La Jornada Semanal,  17 de febrero del 2002                           363
(h)ojeadas
La máscara más cara

Enrique Héctor González

Hugo Gutiérrez Vega,
Poemas sobre poetas,
Ediciones Papeles de San Agustín,
Oaxaca, México, 2001.
El pasado invierno uno de los poetas más precavidos de la literatura mexicana recogió, al dictado de no sé qué voz silenciosa, algunos poemas que, a lo largo de los años, había ido publicando en diversas colecciones y los cuales merecían libro aparte porque constituyen una convocatoria de preferencias. Se trata de esos textos a través de los cuales un autor ensaya su propia poética por otros medios, no para decirnos por qué o cómo escribe sino dónde y bajo qué árboles (o sobre qué nubes) reposa la luna de su creación.

En Poemas sobre poetas, Hugo Gutiérrez Vega reúne sus pintas callejeras, sus murales efímeros, una suerte de álbum de familia donde las imágenes son menos un homenaje que un menage à vingt con lo más granado de la poesía y del arte del siglo XX, orgía perpetua de un corazón acorazado en la palabra. Seferis, Paz, Vallejo, Pavese, Pasolini son algunos de los autores invocados por el verso tenaz e intenso del poeta jalisciense, y cuya "timidez romántica", como la llama Monsiváis, es un incendio de nieve, enervado como está del viento de sus poetas indispensables: una elegante argucia de la fraternidad.

La poesía de Gutiérrez Vega, fecunda y distinta casi en cada libro, es en sí misma una asamblea de poetas: nada es tan diferente de un poema de Buscado amor (1965) que otro de Las peregrinaciones del deseo (1986), donde la imagen ya no consiente sorpresas imposibles sino el muelle descanso de la palabra dicha, de dicha palabra que siempre parece como recogida en el camino: los grandes escritores son vastos latifundistas en el campo del lenguaje cuyas lecturas los nutren, los adoptan de un modo natural. En "El último tango en París", por ejemplo, la enumeración entrecomillada de imágenes es una curiosa mezcla de voces de Bertolucci ("cisterna abierta", "coño de las consolaciones") con silencios del propio poeta, que toma prestado lo que ya estaba en él, que se plagia a sí mismo –como quien dice: "señora de la luz adormecida", "soledad para la soledad". El "bello salto en el vacío" del que habla el autor es el de la experiencia amorosa de dos desconocidos –como en el filme italiano–, pero también el del acto de la creación, despeñadero donde el poeta, solo como un lupanar a las nueve del día, se lanza al estanque de las palabras y las pausas, al lago de soledad que, como dice Barthes, es el pozo del amor vigente.

Hay autores que se han adueñado de determinadas palabras, por genéricas y universales que éstas sean. En el caso de Juan Ramón, esa palabra es "jardín", ni del Edén ni de senderos bifurcantes sino el "jardín submarino" que, como escribe Gutiérrez Vega, es "ya una pura palabra:/ el rostro del poeta". Y pura es voz doble en nuestra lengua: como tal convoca no sólo la idea de pureza sino también, otra vez, la de soledad, la de unicidad. El poeta se encuentra con sus poetas para describirlos a través de sí mismo, para reconocerlos en su pura impura palabra, llena de ecos y costados como un prisma en movimiento.

Cuatro patrias, es decir, cuatro lenguas (la verdadera nacionalidad de la escritura), aparte del español, han constituido las lecturas más fecundas de Hugo Gutiérrez Vega: la portuguesa, la italiana, la griega y la inglesa. Como ha ocurrido con muchos creadores, una buena parte de su oficio se ha cumplido en la traducción, ese traslado piadoso e imposible que es la única vía de acceso a ciertos autores y por ello una forma de devolución y, más aún, un acto de devoción. Pero al contrario de lo que ocurre en algunos casos emblemáticos –como el de Borges apropiándose de tal modo del lenguaje de Virginia Woolf que uno lee otro Orlando en español, menos sutil y más enfático, más en el estilo de Borges–, las traducciones de Gutiérrez Vega siempre han gozado de la credibilidad de su transparencia, pues no se impone a la voz original sino que acompaña su canto en una segunda tesitura apenas audible pero muy bien timbrada: uno está casi seguro, entonces, de estar leyendo a Cavafis o a Pavese sin que le estén dando gato (pardo) por liebre que se ha tomado algunas libertades. El poeta, "con la boca cerrada hasta hacer daño", se queda callado cuando la que debe hablar es la voz del otro, preclara precaución de quien traduce para el lector y no para sí mismo, como abusivamente se estila en la hora presente.

