La Jornada Semanal,  23 de diciembre del 2001                          núm. 355
 


Siete voces femeninas

Mi abuelo

Mitzi Vanessa Arreola Gutiérrez

Con el tiempo
la espuma intangible que el sol emite le ha teñido el cabello,
ese cuerpo invertebrado le ha invadido la mirada
que como luz al infinito congrega una historia larga.
Pero con todo la dirección es definida;
inexpresiva divisa los extremos de un insomnio perpetuo.
A eso huele la piel cuando envejece,
a insomnio aglutinado en la memoria
síntesis de felicidad y dolor extraño desdoblado en todas direcciones.
Huele a pasado exhausto al elaborarse en los reflejos que construyen el futuro,
huele a mirada tierna frente a la incertidumbre individual;
a la rebelión de un cuerpo por dejarle a solas,
a la infidelidad de la carne y de la sangre;
al abandono de la piel frente a una conversación inminente con la penumbra continua.
Huele al mar elaborado de gotas
que le han donado las miradas cuando se alejan.
Y suena a la despedida resignada que abre la puerta del silencio.
Siempre es triste ese último aroma de la piel que cuestiona el universo
antes de iniciar la incesante discusión.
Abandonados por el horizonte que grita en la lejanía,
mientras la extensa marea oscura nos cubre la espalda;
y la soledad también envejece con nosotros,
hasta hacernos uno mismo.
La pistola y el corazón

Enzia Verduchi

Para Vicente Quirarte
Breve era el camino de San Cosme a Pino Suárez:
cientos de latidos por paso, tenso corazón.
Muchacha, tuyas eran las calles de Madero y Gante
con las piernas descubiertas por la prisa;
en tus ojos las nubes de agosto
encendían una palmera de Córdoba.
Eras el pretexto
para acallar el bullicio en un café de chinos
o inspirar a un merolico en un día ocioso
o dejar a su suerte a un viejo libanés
que en tu cintura descifró el destino.
Tarde para quien urge del abrazo:
insólito el cañón de una pistola
ante la fuerza del espasmo.


Sueño con mi padre

Amalia Bautista

Ya estoy aquí, no llores, pequeñaja,
me parte el corazón verte llorar.
Me despedí de todos al marcharme,
menos de ti, no te encontré aquel día
y tuve que partir, tenía prisa,
no podía esperar. Pero les dije
que volvería en cuanto terminara
de hacer lo que tenía que hacer lejos.
¿Por qué nadie te dijo nada de esto?
¿Cómo han dejado que sufrieras tanto
pensando que había muerto? Pobre Amalia,
tan fría y racional en apariencia,
tan vulnerable corazón adentro.
Ya estoy aquí. No llores, que tu llanto
podría disolverme en las tinieblas
de nuevo y para siempre.
 

Poema

Mariana Hernández Montero






Deseo que justo ahora te sientas
mal,
roto,
ansioso,
enfermo,
incompleto,
con hambre,
lleno de dudas,
con las manos y los besos vacíos,
con miedo a la noche y vértigo al alba,
lleno de tiempo del que no se llena nunca,
ahogado con palabras que no salen de la boca,
con la palabra "extraño" invadiéndote los pasos
para que así sepas cómo me dejas cada vez que te vas.


Na Florinda
(gunaa rusídi’ gui’chi’ ne ruunda’)

Natalia Toledo Paz

Xtídxilu’
ruxhele’ ni biidi’ cuananaxhi.
Nayani’ runiná ladxidó’ gueela’,
sica ti mani’ napa xhiaa
guixhele’ ra zegúyoo ne guiníti ndaani guiba’.

(zapoteco)

Doña Florinda
(maestra y cantante)

Tu canto
abre la semilla de una almendra,
diáfana, lastima el corazón de la noche
como un pájaro que se escapa dentro del cielo.




Esgrafiado

Citlalli H. Xochitiotzin

                                                                                                                                              Para él, con lápiz

Acaso en ti me miro
               observo, beso y acaricio
                             y mirar no basta.
Siglos tomé tu aliento entre mi cuerpo
                             y mi cabello.

Años tomé la palma de tus manos
               y tatué las líneas de tus pasos
en el aroma que fulgor estalla
          y, en cada hueco de tu alma
                         ahí,
                         ahí yo estaba.

Te miré en la primera noche de los tiempos
                 en el primer tremor del cuerpo.
En las manos confundidas
                               de la oscuridad
busqué el perfume y extinguir, sin encontrar tu forma
                en la luz de las calles
                     donde sin encontrar tu nombre,
busqué,
           busqué sin ser mirada.

Escudriñé en la huella de mi nombre,
en la pronunciación de la belleza, escapa,
en el mirar de las cúpulas de oro
           peregriné buscando ser mirada.

En los buques errantes; puentes de la noche blanca.

Pescadores profetas ebrios de fe ocultaron tu nombre,
          el mío, el tiempo,
                       esta terca esperanza.

En la luz de miradas absortas; miradas sin mirar no son miradas.

En los grandes riscos de espejos; barrios sordos,
Ruidos de saxofones ebrios de soledad y ceguera.

En los surcos de la infancia.

Y ahí te miro,
        latir de corazón de ala, en las plateadas fronteras del espasmo,
                                     silencia el anima.

Toca el cuerpo en el secreto de burilar en ti,
                calor inconfundible:
                      mi mar
                        mi mar de tanto ser mirada.



Lope de vega 510
(primera evocación)

Thelma Nava

                                                                                                                                                           Para Efraín Huerta

Repentinamente
el desierto edificio
barca mecida bajo el ámbar de la tarde
sin paredes frontales que resguarden los sueños
ni ventanas que celebren el nacimiento de los días
es apenas una luz un parpadeo
un invisible reflejo en los espejos ausentes.

A pesar de todos los relojes
sagradamente habitan en ese paraíso conquistado
–detrás del ojo que no puede mirarte–
todos los fuegos de tu espíritu
encendidos en tus días terrenales
y el esplendor del agua viva de tus manos.

Estás en estos recintos interiores
que algún día fueron nuestros
en las voces y silencios evocados
junto a los breves espacios de la dicha
donde renacen ahora tus poemas
como soles antiguos en la estación del viento.