La Jornada Semanal,  16 de diciembre del 2001                          núm. 354
 Antonio Soria

Una feria de ferias

 En este atento recorrido por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en su decimoquinta emisión dedicada a Brasil, el maesto Soria constata las múltiples dimensiones que el libro –ese objeto primitivo que no deja de ser moderno– puede generar. Entre sesudas presentaciones de todo tipo de títulos y variable asistencia, conferencias de figuras y figurones, promociones y promotores, Soria observa que a fin de cuentas lo verdaderamente importante fue el público lector tapatío que ha hecho suya la FIL y que, a pesar de los tiempos, circuló por los interminables pasillos llenos de stands, en la mayoría de los casos, con un volumen en las manos.

venha ao Brasil, venha à FIL,es decir, "venga a Brasil, venga a la FIL". Este fue el eslogan que la mercadotecnia ideó para atraer al público a la decimoquinta Ferial Internacional del Libro de Guadalajara. Las cifras que el evento arrojó luego de su clausura –y que no mencionamos en detalle para no convertir esto que quiere ser una reseña en un ejercicio de numeralia inane– dirían que el gancho publicitario fue un éxito, pues del sábado 24 de noviembre al 2 de diciembre pasados, se hizo presente en las instalaciones de la Feria una cantidad mayor de personas que en cualquiera de las ediciones anteriores. 

Sin embargo, bastaba darse una vuelta por ese laberinto editorial para darse cuenta de que, estrategias de publicidad aparte, a la Feria le pudieron haber faltado muchas cosas, pero no iba a sufrir la carencia de gente que quisiera "ir a Brasil", del mismo modo que hace un año tuvo una probada editorial de España y tendrá una de Cuba el año próximo.

Esta Feria, que comenzó bajo la mirada escéptica de quienes viven convencidos de que nada hay que funcione de veras si no se hace en la Ciudad de México, quince años después, como se dijo por ahí, ya puede presumir de haberse consolidado en más de un modo.

Feria por feria

Aunque no fuera más que por la extensión en metros cuadrados y por la cantidad de stands que ofreció, de entrada la Feria se antojaba inabarcable. Habría que añadir, por supuesto, todos los eventos agrupados bajo el logo de la FIL, comenzando por las obviamente infaltables presentaciones de libros, pasando por el programa infantil y llegando a los conciertos musicales junto a las instalaciones de la Feria o en otros recintos. Entre talleres, sesiones de lectura en presencia del autor, conferencias, batucadas repentinas y más, una sola persona resultaba evidentemente imposibilitada para asistir a todo y, en consecuencia, era necesario elegir qué ver y oír, a qué hora y en qué sitio.

Importante, ¿para quién?

Como es natural, el olfato periodístico de quienes cubrieron la Feria siguió los aromas de aquello que tuviera visos de convertirse en una nota que no sólo diera cuenta del día-a-día, sino que también se hiciera eco de lo más importante. Las cursivas quieren manifestar nuevamente una vieja duda: a partir de las prácticas informativas que tan bien simboliza el boletín de prensa, a veces oportuno para quien lo recibe y muchas veces oportunista para quien lo emite, ¿cómo seguir discerniendo qué es importante y qué no lo es? Para bajar la interrogante al terreno de los hechos, va un ejemplo: la presencia de Jorge Castañeda, actual desbaratador de una política exterior añoradora de épocas mil veces más dignas, ¿era importante aquí, en un lugar y un momento que buscan propiciar el flujo cultural, de ideas, a partir del libro, su mejor vehículo? Lo que el señor canciller vino a decir, pudo haberlo dicho en su oficina de Tlatelolco o, puesto que se detiene muy poco en ella, fuera del país; su presencia sólo "jaló" al consabido ejército de chicos de la fuente que esperaron–y recibieron– su codiciada nota importante. Tanto daba si a esa misma hora tenía lugar la presentación del último libro de Arduro Suaves, de Jorge Ayala, de Jodorowsky, de Aguilar Camín, o si uno de los auditorios más grandes era colmado por un público ávido de respuestas para esas preguntas que "vuelan sobre el pantano" o siempre están "en éxtasis". Claro está que esto no significa exigirle ubicuidad al reportero; en todo caso, sólo es la prueba más clara de que, parafraseando el refrán, cada quien habla no de como le va en la feria, sino de su feria, la que fue a ver, la que le tocó, y que puede no parecerse en nada a la que otros recibieron en suerte.

