Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 17 de diciembre de 2001
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Sociedad y Justicia
045n1soc Ť En Guatemala desaparecen en promedio seis menores al día, según cifras oficiales

Tráfico de niños, práctica creciente en Centroamérica

PRENSA LATINA

La Habana, 16 de diciembre. La confirmación de que existe un "agujero negro" en el espacio, capaz, un día, de absorber todo el sistema solar, preocupa desde hace años a quienes temen por un destino fatal para el globo terráqueo.

Según científicos estadunidenses que realizaron estudios a partir de datos transmitidos por un potente telescopio, un agujero fue observado al centro de la constelación de Virgo, a unos 100 millones de años luz de nuestro planeta, justo en el lugar donde dos galaxias se enfrentan.

No es fácil convencer a alguna persona de que ese triste desenlace no será visto por los nietos de los nietos de nuestros nietos, porque 100 millones de años luz es un tiempo lo suficientemente largo como para no preocupar a un sinnúmero de generaciones futuras.

Ese fenómeno, que inquieta a muchas personas en el mundo poseedoras de techo, alimentación y otras facilidades necesarias para poder dedicarse a pensar en agujeros negros y galaxias, es ignorado por los millones de niños que en el mundo viven sin esperanza o fallecen de hambre cada día.

Un niño nacido en América Latina o Africa -sin distinción de país- estará marcado por el signo de la pobreza y tendrá por herencia el hambre, los abusos y la explotación. Ese niño quizá ignore toda su vida la palabra galaxia y nunca llegue a tener idea de la velocidad de la luz.

Si no le tocó una de las escasísimas cunas con sábanas de seda de esos subcontinentes, además del peligro de sucumbir por cualquiera de las enfermedades transmisibles, pero evitables, que reinan en las áreas rurales, los barrios obreros y las favelas, deberá enfrentar toda una larga lista de amenazas contra su futuro y su vida.

Poco podrá pensar en agujeros negros en medio de abusos corporales y síquicos, y la explotación de su fuerza de trabajo en ocupaciones nocivas y mal pagadas.

A eso se une también la cacería a golpe de fusil financiada por empresarios que, como los de Sao Paulo y Rio de Janeiro, en Brasil, prefieren dar muerte al niño marginal a verlo convertido luego -dicen- en delincuente.

Los menores latinoamericanos forman parte del enorme ejército de niños callejeros que deambulan por las ciudades del planeta -calculados en 100 millones-, expuestos cada segundo a las violaciones, el alcoholismo, las drogas y el crimen en general.

Olvidados de todos, son también perseguidos por quienes practican el tráfico de órganos y los compran o secuestran para extraerles y vender sus ojos o riñones.

El tráfico internacional de niños dejó de ser un sucio comercio subterráneo hace ya tiempo, cuando salió a flote que en varias naciones centroamericanas los menores son adquiridos legalmente o robados.

Desapariciones en Guatemala

En Guatemala, de acuerdo con estadísticas oficiales, desaparecen seis niños al día en promedio, sin que vuelvan a tenerse noticias de ellos.

Según investigaciones realizadas por una comisión de congresistas de Costa Rica, publicada hace algún tiempo por la prensa de San José, la capital, miles de niños han sido comprados por extranjeros, quienes los llevan fuera del territorio costarricense.

Las autoridades de ambas naciones temen que los pequeños sean trasladados a países desarrollados, donde luego sus órganos son vendidos para aprovecharlos en trasplantes.

A pesar de los esfuerzos de la Organización Mundial de la Salud y del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia por extender a todos los niños los planes de vacunación contra un grupo de enfermedades evitables, la inmensa mayoría de los que viven en los países en desarrollo carece de la más elemental atención médica.

Afecciones como el sarampión, la difteria, el tétanos y otras ya desaparecidas en el mundo desarrollado matan aún a pequeños nacidos en barrios marginales o zonas rurales de la parte empobrecida del planeta.

Las enfermedades diarreicas, provocadas por la mala calidad de las aguas y las pésimas condiciones higiénicas imperantes en naciones subdesarrolladas, son culpables de la mayoría de decesos entre los pequeños.

Para la aplastante mayoría de los niños latinoamericanos y africanos, muchos de los cuales envejecen sin haber sido nunca cronológicamente adultos, la realidad es luchar, vagar, disputarles a las aves de rapiña los alimentos podridos en los basureros, drogarse para olvidar cómo viven y morir definitivamente.

¿Qué puede importarles que los "agujeros negros", según los expertos, se deriven de estrellas extinguidas, las cuales tuvieron un colapso bajo el peso de su propia gravedad?

¿Quién puede hacerlos entender que el campo gravitacional de ese tipo de orificio es tan poderoso que no deja escapar, siquiera, su propia luz?

Para esos pequeños no existe ni la idea de una dimensión mayor que aquella que los cerca, los oprime, los mata y les impide alcanzar su estructura real de ser humano. El hambre, en sus abatidos cuerpecitos, es el más negro de los agujeros.

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