La Jornada Semanal,  27 de enero del 2002                         núm. 360
León Guillermo Gutiérrez
entrevista con Juan José
Arreola

Una breve charla

Dice León Guillermo Gutiérrez que Juan José Arreola “no requiere de preguntas, quizá sólo de una insinuación” para dar “rienda suelta al mar de palabras que se desbordan”. En esta entrevista, “o más bien monólogo”, como confiesa el propio León Guillermo, realizada en mayo del ’97, el autor de La feria pasa rápidamente por el recuerdo de Borges, Vasconcelos, Paz y Rulfo, otras cuatro figuras que, como él, sólo entendieron el mundo a través de la literatura.

Con casi ochenta años a cuestas, la salud minada y refugiado desde hace un poco más de cinco años en la capital de su estado natal, Juan José Arreola (Zapotlán, hoy Ciudad Guzmán, 1918), autor de libros fundamentales de la narrativa mexicana del siglo XX, me recibió recostado en un fino reposet de piel negra, cerca de una pequeña mesa repleta de libros y otra de ajedrez con las piezas congeladas en un jaque mate.

El autor de Varia invención (1942) y Confabulario (1952) no requiere de preguntas, quizá sólo de una insinuación, para que desde su cómodo sillón dé rienda suelta al mar de palabras que se desbordan en ideas, recuerdos y opiniones bajo el hilo conductor que lo sigue obsesionando: la literatura mexicana y sus autores.

De pelo blanco, caídos ya sus memorables bucles y con la piel de las mejillas sonrosada, no olvida el histrionismo (aprendido de Jean Louis Barrault, Jean Le Gof y Louis Jouvet en París, allá por 1945) que, aunado al aislamiento al que se ha confinado voluntariamente, hace que el interlocutor represente el papel de público.

Aún recuerda con la misma emoción de la víspera del encuentro, el día en que vio por primera vez a Jorge Luis Borges:

"Era tal mi nerviosismo que me bajé del avión junto con mi hija, una estación antes, con un maleterío que parecíamos gitanos; afortunadamente se dieron cuenta, el avión esperó y de nuevo subimos. Nos encontramos en el hall de la Universidad en San Diego. Al extenderle los brazos le dije: traigo treinta años de admiración. Sonriente, Borges (ya casi cegetas) contestó: ‘Qué desperdicio de tiempo, lo hubiera ocupado en Alfonso Reyes, que fue quien me inventó.’"

Posteriormente Borges diría del autor de La hora de todas (1954) y Punta de plata (1958): "Si me obligaran a cifrar a Juan José Arreola en una sola palabra que no fuera su nombre, esa palabra sería, estoy seguro, libertad. Libertad de una ilimitada imaginación, regida por una lúcida inteligencia."

Al recordar que Borges, al igual que muchas celebridades literarias, había pasado por Austin, Texas, inmediatamente hizo memoria del hecho de que el acervo de la Biblioteca Benson fue posible gracias a la compra de la biblioteca de Genaro García, la cual le fue ofrecida a Vasconcelos pero la rechazó; el comentario de Arreola fue: "Vasconcelos tuvo aciertos de gran valor, así como actos terriblemente siniestros."

En nuestra charla, o más bien en el monólogo de quien trabajara como actor bajo la dirección de Rodolfo Usigli y Xavier Villaurrutia, no podía omitirse el nombre de Octavio Paz:

"Conocí a Octavio en Nueva York, Juan de la Cabada me lo presentó. Llegamos a París con veintidós días de diferencia, nos hicimos grandes amigos. Cuando regresamos a México él tenía grandes aspiraciones de pertenecer a la alta burocracia diplomática. Un día me llamó y me propuso que hiciéramos una revista literaria, él sería director y yo secretario. Como Octavio andaba muy ocupado, yo organicé todo el primer número. Cuando ya estuvo listo y enviado a la imprenta, me fue a ver y me pidió que quitara su nombre porque no convenía a su carrera. Por solidaridad hice lo mismo y a quienes iban a ser simples colaboradores les dejamos la revista: Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo. Ese fue el nacimiento de la Revista Mexicana de Literatura, una idea de Octavio Paz."

Recostado todo el tiempo, también habla de él y de su presente. Con la queja de la inevitable vejez y el deterioro físico que le impide moverse y ejercitar su cuerpo, excepto en las dos o tres ocasiones al día en que sube las escaleras de su casa, confiesa su negativa voluntaria a relacionarse con el exterior en cualquier forma. Aún agita sus manos temblorosas al hablar, quizás como fijación de su trabajo como comparsa de la Comedia Francesa. Se percibe un desánimo en sus palabras y en su actitud. Se sabe que llegó a Guadalajara con pocos recursos económicos a vivir en la casa de su hija. Faltándole un año para ser octogenario, el autor de La feria (1963) y Palindroma (1971) no oculta su apatía existencial. Sus goces se reducen a la relectura y a las diarias partidas de ajedrez. Quien fuera director y fundador de la Casa del Lago termina la charla afirmando:

"La literatura mexicana actual no existe, no hay nada que valga la pena. El último libro es Pedro Páramo de Juan Rulfo y yo soy anterior a él."