Hay en Poemas sobre poetas y en casi todos los libros de Gutiérrez Vega un elogio insoslayable del viaje y sus hechizos, que se resuelve como amor a la naturaleza, a la amistad de ciertos hombres y de ciertos lugares (la lluvia de Castilla, la iglesia de Lagos), en un diálogo constante con las muertes vivas de la memoria y en cuidadoso visaje a la conversación, al arte poética de la charla con los árboles y los amigos, al gusto de tomarse un café con la taza del silencio llena de voces que los poetas arrastran consigo por donde van. No estamos frente a un autor de versos platicones ni ante un contemplador de sí mismo en el espejo de los demás, sino con uno que recuerda las palabras de los hombres reales y el sinuoso rumor de las calles. Hay en el poema dedicado a Octavio Paz ("Todos escuchamos el galope de sus caballos"; "por los caminos grietas de palabras") y en "Homenaje a Vallejo", recogido –como algunos otros poemas del volumen– sólo en forma de fragmento, algunos versos trashumantes: "el paso terco/ de un burro celestial", versos en los que se funde la idea del viaje ya señalada con la convocatoria amistosa de los otros poetas que en ella se dan cita. Menos turístico que festivo, más estático de lo que parece a primera vista, el viaje en la poesía de Gutiérrez Vega es ocasión de encuentros translaticios, celebración de cercanías remotas, de desplazamientos alrededor de un ademán: el gesto generoso del amigo. Y sin embargo se trata, en general, de una obra que ha sido poco estudiada y reconocida. Además del Premio Nacional de Poesía por el libro Cuando el placer termine (1977) y del Premio Iberoamericano Ramón López Velarde (2001) –quizá lo deba a la cercana recopilación de su obra en el volumen Peregrinaciones (1965-1999)–, Hugo Gutiérrez Vega ha gozado de muy pocos buenos lectores, entre los que se cuentan Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Marco Antonio Campos, Rosa Beltrán, Eduardo Hurtado, Luis Tovar y Pedro Serrano. Poeta en la órbita de Alberti y, como él, verista, antisolemne, directo, desgarrado, vertical, su trabajo se cumple también como difusor de poetas armenios o sonorenses, eslavos y novísimos de la colonia San Rafael, paciente tarea a la que ninguna revista o suplemento literario se ha sumado, y que sólo puede compararse con el empeño que, en otro género específico, el cuento, caracterizó la labor de Edmundo Valadés.

No puedo dejar de referirme al acierto al alimón que, como objeto físico, cometieron Hugo Gutiérrez Vega y Francisco Toledo con este libro, utilizando para interiores y forros "papel hecho a mano con fibras de ixtle y algodón", lo que ecológicamente significa que ningún árbol dio su vida, esta vez, por la causa poética. La edición es impecablemente artesanal, lo que quiere decir que el libro está habitado por una tipografía vacilante en los títulos (lo mismo en altas que en bajas) y amorosísimas erratas como la que sugiere que el verbo borrar pueda ser un nuevo material urbano para pavimentar de dolor las avenidas: "Intentarlo, intentarlo/ aunque al final de todo/ venga la muerte/ a descascarar su risita irónica/ y las calles de borren". Para quienes –nostálgicos intolerables– extrañamos el paso táctil de la aguja sobre un viejo acetato y la vida sin el celo incesante de la telefonía celular, resulta triplemente placentero que dos creadores asuman su trabajo con la artesanía del caso y produzcan un objeto tan delicado y sutil como el que se llama Poemas sobre poetas.