La verdaderamente importante, la FIL del público masivo, el que va a ver qué volumen adquiere, tiene muy poco o casi nada que ver con la de quienes gustan de meterse a la presentación de un libro, la de quienes asistieron para pasarse doce horas al día esperando clientes, la de los organizadores, la de los que fueron a dar una conferencia o la de quienes fueron a hacer negocios. Ya por escasa difusión, porque el autor les resultaba un perfecto desconocido o porque, de plano, "qué güeva estar ahí sentadas oyendo rollos", como dijo un par de veinteañeras, algunos nuevos títulos editoriales tuvieron, a la hora de su presentación en sociedad, una asistencia que lindaba los terrenos del desaire. Pero la aridez en salas que lucían cuarenta por ciento de sillas vacías no necesariamente tenía que ver con la colocación de ése o de algún otro libro, pues hubo títulos que no gozaron de promoción alguna y, sin embargo, se vendieron bastante bien. 

Así, la feria de los presentadores, con sus salones llenos, semillenos o semivacíos, corrió por su lado y fue puntualmente cubierta por la prensa, mientras la de los stands acaparaba a un público al que pocas veces se le vio con las manos vacías. Lo mismo sucedió con el área infantil, llena de computadoras y asistentes, o en el Centro de Negocios, repleto de gente a la que le gusta ser considerada VIP, como si de un antro se tratara.

Preguntando se llega a la Feria

De las alrededor de cien personas a quienes un servidor hizo un par de preguntas muy básicas (¿qué es lo que te gusta la Feria, qué te hace venir?, y ¿qué no te gusta?), sólo una o dos no dieron una respuesta engañosamente simple para la primera pregunta: prácticamente todas dijeron que el principal motivo para acudir a la Feria son los libros. En otras palabras, no asistieron pensando en que habría la oportunidad de conocer a éste o aquél autor; en que podrían escuchar los sesudos comentarios de fulano o de zutano; en que mengana iba a estar en el Café literario leyendo sus poemas o sus cuentos... Mucho menos pagaron los dieciocho pesos de su entrada para ir a ver cómo el señor Castañeda se ponía de un color o de otro, ni para conocer en persona a ese Og Mandino o Carlos Cuauhtémoc Sánchez brasileño llamado Paulo y apellidado Coelho. Ni siquiera –y esto llama todavía más la atención– fueron pensando concretamente en Brasil, cuyo amplio espacio dentro de las instalaciones de la Feria no fue, a ojo de buen cubero, uno de los más visitados.

Esto hace pensar que para los tapatíos la Feria es la Feria, sin importar de qué color la vistieron sus antiguos organizadores ni de qué tonos la vestirán los que este año comenzaron a hacerse cargo de ella. Quizá esa fue la razón por la cual, a final de cuentas, Guadalajara, ciudad brasilófila desde que la verdeamarelha de Pelé y Rivelino vino a jugar aquí sus primeros partidos en el Mundial de futbol de 1970, no bailó ninguna samba librera con la intensidad y la frecuencia que pudiera suponerse.

En este sentido, un articulista local vertió gran cantidad de su mala leche diciendo que, como sucede todos los años, la Feria sería algo así como el botín de los mismos de siempre, y para rubricar su fatalismo personal usó nombres como los de Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska. Efectivamente, la Poni y Monsi estuvieron allá, cada uno presentando un libro de su autoría, y sí, el público se concentró masivamente en los salones donde dichos autores estuvieron. En resumen, el articulista de marras vio una Feria igual a las demás, donde muchos otros vimos la conjunción de dos universos que, como se dijo antes, no siempre se tocan en estos lares: el de la gente que va solamente a caminar por los pasillos a ver qué se compra, y el de quienes gustan de nutrir su lectura yendo a escuchar lo que el autor tenga que decir respecto de su obra o de cualquier otro tema.

Cuestiones de organización ("el estacionamiento es insuficiente", "deberían poner más grandes los números de cada stand, porque luego uno se pierde", "están muy estrechos los pasillos"), de gusto ("hubieran organizado unas capoeiras", "me gustaría que las presentaciones se hicieran en los locales de las editoriales", "que todos los autores estuvieran firmando sus libros", "no me alcanza el tiempo para ver todo lo que quiero"), de presupuesto ("sí están más baratos los libros; pero algo, ¿eh?, ni tanto", "¿pa qué cobran la entrada, digo, si ya hacen negocio con la venta de libros?", "vengo todos los años, pero nomás un día porque si viniera diario, entre los pasajes y la entrada, luego ¿qué me compro?") fue lo que el público asistente expresó como respuesta a la pregunta de qué no les gustaba de la Feria.

Nada que no pueda corregirse (como debe suceder con el ¿miedo?, ¿precaución? que se tuvo al ordenarle al personal de apoyo que no respondiera pregunta alguna salvo "en presencia de un supervisor"). Pero, sobre todo, nada que a la gente le incomode al grado de perderse un fenómeno ciertamente extraño en tiempos neoliberales, y que, junto con Monsiváis, celebramos: somos muchos los que gustamos de reunirnos en torno al libro y, por añadidura, lo hacemos enseñándole la lengua al centralismo económico y cultural, desde una Guadalajara que cada año organiza una feria llena de ferias donde los pros todavía son más abundantes que los contras.