La Jornada Semanal,  3 de febrero del 2002                         núm. 361


Fernando Gamboa

Posada:
evolución de sus líneas

Posada no recibió influencias personales directas. Sin embargo, las tradiciones artísticas no eran enteramente desconocidas para él. Esto añade una nueva virtud a su sólida personalidad; la de haber sido capaz de valorar lo mejor del esfuerzo artístico humano, tomar de ello inspiración y enseñanza y conservar no obstante su identidad. Ni la más ligera sombra de influencia europea, ni siquiera de los ilustradores coloniales de últimos del siglo XVIII, se descubre en sus grabados después que abandonó León, Guanajuato. Por eso, el carácter de su obra básicamente popular es esencialmente mexicano.

Posada es un artista popular en el más alto y profundo sentido del vocablo; popular a causa de su humilde origen; a causa del definido sentimiento de clase que lleva a cada una de sus obras; a causa de que no es un artista sin antecedentes, un fenómeno extraño al mundo en que vive, sino al estallido de la inquietud de un pueblo en lucha; a causa de la manera como estudió y trabajó en contacto directo con la vida y de cómo prestó atención afanosamente a las demandas de México.

Las primeras obras conocidas de Posada son un dibujo a lápiz y una litografía, realizados cuando trabajaba en la imprenta de Pedroza. No había cumplido los veinte años. Su dibujo fue vehemente desde los comienzos. Todas las obras que conocemos de esa época son definitivas, sin vacilaciones de ensayo preparatorio. Joven o maduro, Posada fue directo en su manera de concebir y de acabar.

Desde el principio, muestra el decidido propósito de dominar el dibujo y de crearse una técnica propia como grabador. La misma independencia demostró en su técnica litográfica. Trinidad Pedroza, su primer maestro, fue un excelente litógrafo y grabador en madera. Tenía buen gusto, pero era poco original y carecía de personalidad. Los litógrafos contemporáneos ejercieron en su obra una decisiva influencia. La litografía había sido introducida en México en 1826 por artistas italianos. A mediados del siglo, alcanzó un gran desenvolvimiento. Algunos años después, empezó a declinar como sistema de ilustración y se comercializó por completo con la apariencia de un tipo particularmente insulso de cromolitografía.

Ninguno de los buenos litógrafos mexicanos, como Exiquio Iriarte, Plácido Blanco, Constantino Escalante y J.M. Villasana, pudo escapar al poderoso ambiente ocasionado por el gusto de los innovadores europeos.

Ya hemos dicho que Posada reflejó en sus primeros trabajos idénticas influencias. Recibió asimismo el impacto de los ilustradores españoles, cuyas obras llegaban a México en los periódicos de España. En los grabados que hizo en León –ilustraciones para tarjetas de visita, felicitaciones y envoltorios de cigarros– comenzó a abandonar tales conceptos estéticos para adoptar en su forma un estilo más mexicano.

Cuando José Guadalupe Posada llegó a México y empezó a trabajar para la editorial de Antonio Vanegas Arroyo, no hay duda de que influyó también el grabador Manuel Manilla. Manilla fue uno de los más importantes precursores del grabado mexicano; dio a la forma y al contenido de su obras las cualidades esenciales de un arte nacional y creó un método que Posada, dotado de visión y capacidad, superó más tarde.

Manilla, de la misma humilde extracción que Posada, manifiesta en cada una de las soberbias líneas de sus grabados sus fuertes y profundas raíces indias. Es un verdadero primitivo porque su producción contiene una rica promesa para el futuro. Sus formas son rígidas, hieráticas, absolutamente mexicanas en su proporción. Puede ser considerado como el eslabón o elemento transitorio entre los grabadores en madera de estampas religiosas de la época de la Colonia y Posada y los grabadores modernos. Por otra parte, el grabado en madera que había sido usado en México desde el siglo XVI, y que alcanzó un gran florecimiento en los siglos XVII y XVIII, fue prácticamente abandonado en la segunda mitad del siglo XIX. De los centenares de placas originales de Posada que nos han quedado, muy pocas son en este medio. Todas las restantes son de plomo con una mezcla de zinc suficientemente blando para ser tratado con una gubia, y lo bastante duro para imprimir con él varios miles de copias.