En una reseña de hace veintitrés años, escrita a propósito de la Antología bilingüe (Italiano-Español) de Gutiérrez Vega, Gabriel Sardo anotaba con la precisión del lector atento: "Es ésta, tal vez, su mejor lección: una antirretórica paciente, atrevida, sobre el filo de la banalidad siempre al acecho." Pasado el tiempo, las coordenadas que tensan ese libro siguen vigentes: su obra insiste en incorporar las palabras de todos, de personajes tan cotidianos como aquel célebre perro de la carnicería, con la espantosa naturalidad de una actitud serena en la desesperación, según anotó alguna vez el propio Monsiváis. En "Sobre el balcón de Genet" de Poemas sobre poetas puede leerse: "Ahora lo que existe son putas/ y esta hermosa madrota;/ su baraja de sueños multiformes/ y sus iluminados aposentos./ En ellos está el mundo/ real..." El hecho de que el libro, pues, incorpore a su fiesta del lenguaje a artistas tan disímbolos como su oficio –Alberti y Seferis, Pasolini y Brecht, Juan Gris y Jaime Sabines– no se traduce en abigarrada reunión de estilos diversos sino en multitud adaptada y adoptada por la Forma, que para el caso asume la condición de una certeza sugerente: una voz sin embozos pero habitada por fantasmas.

Esta naturaleza de absorciones miméticas confundió en su momento a algunos comentaristas de poesía, que veían en ella un tono "elaboradamente claro", "conseguido a partir de una sobria vitalidad". Doble error de lectura de Guillermo Sheridan: la supuesta elaboración no es un proceso hacia la claridad sino una renuncia a todo retorcimiento como principio de creación; la sobria vitalidad sugeriría casi al poeta ascético, paradigma de una ecuanimidad que en Gutiérrez Vega brilla, como el sol, por su ausencia en día nublado. Hugo, más bien, es un poeta de viajes, de gente, de poetas, que sabe decirnos con la voz de todos los días lo que a otros, eso sí, les puede costar elaborados artificios o vitalidades vicarias. El trabajo de este poeta, además, ha crecido inmerso en el mundo de las obligaciones laborales, que van de la dirección de instituciones universitarias y culturales hasta el oficio diplomático, el periodismo, el teatro y la docencia. Es difícil que un escritor mexicano se haya dedicado a asuntos tan diversos y exigentes como los que ha ejercido Gutiérrez Vega y, sin embargo, su obra no se ha disfrazado, en su evolución, más que de sus propias afinidades, los rostros de los otros, su máscara más cara •


N O V E L A


La memoria imaginativa

Humberto Félix Berumen

Federico Campbell,
La clave Morse,
Alfaguara,
México, 2001.

En su libro Las estructuras antropológicas de lo imaginario, el antropólogo Gilbert Durand afirmaba, hace ya algunos años por cierto, que "la memoria pertenece al terreno de lo fantástico puesto que arregla estéticamente el recuerdo". Mientras que en su libro de ensayos La invención del poder (1994) Federico Campbell sostenía, a su vez, y en años más recientes todavía, que "La memoria inventa: recategoriza." En ambos casos la premisa parece ser la misma: la memoria inventa, arregla, imagina, reconstruye... Todo ello puesto que imaginación y memoria, recuerdo e invención, no son en el fondo más que una y la misma cosa.

Una frase entresacada de la más reciente novela de Federico Campbell podría resumir esta misma idea. La "memoria es lo mismo que la imaginación", se repite el narrador de La clave Morse (2001) y resultaría difícil estar en desacuerdo con una afirmación así. Pero Federico Campbell hace mucho más que ilustrar esta idea con unos protagonistas a modo, un narrador interesado en revivir el recuerdo de un pasado familiar tormentoso y el testimonio de las hermanas del narrador como contrapunto.

El leitmotiv de la novela es en efecto el papel que desempeña la imaginación en cuanto a la recomposición del pasado familiar del protagonista y narrador, llamado Sebastián. Un periodista que se siente en la necesidad de hurgar en los meandros de la memoria para recuperar la imagen de las figuras paternas, pero que reconoce finalmente la imposibilidad de lograrlo. Entre otras razones, porque sabe bien que el recuerdo no es nunca una mera reproducción del pasado, sino la reconstrucción de aquello que se ha vivido. Y, sin duda, cada quien lo recrea desde la distancia que dan los años, el sentido que se le confiere a la experiencia o la perspectiva mediante la cual se valoran los acontecimientos mismos. Así lo expresa quien hace las veces de voz narrativa:

Lo cierto es que, ante todo, me sentía un extraño, como si yo no hubiera vivido nada. Ellas parecían tener algún tipo de contacto con el pasado; yo, no. Nada en concreto sabía de mi padre ni de mi madre. Yo no podía dar una versión de los hechos. No acertaba a inventar una sola imagen ni a intercalar alguna reflexión, como si hubiera sido un espectador desatento y distante.

