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Jueves 28 de febrero de
2002 |
Opinión Don Quijote y su ambigüedad n Alfonso Simón Pelegrí |
En uno de los poemas
de La rosa profunda, el que lleva por título Sueña
Alonso Quijano, nos dice Jorge Luis Borges que don
Quijote fue un sueño de Cervantes, y que éste, a su
vez, fue un sueño de aquél. Además, que tal doble
sueño lo confunde hasta el punto de que lo que le está
ocurriendo -no es otro el mundo de los sueños- viene a
suceder con antelación. Así nos lo dice expresamente:
Quijano duerme y sueña. Una batalla: / los mares de
Lepanto y la metralla. Y es así, en esta batahola onírica de tiempos regresivos y progresivos superpuestos, donde nos sitúa Raimundo Lida en su ensayo Vértigo del Quijote, cuando nos dice que el famoso hidalgo manchego, así como la novela que le da título, "se nos da como organismo y no como teorema". Es decir, a manera de una vertebración vitalmente literaria, en la cual el todo no es la suma del conjunto de las partes que lo integran -una a una invaluables- sino un valor en sí que le da su acabada felicidad en su integridad absoluta. Por eso, con sagaz perspicacia, Lida nos habla de que, paralelamente al "desbordamiento inventivo" de cada escritor, hay un Cervantes un crecimiento de esa invención al paso que avanza en su propio conocimiento. Y así como al comienzo de su novela -que en un principio concibió como cuento- camina tanteando la veta que piensa lo llevaría al filón oculto, del mismo modo Cervantes explora y pulsa hasta que, con el procurado milagro del descubrimiento, "se lanza con frenesí por el camino sólo a él reservado". Este venero que entraña la inmortal novela está en el alumbramiento de la genuina locura de su héroe: Don Quijote no es un loco entreverado de lúcido, como lo pretendieran equivocadamente el cura de su aldea, El Caballero del Verde Gabán, y tantos otros personajes "discretos" de la novela, que lo consideraron hombre probo y de buen juicio con ráfagas de sandio y mentecato, especialmente en lo tocante a la andante caballería que él decía profesar. Este retrato, en parte, podría corresponder a nuestro héroe al principio de esta casi verdadera historia; pero a lo largo de la misma se va haciendo patente, como nos dice el citado Raimundo Lida, "que su soberana locura no puede reducirse a un dualismo escuetamente polar". Pero este extremo lo airearemos un tanto en una próxima entrega: con suerte. |