Jornada Semanal, 30 de diciembre del 2001                       núm. 356

La historia no oficial

Agustín Escobar Ledesma sabe historiar, es dueño de un buen método de investigación antropológica, escoge el bando de los “humillados y ofendidos” y tiene una manera natural de contar historias, retratar personajes y partir de la anécdota para llevar a cabo el análisis de la situación sociopolítica y económica de una comunidad en un momento concreto de su vida, sus trabajos, sus luchas, sus muy escasos triunfos y sus fracasos demasiado frecuentes.

En su último libro nos entrega una serie de trabajos de investigación redactados con la agilidad y el carácter ameno propios del estilo de la crónica, que es uno de los más nobles y flexibles géneros del periodismo. Por lo tanto, hay en ellos una afortunada mezcla de rigor científico y de prosa elegante y divertida, capaz de apoderarse de inmediato de la atención de los lectores.

El libro inicia su periplo por la Sierra Gorda de Querétaro con la historia entrañable de una banda musical de pueblo, la de Misión de Palmas en el Municipio de Peñamiller. Nacida en 1923, inició sus éxitos en 1924 y los extendió hasta 1980. Varias generaciones (Agustín menciona los nombres de algunos de sus integrantes: Pelencio, Veda, Proyecto, Cirio, Redentor, Exuperio, Cándido...) mantuvieron viva a la banda que fue famosa en toda la región y realizó constantes giras. Sólo la vejez y la enfermedad pudieron derrotar a la empresa artística sólidamente instalada en el entramado social de la región serrana. Escobar nos presenta a los viejos ex músicos ya ciegos y chimuelos y a los instrumentos oxidados, desfondados y ruinosos: “La tambora reventada; los clarinetes mudos; el trombón con cáncer en las entrañas; los cornetines agujereados; el bombardino desdentado; el saxor perdido y los platillos oxidados.” Con estos personajes, materiales y emociones construye sus historias y recrea el clima espiritual de varias comunidades que viven en regiones aisladas y, generalmente, paupérrimas. Por esos pueblos rulfianos y en esas tierras habitadas por etnias maltratadas por los patrones, los caciques, el olvido, la sequía y el desamparo, pasa Agustín, convive con las gentes, habla, pregunta, interpreta, apunta y, sin el pujido enfático de los “especialistas” llenos de certezas tajantes, aventura hipótesis, sacude a las buenas conciencias y plantea las exigencias de justicia y de respeto para los extranjeros en su tierra, para nuestros hermanos hundidos en la marginación y en el olvido, los cuales, triunfando sobre nuestra ceguera y prepotencia, saben vivir sus vidas y robarle momentos de plenitud y de alegría a la todopoderosa tristeza.

El tejemaneje, la minería, las fiestas, la gastronomía, los antecedentes históricos, la lucha diaria, “el cielo cruel” del semidesierto, la rica vegetación de la parte asomada a la Huasteca, cantadora de querreques; las contradicciones sociales y políticas, la originalidad de las etnias, la fuerza amenazada de las lenguas indígenas y la belleza de los tejidos, los cantos, las danzas y las artesanías de los distintos rumbos queretanos, son algunos de los temas de estos relatos que meten las curiosas narices por los rumbos de Guanajuato, Oaxaca, San Luis Potosí, el monstruo centralista y Chiapas, cabeza y alma del renacimiento indígena.

El libro camina por senderos distintos a los del simple informe antropológico, el pintoresquismo y la melcocha paternalista (o, en el menos malo de los casos, maternal), pues hay en él una denuncia profunda y ajena a las estridencias, una defensa de las diversidades que debemos sostener para garantizar la variedad del mundo, y un afecto maduro y sincero hacia todos los oprimidos que malviven en este país nuestro tan injusto y desigual.

Vayamos con Agustín Escobar a la caseta de cobro de peaje situada en Palmillas y veamos a Antonia, niña indígena de Amealco, “aletear como mariposa” para vender dulces, servilletas y artesanías de barro a los automovilistas. Antonia, como otras muchas mujeres y niñas de esa región otomí, se coloca “a la vera del negro río de asfalto que nunca cesa, en busca de la vida”.
 
 

Hugo Gutiérrez Vega
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