Esta reflexión, expuesta hacia el final de la novela, añade otro elemento más: la incapacidad del protagonista-narrador para hacerse de una imagen de las figuras paternas. Por ejemplo, y en relación a la madre: "Aquella primera fase de mi vida me resulta inaprensible, tan difícil de imaginar como traer a la memoria qué rasgo de su rostro habría yo de repetir más tarde." Además de colocarnos en los terrenos de un relato más bien anclado en el recuento de los acontecimientos personales de quien escribe.

Es por eso que aunque el protagonista no se llama Federico sino Sebastián, ni se apellida por pura casualidad Campbell, resulta difícil leer esta novela sin dejar de reconocer en ella la figura del autor mismo. Cualquier lector con un poco de información a la mano podría reconocer varios elementos como para considerarla una novela con una buena dosis de la biografía familiar. De hecho, algunos fragmentos habían aparecido mucho antes con el título De cuerpo entero (unam, 1990), una serie editorial dedicada a difundir la autobiografía de algunos escritores mexicanos. Y aunque la carga de lo personal no hace de ella totalmente una novela autobiográfica, La clave Morse resulta el libro más personal, y si pudiéramos decirlo así, más íntimo de Federico Campbell.

No obstante su brevedad, o quizá por eso mismo, el relato alcanza una honda intensidad narrativa. La profundidad emotiva hace de esta novela un relato sobrio, sin sentimentalismos ni concesiones a la memoria. Tal vez por eso La clave Morse es la novela más intensa y, también, la más depurada de Federico Campbell. En efecto, la escritura es aquí más pulida, más expresiva y mucho más exacta en sus pretensiones narrativas. Escrita en un estilo casi "telegráfico", de frases cortas y notable por su economía estilística y temática que debe mucho al ejercicio del periodismo, cuenta también con la presencia y las voces de las hermanas del narrador.

Podrían comentarse varios otros aspectos: las reflexiones sobre la rutina del ejercicio periodístico, la incorporación de dos relatos sin relación aparente con el núcleo principal, el retrato de una ciudad todavía adolescente y una narración transparente, sin complicaciones, pero convincente y de una lectura que avanza con paso firme. Todo lo cual hace de La clave Morse una novela muy distinta al estilo envolvente y sinuoso de Pretexta (1979) y Todo lo de las focas (1978), pero más parecida a Transpeninsular (2000), su novela anterior •


N O V E L A

Historias húmedas

Marduck Obrador Cuesta

Irving Ramírez,
Boleto a todos los destinos. Mi único sueño voluntario,
Universidad Autónoma del Estado de México,
México, 2001.
 

Hay ciudades que viven con la niebla anclada a sus calles; la humedad deshace los cuerpos junto con los pasos de quien la recorre; los recuerdos van y vienen entre el olor a naftalina y a leña quemada; el frío se abraza a los cerros y a las piedras llenas de moho; la duermevela aligera el peso húmedo de nuestros hombros; y la saliva gruesa en nuestras bocas devuelve la realidad de los amaneceres impostergables.

"Latveria", la ciudad, respira en los árboles, en cada barda, en cada ventana de sus casas que encierran historias. La ciudad es el mudo testigo cotidiano que transforma los destinos de sus habitantes, agobia con sus voces y mortifica con su encierro. Irving Ramírez logra este ambiente en su novela, nos sumerge en caída libre, sin casi dejarnos respirar.

A través del pasado y los recuerdos confundidos con los sueños, el autor nos lleva a descubrir una historia de amor agotada desde el principio. Los desencuentros son el pasto, la melancolía repite la figura de la bienamada hasta volverla un motivo de locura, los vientres hinchados de los padres celosos se encargan de proteger, obstinadamente, la virginidad perdida de sus hijas, los hermanos enamorados son un impedimento, y el miedo que produce indecisión bastan para acabar lo inacabado.

Ubicada a finales de los años setenta, cuando el Infonavit construía en México las colmenas de hacinamiento humano, y el petróleo y sus plataformas de extracción en el Golfo de México representaban el sueño de una lana rápida para los jóvenes, se instauraba la anarquía como el alimento ideal, las huelgas retomaban las calles y la moda Travolta pegaba fuerte. Años en que el cine estigmatizó toda una época a través de películas como Fiebre de sábado por la noche y también con la llegada de la televisión a los hogares de millones de mexicanos, para jamás irse.

