, rápida y enérgica, en medio de los aplausos de la sala... la ceremonia protocolaria ha vestido sus pies de elegante charol negro, pero mientras se aleja de la tarima seguimos viendo, vivos y veloces, sus hermosos zapatos de terciopelo rojo.