Irving Ramírez plasma, con un lenguaje sencillo, el sentimiento de vacío de los personajes en su novela. Todos se conducen a través de la voz de los recuerdos de alguien más; a veces sabemos lo que piensan, pero lo importante es resaltar la memoria confundida de sueños, ésa que muchas de las veces no reconocemos como nuestra, pero que altera el destino de cada cual.

Mientras avanzamos en su lectura, los fantasmas de los personajes se nos revelan y nos hacen ver el lado más oscuro de sus reflexiones. A veces son asesinos en potencia, cuya sed de venganza los ciega, y otras se vuelven escapistas de lo inminente.

Fuensanta es el nombre de quien teje la paciencia, no es a un héroe a quien espera, sino por el contrario a un hombre indeciso, que al final es el vehículo para romper con las prohibiciones que acotan su panorama como mujer, dentro de una sociedad caduca, llena de tabúes y que se ahoga en sus propias reglas.

La nostalgia está presente y reconoce en el futuro la arena que erosiona todo en las relaciones humanas.

Irving Ramírez fue ganador del premio a primera novela Juan Rulfo, en 1997, por Yo le canto al cuerpo gélido (Joaquín Mortiz, 2000) y Mi único sueño voluntario obtuvo el premio de narrativa Ignacio Manuel Altamirano en 2000 •


E N S A Y O


La vieja crisis

Antonio Mendoza

James D. Cockcroft,
La esperanza de México,
Siglo XXI editores,
México, 2001.

Si en un planisferio observamos bien el contorno o perfil que tiene nuestro país notaremos de inmediato su triste figura. Entonces quizá sea más difícil pensar que ello se debe ante todo a los reveses de su historia, incluyendo, por supuesto, los errores, incapacidades y sumisiones de sus clases gobernantes. Por tratarse de un país atacado directa e indirectamente por dos potencias, una colonialista y la otra imperialista (en el sur y en el norte respectivamente), su territorio apenas sostiene en la parte superior la península de Baja California y en la inferior la de Yucatán; así de azarosa ha sido su existencia.

México es uno de los países de América Latina más estudiados en cuanto a su evolución. Ahora la historiografía acepta que desde los tiempos coloniales, cuando formaba parte del imperio español (Nueva España) hasta nuestros días, su desarrollo estuvo marcado por la preeminencia de una oligarquía (las elites nacionales) responsable de la acumulación de capital, la formación del Estado y el nacimiento de clases sociales antagónicas.

Ahora bien, México desde años atrás y en lo que va del nuevo siglo experimenta una profunda crisis generalizada que pareciera producto de un largo proceso que inhuma y retrasa sus rizomas hasta los tiempos de la dominación española. Por ello, el conocimiento de nuestro país en su desenvolvimiento económico es indispensable para entender sus circunstancias sociales y políticas actuales y vislumbrar un camino en regla hacia un futuro menos inestable, más promisorio.

En este sentido, La esperanza de México de James D. Cockcroft, historiador norteamericano ya conocido en nuestro medio por otras obras, como Precursores intelectuales de la Revolución Mexicana (1971) y Los latinos y el beisbol de Estados Unidos (1999), es una exitosa empresa porque en un volumen realiza el "análisis amplio de la economía política mexicana y el actual estado de crisis, rastreando sus raíces históricas en el proceso de la lucha de clase, acumulación de capital y el nacimiento del Estado moderno autoritario-tecnocrático". Asimismo, "el entramado de intereses de las elites nacionales con las potencias extranjeras más fuertes, desde el colonialismo español hasta el imperialismo norteamericano [...]; analizo los conflictos periódicos entre esos intereses".

El libro de Cockcroft está dividido en dos partes: la primera, "Una historia difícil", en cuatro extensos capítulos estudia la invasión y colonización española de nuestro territorio, los inicios del capitalismo mexicano pasando por las guerras de independencia, las diversas guerras civiles con las que se cimentó un precario Estado nacional hasta arribar a la dictadura porfirista; la Revolución Mexicana y el corporativismo del presidente Lázaro Cárdenas. En la segunda, "La era del capitalismo monopólico", asimismo en cuatro capítulos analiza el último segmento de la historia nacional desde el plano de la dinámica de asuntos más significativos, esto es, el Estado mexicano frente capital extranjero y el capitalismo monopólico, las clases sociales y sus conflictos desde 1940 hasta nuestros días; y como factor totalizante del carácter de nuestra vida social, el petróleo en una coyuntura en la que predomina avasalladoramente el neoliberalismo, por lo que concluye su obra con lo ocurrido en el partido de Estado, el pri, en un escenario de enrarecimiento social.

Pero hablemos del método de trabajo que utilizó el historiador norteamericano. Con lo apuntado salta a la vista lo útil que para Cockcroft fue el empleo del materialismo histórico y, dadas las condiciones y peculiaridades del desarrollo material de la sociedad mundial en la época en que México fue invadido y colonizado por los españoles, definitivamente instala su perspectiva con el uso de categorías de investigación marxistas, por lo que afirma que "las condiciones coloniales y precoloniales de México sentaron las bases para su formación estatal y de clase y para el subsiguiente desarrollo de una economía capitalista marcadamente dividida entre ricos y pobres", juicio medular en el escrito del historiador porque esta polarización es característica total en el pasado y presente del desarrollo económico de nuestro país. Por ejemplo, en plena época colonial, apoyada en instituciones sociales organizativas de las civilizaciones indígenas avanzadas de Mesoamérica, con sus elementos de división del trabajo y acumulación de capital, la colonización de España regularizó la tendencia de que las elites ignoraran el mercado doméstico y enviaran sus excedentes mineros y agrícolas al extranjero.

Por lo anterior, queda en claro que el materialismo histórico lleva a Cockcroft a enfatizar en su exposición las fuerzas estructurales (económicas) que actuaron para que México se desarrollara de manera incompleta, por lo que subraya las luchas populares (de clase) contra la opresión desde la época colonial hasta sus actuales manifestaciones.

Ahora bien, si en la primera parte del libro de Cockcroft se plantean las vicisitudes en la acumulación de capital, la formación del Estado y su colofón de conflictos sociales, todo ello desde la época colonial, con esta plataforma el historiador determina la perspectiva moderna de nuestro país, es decir, la versión definitiva del capital monopólico ya enquistado de nuestra economía a partir de 1940, la estructura de clases, las políticas estatales con respecto a estos factores y el impacto de las inversiones estadunidenses con sus secuelas de influencia cultural.

Naturalmente, en esta parte el esfuerzo del historiador norteamericano es mayor porque la tipología de los fenómenos sociales que esta organización de la sociedad mexicana produce es diversa, compleja, numerosa, como la transformación del campesino mexicano en consumidor y en fuente de mano de obra barata para la industria, esto es, su proletarización que se expresa en su creciente migración hacia las ciudades y a Estados Unidos.

De esta manera, el investigador plantea quizá una de las tesis centrales de su estudio: contrariamente a lo que había ocurrido en los países de mayor desarrollo y dominadores del mercado internacionalizado, el capitalismo mexicano para desarrollarse se apoyó de manera abusiva en la explotación de las clases trabajadoras, en el pago del trabajo con una escala salarial miserable, y en el posterior resarcimiento de enormes rezagos y deficiencias producidos con esta medida. Dicha política es la que origina los conflictos y por su misma mecánica los acomodamientos y transformaciones del Estado mexicano. Así, nuestro país experimentó programas de desarrollo y de modernización como la sustitución de importaciones (1940-1955) y el desarrollo estabilizador (1956-1970), sin olvidar que en 1965 se inaugura el programa de áreas fronterizas de maquiladoras extranjeras.

En estas circunstancias, no extraña que se manifestara una serie de conflictos entre Estado y sociedad, incontenibles crisis políticas (1968) que coinciden con los inicios de otra, económica, de largo alcance, que obliga al Estado a adecuar su retórica de dominio e incrementar la producción de bienes de capital y, sobre todo, anuncia descubrimientos petroleros: el desarrollo del país con base en la exportación de dicho carburo (1977-1982), pero financiado con desproporcionados préstamos. Concluye este derrotero nacionalcon la bancarrota del Estado al no poder pagar intereses de la deuda externa y el ajuste económico en consecuencia: en 1994 México acepta el Acuerdo General sobre Aranceles (gatt) y el Tratado del Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (tlc).

Ya en pleno neoliberalismo, el impulso económico nacional se precipita hacia el exterior por la implosión del capital foráneo (atraído por un marco legal favorable y la barata mano de obra ofertada), e implementando una política doméstica consistente en la privatización de sectores estratégicos de la economía en poder del Estado –autoritario y tecnocrático, manipulado por la Ivy League, es decir, por administradores educados en Estados Unidos, que se posesionaron gradualmente de los ministerios vinculados con la producción de satisfactores y, en las últimas décadas, de la presidencia de la República–, reduciendo catastróficamente al mismo tiempo el gasto social: la República Mexicana retomó la condición que tenía un siglo antes, durante la dictadura de Porfirio Díaz.

Entonces, ¿cuál es la esperanza de México? Como se ha constatado, la ambiciosa obra de Cockcroft no sólo es la historia en el tiempo de nuestra realidad social. Si es relevante –y debería reeditarse masivamente y convertirla en bestseller, es decir, lectura para toda clase de público–, es porque en ella se exhuman los raigones económicos de la crisis mexicana desde que México era la Nueva España hasta nuestra precaria modernidad. Con esta perspectiva, todos los tópicos de la dinámica de la sociedad nacional son puestos sobre su base para que por sí mismos expliquen sucesos que han protagonizado las clases trabajadoras y la oligarquía omnipresente en todo tiempo y espacio. Si el panorama que devela el historiador es oscuro, no así el paisaje, aún turbio, soterrado, que imagina el cuerpo social de México. Son los lustros primarios del siglo xxi.

Nuestro país no lo podía rechazar. El capitalismo monopólico distorsionó su estructura y su Estado. Pero si el capital se internacionaliza, fenómeno meridiano en las décadas recientes marcadas por el neoliberalismo, también los trabajadores paso a paso se categorizan en su uniformidad en cualquier zona del globo terráqueo. México conoció desde sus inicios en la vida independiente la lucha de clases, amorfa si se quiere, y definitiva durante la dictadura porfirista, como consecuencia de la existencia de un proletariado maduro, contrariamente a lo que sostienen algunos investigadores domésticos (movimientos huelguísticos por derechos gremiales). Y es aquí donde la esperanza se identifica, es decir, las clases trabajadoras y campesinas de México se organizan –influyendo más allá de nuestras fronteras en sus pares– en respuesta a la forma de operar del capital monopólico: enfrentan su explotación vía movimientos sindicales de nuevo cuño que se instalan lenta pero inexorablemente en la esfera del activismo político •



FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION
ensayo (literario)
•El café literario en Ciudad de México en los siglos XIX y XX, Marco Antonio Campos, Col. Las horas situadas, Editorial Aldus, México, 2001, 146 pp.
• Libertades imaginarias, José de la Colina, Col. Las horas situadas, Editorial Aldus, México, 2001, 296 pp.
• Perfil de Juan Rulfo, Sergio López Mena, Editorial Praxis, México, 2001, 94 pp.

ensayo (político)
• Paisajes del “nuevo régimen”, Macario Schettino, Col. Con una cierta mirada, Editorial Océano, México, 2002, 124 pp.

ensayo (sociológico)
• Contrafuegos 2. Por un movimiento social europeo, Pierre Bourdieu, Col. Argumentos, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 2001, 118 pp.

filosofía
• Discurso de la servidumbre voluntaria. También llamado contra uno, Étienne de La Boétie, versión española, prólogo y notas de José de la Colina, Col. Festina lente, Editorial Aldus, México, 2001, 76 pp.

historia
• La guerra chichimeca, la fundación de Aguascalientes y el exterminio de la población aborigen (1548-1620). Un ensayo de reinterpretación, Jesús Gómez Serrano, Col. Ensayos, El Colegio de Jalisco/Ayuntamiento de Aguascalientes, México, 2001, 129 pp.

narrativa
• Aventuras de una negra en busca de Dios, Bernard Shaw, traducción de Georgina Blanco, Editorial Aldus, México, 2001, 118 pp.
• Desconsideraciones, Juan García Ponce, Col. Las horas situadas, Editorial Aldus, México, 2001, 113 pp.
• El final de las nubes, Ricardo Chávez y Celso Santajuliana, Editorial Océano/RBA Libros, México, 2001, 155 pp.
• La fiesta de las turcas, José Antonio Aguilar Rivera, Col. La torre inclinada, Editorial Aldus, México, 2001, 147 pp.
• Limpios de todo amor, Cristina Pacheco, Col. El día siguiente, Editorial Océano, México, 2002, 253 pp.
• Los extraños, Humberto Guzmán, Conaculta/INBA/Tusquets Editores, México, 2001, 238 pp.
• Metafísica de los tubos, Amélie Nothomb, Col. Panorama de narrativas, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 2001, 143 pp.
• Quieta, Guadalupe Ángeles, Col. El taller del amanuense, Editorial Paraíso Perdido/Acento Editores, México, 2001, 87 pp.

poesía
• Apuntes para un tratado sobre el cazador, Eliana Pérez González, Serie José Yurrieta Valdés, UAEM/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 2001, 61 pp.
• El propósito ciego, José Revueltas, edición de José Manuel Mateo, Editorial Aldus/Obranegra, México, 2001, 94 pp.
• Espejismos y lamentaciones, Magda Escareño, Col. ¿Águila o centella?, Nerfe Ediciones, México, 2001, 71 pp.
• La medida, Víctor Manuel Pazarín, Col. Los cuadernos del jabalí, Unidad Editorial del Gobierno de Jalisco, México, 1996, 63 pp.
• Los motivos de Jaín, María Romeu, Editorial Ortega y Romeu, México, 2002, 79 pp.
• Minotauro. Inspiración poética, Aniceto González Rodríguez, Editorial Aagorhod, México, 2001, s/f.

revistas
• Alforja, núm. XVIII, otoño de 2001, textos de Enrique Fierro, David López Ximeno, Andrea Cote Botero, entre otros, Fraternidad Universal de los Poetas, México, 155 pp.
• Estudios Jaliscienses, núm. 47, febrero de 2002, textos de Lilia Oliver, Javier Rentería Vargas, Humberto Fregoso Valencia, entre otros, El Colegio de Jalisco, México, 48 pp.
• Tempestad, núm. 2, enero-febrero de 2002, año 6, textos de Minerva Margarita Villarreal, José Antonio Chaurand, Pablo Soler Frost, entre otros, Editorial Imágenes y Movimiento, México, 48 pp.






Teatro. Este domingo 17 de febrero se presenta, a las 18:00 horas, la última función de la obra Baden Baden de Cristina Ortega, con la compañía Teatro para llevar. La cita es en el Foro Antonio López Mancera de la Escuela Nacional de Arte Teatral (ENAT) ubicada en el CENART, en Av. Río Churubusco y Calzada de Tlalpan, col. Country Club, Metro General Anaya. Entrada libre.

  En el marco de las actividades del II Festival del viento, también en el CENART, en el Teatro Raúl Flores Canelo, se presenta este domingo 17, a las 18:00 horas, el espectáculo En búsqueda del vuelo de noche, homenaje al Circo del Sol a cargo del grupo Humanis Corpis, bajo la dirección de Gerardo Hernández.

  En el mismo festival, el Foro Experimental de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea (ENDCC), presenta a Takla Makan, este domingo 17, y a Aura Vitalis el 22, 23 y 24 de febrero. Entrada: $30.00 pesos. Por su parte, en la Plaza de la Danza de la ENDCC del CENART actuarán los grupos Agave Azul, el 17 de febrero, Arroba Danza, el 22, 23 y 24, y Bailes Populares el 23 y 24. Entrada: $30.00 pesos.

  En el Foro del Dinosaurio del Museo Universitario del Chopo, el sábado 23 de febrero, y hasta el 2 de marzo, a las 13:00 horas, dentro del ciclo Sabadanza, se presenta Fragmentos, de la compañía Nemian, bajo la dirección de Isabel Beteta. Costo: $20.00 pesos.

Cine. Dentro del ciclo Cine de horror mexicano, del Cine Club de la Casa del Lago, a las 15:00 horas, en febrero y marzo, se presentan las siguientes cintas: Las cinco advertencias de Satanás, de Julián Soler (este domingo 17 de febrero), El pantano de las ánimas, de Rafael Baledón (23 y 24 de febrero), El vampiro y El ataúd del vampiro, de Fernando Méndez (2, 3 y 9 y 10 de marzo, respectivamente), El hombre monstruo, de Rafael Baledón (16 y 17 de marzo) y Misterios de ultratumba, de Fernando Méndez (23 y 24 de marzo).

Exposición. ¿Y quién es ese señor? Antología ilustrada de un grillito fabulista, exposición pictórica dedicada a don Francisco Gabilondo Soler Cri-Cri. La muestra, en la que participan treinta y tres artistas plásticos mexicanos, es en la estación Zaragoza del Metro, hasta el 31 de marzo. Entrada libre (sólo hay que pagar el acceso a la estación del Metro).